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Sección: Rusia, URSS, Centenario Revolución Soviética

Título: El pasado que no pasa: la larga sombra del estalinismo. Por Christoph Jünke

Texto del artículo:



El pasado que no pasa: la larga sombra del estalinismo
Christoph Jünke · · · · ·
19/04/09

George Grosz: Recuerdo de Karl y Rosa, 1919
"Los historiadores deberían saber que los sinsentidos, cuando se los tolera -y aun
se los corteja y festeja- pueden llegar a tener una asombrosa eficacia y vitalidad.
A fin de cuentas, para cualquier espíritu racional, el grueso de la historia de las
ideas no es sino una historia de sinsentidos." Con estas palabras escritas por el
historiador británico Edward P. Thompson en 1979 terminó Christoph Jünke su discurso
de agradecimiento del premio que le fue concedido en Leipzig el pasado enero en la
Fundación Rosa Luxemburgo de Sajonia por dos libros recientes suyos, uno sobre Leo
Kofler, y otro sobre la larga sombra del estalinismo [Sozialistisches Strandgut. Leo
Kofler - Leben und Werk (19007-1995), Hamburgo, editorial VSA, 2007; y Der lange
Schatten des Stalinismus. Sozialismus und Demokratie gestern und heute, Colonia,
editorial Neuer ISP, 2007). Christoph Jünke une en su discurso las mejores
tradiciones ilustradas y racionalistas del marxismo libertario germánico con la
lúcida crítica de la historiografía marxista británica a los sinsentidos, tan
crípticos como banales, procedentes de un estructuralismo y posestructuralismo
francés que, en sus más recientes piruetas antilustradas, ni siquiera se priva,
entre arbitrarias bromas y veras, de llegar hasta la expresa apología del
estalinismo.
Damas y caballeros, queridas y queridos colegas, queridas y queridos camaradas:
No pretendo hablar en lo que sigue de la evidente conexión entre ciencia y política,
por mucho que se nos predique lo contrario. Tampoco quiero hablar de hasta qué punto
estamos todos, tanto colectiva como individualmente, en la historia, por mucho que
la ideología burguesa y la práctica de la economía de mercado adoctrinen sin desmayo
de lo contrario, a saber: de que la historia no cuenta, de que la historia es, sobre
todo, pasado; en el mejor de los casos, una carga o una hipoteca. Todos estamos en
la historia, aunque es verdad que la izquierda socialista aspira a una ruptura
fundamental con el pasado histórico real, porque ese pasado histórico está hecho de
violencia y explotación, alienación y cosificación. La historia, también la propia
historia de la izquierda, gravita pesadillescamente sobre nuestras espaldas. Y sin
embargo, da qué pensar lo que ha escrito el filósofo marxista británico Terry
Eagleton en su último libro -no por casualidad, un libro de ética-: la ruptura, una
y otra vez absolutizada, de la vanguardia con el pasado es también, según Eagleton,
una ruptura con la posibilidad de superar esa historia. Sobre eso creo yo que vale
la pena reflexionar hoy, científica y políticamente.
Pero con ello entro ya en el núcleo de mi intervención, que versará sobre la larga
sombra del estalinismo.
La esperanza de todos quienes, tras la ruptura epocal de los años 1989-91, luego del
desplome del socialismo otrora realmente existente, se consolaron con la idea de que
al menos habría desaparecido el estalinismo se ha visto frustrada: ésa es una de las
tesis centrales de mi libro sobre la larga sombra del estalinismo. Ya a comienzos de
la década de los 90 pudo observarse cómo pervive el estalinismo, al menos en el
"embelleciento y la loa de hechos y gestas estalinistas y en el sofocamiento de la
crítica antiestalinista", según constató en su momento un autor en la polémica en
torno a las Weißenseer Blätter. Se terminó demostrando que el crítico llevaba razón
con su advertencia de que en los debates de entonces lo que andaba en juego eran
algo más que escaramuzas de retaguardia. Pues lo que en aquel momento muchos
(incluido yo, dicho sea de paso) consideraban una irrelevante disputa entre gentes
irremediablemente "chapadas a la antigua" y ancladas en el pasado, se ve ahora, 15
años después, de manera harto distinta. Desde entonces, los intentos, cada vez más
comprehensivos, de justificar el estalinismo, no sólo como fenómeno histórico, sino
también como teoría y práctica políticas, han ido cobrando perfiles cada vez más
claros. Eso es lo que observo yo -en la segunda parte de mi libro- en autores como
Domenico Losurdo, Luciano Canfora, Hans Heinz Holz y otros, cuya resonancia y
reputación no hay que echar tampoco a humo de pajas.
Las maniobras ideológicas de este espíritu de época, no demasiado original,
comienzan ya con la puesta en cuestión, seriamente y bajo aplauso público, de que
pueda en realidad hablarse de estalinismo. Las mismas gentes que no se cansan de
