EL ESTADO DE SINTEL, por Carlos Blanco. 

Coincidiendo con el debate acerca del estado de la nación española, se celebró el pasado día 30 de junio de 2003 una asamblea de los trabajadores de Sintel en el auditorio de CC.OO de la calle Lope de Vega. No fue una casualidad ni el lugar ni la hora. Supongo que tampoco lo sería la inesperada acogida de unas Comisiones Obreras que en más de una ocasión ha dado con la puerta en las narices a estos todavía sus afiliados o que se ha servido de los mismísimos antidisturbios para quitárselos de en medio. Espero que el Sindicalismo sea capaz de poner a cada uno en el sitio que le corresponde antes de que obtenga rango ministerial.

Una vez acabada la reunión, estas moscas "cojoneras" con alma de blues y corazón de poeta, subieron por el paseo del Prado un par de calles y llegaron a las puertas del Congreso a darle la bienvenida a l@s señor@s diputad@s. Les dijeron todas esas cosas que ya conocen de sobra ellos, sus millones de representados -nosotros- y los medios de comunicación allí presentes, pero que conviene que sigan oyendo de vez en cuando. Por si se les olvida. Por si los corruptos y los ladrillos que los sostienen no les dejan ver la realidad. Mucho más ahora, que la lucha de estos mártires de la globalización parece que toca a su fin. La lucha en la calle, porque la de los Tribunales no acaba más que de empezar.

Allí estaban cien o doscientos de los de siempre con sus manifiesto "al Congreso de los Diputados y a la opinión pública", su pancarta y sus impertérritas camisetas, otrora terror supino de candidatos electorales de postín. Allí estaban representados todos y cada uno de ellos. Los que se quedaron en el camino y los que, maltrechos, tropezaron con alguno de sus baches. Los prejubilados, muchos de los cuales han sabido ser consecuentes con su lucha y con la de sus compañeros. También los recolocables, la mayoría. Tanto los que dejaron de cobrar el paro hace un mes, y que otean el horizonte de la precariedad laboral con resignación, como aquellos que engrosarán las listas del desempleo a partir del 31 de julio que viene y que, paradójicamente, fueron la antesala del acuerdo que levantó el inolvidable Campamento de la Esperanza. Y, como no, sus compañeros miembros de la junta directiva de la Asociación.

Allí también estaba yo, cronista de lo impublicable, que al mismo tiempo que escuchaba los "buenos días" de los miembros del Gobierno a la Prensa, adivinaba el griterío lejano de unos ciudadanos que eran amablemente conducidos por la policía los más lejos posible de sus representantes. Aquella escena me dejó un tanto confuso. Si no hubiera sido por ellos, por su presencia en tan señalado día y en tan simbólico lugar, el estado de la nación española hubiera podido calificarse de excelente, como el de la Comunidad de Madrid. Hubiéramos podido afirmar sin temor a equivocarnos que, una de dos: O esta España en tan grande y libre como preconiza el presidente Aznar, o que sus mecanismos de control "extraparlamentario" funcionan tan bien, que hacen que lo parezca.

Pero, señores diputados, Señor Estado de la Nación, allí estaban.

Carlos Blanco Jiménez. Autor de "Sintel. El Callejero de la Esperanza".