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Título: Callejero franquista: LA PERVIVENCIA DEL FRANQUISMO EN EL CALLEJERO MADRILEÑO- Enlace 1 - Enlace 2 - Enlace 3

Texto del artículo:

Callejero franquista







LA PERVIVENCIA DEL FRANQUISMO EN EL CALLEJERO MADRILEÑO




Antonio Ortiz Mateos

Historiador




ooo0ooo


 


?

PRÓLOGO AL CALLEJERO
FRANQUISTA (O LA
MEMORIA SECUESTRADA
)





Daniel Morcillo Álvarez







Arquitecto.
Secretario General del Partido Comunista de Madrid





En
1978 el pueblo español dio un paso en su historia al aprobar una constitución
que debía reconocer un estado de libertades, la igualdad entre los individuos,
la justicia universal y gran parte de los derechos por los que a lo largo de
casi un siglo había estado luchando la clase trabajadora. Esa constitución
supuso una renuncia importante a gran parte de las reivindicaciones que los
diferentes movimientos antifranquistas habían estado defendiendo a lo largo de
los 40 años de dictadura, caracterizada por mucho que algunos cueste
reconocerlo por la represión, la tortura y la muerte. Esta renuncia se hizo en
favor de lo que entonces se llamó la reconciliación nacional, con el objetivo
de crear un nuevo marco de convivencia en el que pudiéramos referenciarnos los
diferentes pueblos que en España convivimos.





Aquel
paso abría la puerta al reconocimiento histórico de las luchas contra la
dictadura, pues devolvía derechos usurpados y libertades pisoteadas durante los
años de la ignominiosa dictadura. El paso dado, entre otros por el Partido Comunista
de España, representaba un símbolo que debía ser tenido en cuenta en nuestra
Historia, pues sin estos movimientos políticos y sociales nunca hubiera sido posible
ni esa constitución, ni esa llamada reconciliación. Es decir, o la democracia
era para todos o no era. Sin embargo, aquellos acuerdos nacidos de la necesidad
de reconocernos como pueblo y de asumir nuestras diferencias dentro de un marco
institucional que respetara las libertades y los derechos colectivamente
aprobados y aceptados, pronto se demostraron frágiles, hasta cierto punto
inciertos y claramente controlados sólo por una parte de  la sociedad.





Vayamos
por partes. Es común la expresión de que la Historia la hacen los vencedores, y por primera
vez, los españoles intentamos hacer una historia colectiva, construida a partir
de los  acuerdos a los que nos referíamos.
Este experimento, ciertamente ingenuo, ha supuesto no sólo la aceptación
colectiva de la historia de los vencedores, sino la asimilación de una serie de
valores hegemónicos que han dejado en el olvido, cuando no en el persistente
rechazo, una  gran parte de los valores y
los hechos que guiaron en el pasado las luchas que consiguieron arrebatar los
derechos y libertades actuales. De esta forma, se traslada a la sociedad la
idea de que derechos y libertades son un estado natural del sistema capitalista
dominante y que cualquier otro sistema haría perder las condiciones
democráticas que, podríamos decir, disfrutamos. De esta forma, cae la sociedad
en la apatía social, el conformismo y el individualismo al no conocer las
luchas colectivas emprendidas en el pasado, por no decir de un miedo
estructural a perder las comodidades
de la democracia representativa.




No
debemos perder de vista que el control de la historia es un eficaz instrumento
para el control social, de tal forma que la memoria se convierte en el elemento
de normalización que permite la exclusión, por sí misma, de todo aquello que no
coincide con los hechos y valores supuestamente consensuados y realmente
impuestos.




Otro
elemento que tenemos que tener en cuenta para dar sentido al presente prólogo, es
que una ciudad es el resultado de una acumulación de memoria que conlleva la
producción de una identidad colectiva representada en un espacio físico. La
identidad se basa en un universo simbólico heterogéneo pues, a su vez, es el
producto resultante de conflictos dados en la Historia entre clases
sociales diferenciadas y enfrentadas a lo largo del tiempo.