colgarse la positiva medalla de "marxista", al tiempo que repudian, como negativa,
la etiqueta de "trotskista", rechazan el concepto del estalinismo, no viendo en él
otra cosa que un circunloquio para referirse a la era de dominio de una determinada
persona histórica.
En efecto, el estalinismo era y es, por lo pronto, un fenómeno histórico, y refiere
a la época soviética bajo Stalin. Ha habido en las pasadas décadas un sinnúmero de
intentos de conceptuar el contenido y la forma de esa formación social
históricamente inédita: comunismo, comunismo primitivo, socialismo, socialismo
realmente existente, socialismo nominal, socialismo estatalmente administrado o
burocrático, colectivismo burocrático o despotismo asiático, Estado obrero, Estado
obrero burocrático o degenerado, etc., etc. Que ninguno de esos conceptos haya
logrado imponerse efectivamente, tiene que ver en mi opinión con las graves
desventajas que traen consigo esas descripciones. Pues ocurre que ninguna de las
apelaciones retrospectivas al socialismo, y aun al comunismo, satisfacen mínimamente
los criterios que la tradición socialista y marxista dejó un día a justo título
sentados. Todos esos conceptos han contribuido todavía más a confundir las cabezas
de los emancipandos y a desacreditar duraderamente la idea misma de socialismo. Pero
también conceptos más adecuados científicamente, como burocracia y Estado obrero,
tienen sus inconvenientes: ¿cómo deslindarlos limpia y operativamente de otras
instituciones, movimientos y Estados burocráticos? ¿Y cómo evitar las connotaciones
positivas de un Estado "obrero", en el que los obreros, manifiestamente, jamás
llegaron a prevalecer y dominar?
Mientras la política y la ciencia no hallen un concepto mejor, o no se me ocurra a
mí otro más adecuado, yo seguiré empleando el concepto generalmente utilizado y en
sí poco significativo y poco cortés de estalinismo. Me sumo así a quienes han
considerado ese estalinismo histórico como un específico sistema de dominación
socio-política, ni capitalista ni socialista (al menos, de acuerdo con los criterios
de los clásicos socialistas). Considero el desaparecido sistema soviético como una
sociedad de transición congelada, organizada y dirigida por una capa burocrática
procedente del movimiento obrero, de la clase obrera. En la primera parte de mi
libro intenté una recuperación crítica nueva de décadas de viejos debates sobre lo
que propia e históricamente fue el estalinismo. Y lo hice con una mirada
paradigmática puesta en destacados pensadores de la izquierda socialista, como
Werner Hofmann, Isaac Deutscher, Georg Lukács o Leo Kofler, entre otros.
El estalinismo fue y es, por encima de todo, un fenómeno histórico. El estalinismo
fue y es, sin embargo, más que un sistema históricamente específico de dominación.
Pues ese sistema social sedicentemente socialista ha sobrevivido muchas décadas a la
muerte de su creador: no, acaso, en sus excesos de violencia, pero sí en sus
fundamentos sociales, en sus estructuras e ideologías. Es más: el sistema social
fundado por Stalin con violencia y perfidia, no sólo ha sobrevivido durante décadas
a su fundador, sino que ha sido aplicado también en otros contextos históricos y
geográficos. Visto con ese trasfondo, el estalinismo no es sólo un fenómeno
histórico, sino que es también una teoría y una práctica políticas, un tipo
específico de pensamiento y acción políticos, y como tal, pasible de ser
completamente separado de la persona de Stalin y de la Rusia soviética. Una parte de
la investigación del estalinismo hoy predominante, en cambio, entiende el
estalinismo como un fenómeno puramente histórico y rechaza explícitamente cualquier
ampliación del concepto más allá del foco puesto en el terror estalinista de los
años 30. Aun si esa posición se solapa de manera interesante con determinadas
tradiciones de la historiografía de izquierda, yo la tengo por histórica y
políticamente falsa.
Yo me sitúo en una tradición no menos importante, en una tradición a la que también
pertenece un Leo Kofler, sobre cuya vida y obra publiqué un voluminoso estudio, que
es el otro libro por el que hoy tengo que agradecer la distinción de este premio.
Los análisis del estalinismo que hizo Leo Kofler a comienzos de los años 50 -Kofler
era mucho más, claro está, que un crítico del estalinismo- significaron en el
espacio germanoparlante el primer intento sistemático, después de la II Guerra
Mundial, de criticar la teoría estalinista con instrumentos marxistas. Y yo no puedo
menos de destacar hoy, aquí, en Leipzig, que esos análisis del estalinismo fueron
una elaboración directa de las experiencias que el propio Kofler tuvo que, o se vio
obligado a, vivir en la joven RDA. Para Kofler, el pensamiento estalinista es una
tergiversación de raíz tanto del marxismo propio como del marxismo real. La teoría y
la práctica estalinistas son para él adialécticas, mecánicas, antihumanistas y
antiemancipatorias: ideología de la dominación de una casta burocrática. Con su
crítica del estalinismo como ideología -en cuyo detalle no podemos desgraciadamente
entrar aquí-, Kofler logró construir una gramática teórica del pensamiento
pseudosocialista "estalinoide". Lo que le permitió también comenzar a acercarse ya
entonces al problema de la supervivencia póstuma del estalinismo. Y no fue parte
menor en su logro el que, como verdadero marxista que era, hubiera entendido
cabalmente que a la consciencia del hombre de acción hay que atribuirle un papel
activo, lo que le llevó, a su vez, a entender que también el estalinismo era más que
un mero descarrilamiento específicamente ruso de la historia, y que ocurre, antes
bien, que su dinámica surge asimismo de los problemas objetivos que se plantean en
cualquier transición hacia una planificación económica socialista.
Con esto llego a un punto decisivo en mi argumentación. Sigue valiendo lo que el
historiador británico y socialista Edward P. Thompson escribió a fines de los años
70, cuando constató lo siguiente:
"Si comprendemos el estalinismo como (...) un sistema de formas y prácticas
institucionales, de teorías y conductas de dominación abstractas, entonces hay que
concluir que la 'generación postestalinista' está aún por nacer."
Y la pregunta que yo me hago es: ¿por qué, viendo las cosas materialistamente, es
eso así? ¿Por qué no quiere pasar ese pasado? ¿Por qué el estalinismo histórico
sigue proyectando una tangible sombra sobre la izquierda alemana? Yo veo sobre todo
dos razones, una histórica, y otra, de política actual.
La primera parte de la respuesta, la razón histórica, hay que buscarla en la
respuesta común de que el filoestalinismo es una especie de carga arrastrada del
pasado. En efecto, el estalinismo histórico tiene efectos multiformes, tanto
prácticos como teóricos. Están los inmediatamente afectados, los victimarios y las
víctimas, los véterocomunistas y los postcomunistas, los "chapados a la antigua" y
los que se han apartado del pasado. Pero también hay afectados indirectos más allá
de los ambientes de izquierda, y por el peso que tienen han de ser mucho más
significativos. Partes esenciales del pensamiento político-social y
filosófico-social de nuestro tiempo no pueden entenderse, si no se entiende que son,
y por mucho, con razón o son ella, una reacción intelectual a la historia y a la
ideología del comunismo estalinistamente deformado. También en la Europa oriental
actualmente en camino hacia el capitalismo está el estalinismo todavía presente de
una manera más que intelectual. Sin una comprensión de lo que fue la burocracia
otrora "socialista", apenas se entendería el mafioso capitalismo de transición que
se halla en la Europa oriental. Y la Alemania ampliada es, en la medida
correspondiente, parte de la herencia este-europea, política, económica y
culturalmente.
Precisamente en la Alemania del Este la cada vez más predominante "estalgia" [juego
de palabras con "nostalgia"; T.] muestra también que la larga sombra del
estalinismo, en contra de la opinión aquí corriente, no sólo se nutre de una
historia pasada hace mucho tiempo, sino, más todavía, de la actualidad
sociopolítica, de las hondas decepciones provocadas por 20 años de una unidad
alemana que ha privado de hacienda y de consciencia, de tradición y de dignidad.
Lo que me lleva a la segunda razón, la actual, que explica la larga sombra del
estalinismo. Más que con un voluntario regreso a la dictadura de la SED [Partido
Socialista Unificado de Alemania], esa nostalgia tiene algo que ver con "el anhelo
de volver a un período de seguridad social y bienestar público" (de acuerdo con el
politólogo británico Peter Thompson en su libro sobre la crisis histórica de la
izquierda alemana). En esa actitud, yo veo desde luego algo eminentemente
emancipatorio. Y sin embargo, esa actitud puede expresar al propio tiempo algo
profundamente paternalista. Las transiciones al autoritarismo social, y las
estructuras mentales estalinistas persistentes que puedan prosperar ocasionalmente a
partir de esa actitud, son sobre todo operativas allí donde no se ha dado una
verdadera desestalinización del pensamiento, una circunstancia que afecta más a la
izquierda alemana que a otras izquierdas europeas. Y son operativas allí donde esa
falta de desestalinización se amalgama con las nuevas realidades de una barbarie
neoliberal, es decir, con la lucha de clases desde arriba y el consiguiente vaciado
de las conquistas democráticas y socialistas. Precisamente en esos procesos halla
ahora el acto reflejo del regreso al discurso estalinista su suelo nutricio.