En
este sentido, el Estado pretende el control de este simbolismo a través de las
diferentes instituciones que lo componen, pues de esta manera puede intervenir sobre
la identidad colectiva, más en una sociedad de individuos como la actual que se
esfuerza en buscar referencias históricas para ubicarse en el presente a partir
del pasado. Por eso el refuerzo de determinado argumentario histórico hace
posible que la línea del tiempo no se interrumpa y de esta forma  se borre definitivamente cualquier elemento
que enturbie el discurso oficial y hegemónico imperante. Es por ello que las
ciudades son un poderoso instrumento de hegemonía cultural en el que las clases
y la lucha entre ellas quedan ocultas tras el discurso institucional
normalizado.




Tal
es así que hemos observado desde el regreso de la democracia institucional cómo
los Ayuntamientos han ido produciendo una identidad urbana a base de una imagen
de modernidad que destierra toda posibilidad de mezcla y heterogeneidad
histórica. Así, la creciente desindustrialización vivida desde los años 80 se
ha caracterizado en las ciudades por la obsesión institucional por borrar de ellas
cualquier recuerdo del pasado fabril, la sociedad de la máquina, la explotación
del patrón al obrero, la pobreza e incluso miseria de la clase trabajadora, y
por supuesto, la represión, los conflictos urbanos generados, la exclusión, las
luchas colectivas por la mejora de la calidad de vida, las huelgas, etc. Este
es el resultado de un gran proceso de normalización que pretendía desembocar en
el alumbramiento de una nueva sociedad sin vínculos con ese pasado, sin clases
y por supuesto, sin lucha de clases. Es un pasado que la clase dominante quiere
olvidar por temor a que se encuentren referencias que hagan justificar una
lucha que termine con sus privilegios actuales.




Otro
aspecto que debemos valorar es que para el sostener la hegemonía cultural, el
poder dominante debe normalizar el pasado dentro del universo simbólico al que
nos referimos, es decir, la Historia
tiene que acumular una memoria capaz de producir esa nueva sociedad, sin
interferencias ni contradicciones, sin luchas ni hostilidades. La nueva
sociedad no puede basarse en luchas de clase, en la explotación y en la
represión por ello, y por tanto todo aquello que nos conduzca a esa memoria debe
quedar oculto, ignorado, desterrado de los mecanismos de producción de memoria
e identidad. La represión pasada se debe dulcificar, normalizar y justificar
por el devenir histórico, negando la realidad de que es producto de una lucha
ideológica, y no el resultado de unas condiciones naturales en un ser humano
que va desarrollándose con el paso del tiempo y que no era consciente de su
propia naturaleza.


 


Estos
aspectos son importantes tenerlos en cuenta para entender cuál es el espacio
urbano producido en estos años de democracia formal y representativa. El caso
de Madrid es aún más significativo, después de haber vivido una década de
profundos cambios que eran guiados por la obstinación por incorporar a la
ciudad dentro del circuito financiero mundial. La obsesión que los gobiernos
sucesivos han tenido para situar a Madrid en numerosos ranking ha contribuido a
desviar la atención sobre determinados aspectos de la memoria colectiva que en
definitiva han supuesto la consolidación de una Historia basada en una memoria
construida a base del olvido.


 


En
este punto y en este contexto podemos y debemos enmarcar el trabajo que Antonio
Ortiz nos presenta sobre la pervivencia del callejero franquista en la ciudad
de Madrid. Retirados aquellos nombres más evidentes, se recupera gran parte de
la nomenclatura primitiva, que igualmente hacía referencia a una estructura de
poder en donde los trabajadores no estaban representados. En nombre de la
reconciliación nacional se evitó recuperar nombres y espacios designados
durante la breve II República, y de esta manera se permitió la construcción de
una memoria basada en el olvido de uno de los momentos más enriquecedores
cultural y políticamente de la
Historia
de nuestros pueblos.