Entiendo, pues, el filo y el neoestalinismo como una de las varias formas
político-ideológicas de reacción al estado de nuestro sistema social en la Alemania
unificada, es decir, a la forzada transformación hacia la imperante democracia de
sesgo burgués-capitalista. El malestar provocado por esas tendencias regresivas
comienza a politizarse de nuevo desde hace algunos años. Y así como observamos una
recuperación de muy diversas tradiciones de la vieja y buena izquierda alemana
-Abendroth, Kofler, Richard Müller y muchos otros-, así también muchos regresan a
las tradiciones estatalistas del movimiento obrero y sindical estalinista.
Una explicación así, huelga decirlo, no puede ser también una justificación. Pues,
como observó hace ya 50 años Leo Kofler, cualquier nuevo intento socialista será
democrático o no será. Un nuevo intento socialista sólo puede ser mayoritario y
victorioso, si no contrapone libertad política y libertad social; si consigue unir
práctico-políticamente la libertad política y la libertad social en una nueva etapa
histórico-universal de libertad; si finalmente hace suyo lo que la buena y vieja
Rosa Luxemburgo formuló hace ya 90 años con estas palabras tan célebres como
malfamadas, y es a saber: que la democracia socialista...
"... no empieza de la nada en el país objeto de loa, cuando se han sentado ya las
bases de la economía socialista, como si se tratara de un regalo empaquetado de
navidades para el bravo pueblo que, entretanto, ha sido capaz de sostener fielmente
a un puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista empieza
simultáneamente con el derrocamiento de la dominación de clase y la construcción del
socialismo. Comienza desde el momento mismo de la conquista del poder por el partido
socialista."
Por eso todos los intentos de seguir maquillando, defendiendo o justificando el
estalinismo histórico en su teoría y en su práctica no sólo son moralmente
rechazables, sino que significan también una regresión política. Caen en aquella
forma política autoritaria, pedagógico-dictatorial, que no puede sacar a la
izquierda de su crisis histórica, porque precisamente esa política autoritaria y
pedagógico-dictatorial es parte, y no pequeña, de lo que le ha llevado a la
situación actual.
Leo Kofler nos llamó, fundadamente, la atención sobre esto: no se comprende
realmente el estalinismo, en todas las concretas circunstancias históricas que lo
originaron, si no se entiende que refleja los problemas de cualquier transición del
capitalismo al socialismo. Esa idea merece ser hoy profundizada: mientras se siga
reflexionando, discutiendo y debatiendo políticamente sobre procesos de
transformación social que vayan más allá de la forma de sociedad
burguesa-capitalista, seguirá dándose la tentación de un substitucionismo
político-social, es decir, del atajo autoritario y pedagógico-dictatorial ensayado
por una autoproclamada vanguardia, en vez de emprender una vía determinada por una
amplia mayoría de la población en el sentido más genuino del término. Ese llamado
substitucionismo fue lo que operó, tan clásica como fatalmente, en el estalinismo
histórico; pero no puede reducirse al estalinismo histórico.
En ese marco entiendo yo la larga sombra del estalinismo, no sólo como una sombra
proyectada desde el pasado. No es sólo un problema de la historia. La larga sombra
del estalinismo es, al propio tiempo, una sombra que se proyecta sobre nosotros
desde el futuro, es decir, un problema que se le presenta a cualesquiera teorías y
prácticas de transformación del statu quo.
Es urgente y vale, pues, la pena seguir trabajando en el tema del estalinismo. Es
verdad que el filo y el neoestalinismo no constituyen aún corriente
político-organizativa identificable alguna, sino que se trata, sobre todo, de una
corriente político-intelectual. Pero es imperativo combatir también intelectualmente
los hipotéticos sinsentidos. El ya mencionado Edward P. Thompson llevaba toda la
razón, cuando observó en su día que los sinsentidos convertidos en modas
intelectuales no desaparecen de la noche a la mañana sólo con cerrar los ojos, y
hacer como que no existieran:
"Los historiadores deberían saber que los sinsentidos, cuando se los tolera -y aun
se los corteja y festeja- pueden llegar a tener una asombrosa eficacia y vitalidad.
A fin de cuentas, para cualquier espíritu racional, el grueso de la historia de las
ideas no es sino una historia de sinsentidos."
Christoph Jünke ha ganado este año el premio a la investigación otorgado por la
Fundación Rosa Luxemburgo de Sajonia.
Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

www.sinpermiso.info, 19 abril 2009

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 20/04/2009 - Modificar

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