 


Sin
embargo, el callejero aún muestra muchos de los nombres que la Dictadura puso a
nuestras calles, nuestros espacios públicos o nuestros edificios, manteniendo
una testimonial referencia a algunos de los espacios y momentos históricos con
los que se pudiera sentir identificada la clase trabajadora. A través de este
mecanismo tan aparentemente inocente, se contribuye a normalizar el pasado, se
atreve a normalizar la
Historia
y por tanto se usurpa a la clase trabajadora la
capacidad de generar un ideario colectivo basado en su propia historia y en su
propia memoria, viéndose condenada a aceptar una Historia de la que ha sido
expulsada.


 


Tampoco
podemos obviar que en Madrid se ha producido un espacio en donde se representa
un poder basado en unos valores hegemónicos asimilados por gran parte de la
sociedad. Pero esto no sólo es propio de los últimos gobiernos y su obsesión
por la homogenización del espacio. Desafortunadamente, los primeros gobiernos
democráticos pusieron las bases que dieron lugar al desatino actual. Las
remodelaciones vividas en gran parte de la ciudad tuvieron como loable objetivo
el mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, pero eso se hizo a
costa de su memoria y de borrar los rastros de identidad, aceptando un
formalismo urbano propio de la clase dirigente, cuando no un historicismo
acrítico. Por ejemplo, las periferias construidas en las décadas de los 50 y 60
del siglo XX fueron mejoradas, sufrieron importantes inversiones en
equipamientos, espacios verdes y remodelación completa de algunos  barrios, pero esta mejora se hizo a costa de
eliminar los registros de la memoria colectiva de luchas, de huelgas, de
manifestaciones, de solidaridad y defensa de clase.


 


Pocas
referencias quedan en Villaverde, por ejemplo, del pasado fabril en donde las
huelgas no sólo desafiaban a la dictadura, sino que aglutinaban a los
trabajadores y sus familias en la defensa de mejoras de las condiciones de
trabajo, aumentos salariales o en respuesta a unas difíciles y duras
condiciones de vida. Tampoco encontraremos referencia alguna en el centro de
Madrid no ya a los centros de tortura existentes en la Puerta del Sol, sino a los
espacios donde las asociaciones de vecinos pelearon hasta bien entrados los
años 80 en contra de la carestía de la vida, el estado de sus calles, la
ausencia de equipamientos, etc. En cambio, sí podemos fotografiar los osos y
madroños, los reyes-alcaldes, los relojes, los kilómetros-cero y las
mariblancas que presiden los ejes visuales del corazón de Madrid, como testigos
de un pasado sin interrupciones, una sucesión natural de hechos que han
conducido desde la tiranía monárquica del siglo XVIII hasta la tiranía de los
mercados financieros del siglo XX.








No
hay espacio para otra historia ni para otros protagonistas, porque frente a la
producción de un espacio del poder dominante, no existen en Madrid muchas
referencias a un pasado conflictivo pero protagonizado por la clase
trabajadora. No existe ningún lugar de memoria donde los trabajadores puedan
sentirse identificados y construir con ello una historia capaz de transformar
la realidad actual. Así la simbólica Prisión de Carabanchel fue derribada con
la nocturnidad propia de la cobardía de las ideas evitando que pudiera
convertirse en un espacio de producción de memoria, o la Plaza de Antón Martín,
presidida por el monumento que Juan Genovés dedicó a nuestros abogados asesinados por los fascistas en enero de 1977
está suficientemente dulcificado con mobiliario urbano, bocas de metro e
improvisado aparcamiento de motocicletas.






En
definitiva, la referencia al callejero y su nomenclatura no es por tanto sólo
una cuestión de agresión democrática al mantener una simbología fascista y
mucho menos es una cuestión de resentimiento o venganza. Al contrario, es una
cuestión de producción de identidad a través de la memoria, donde la
persistencia en mantener la nomenclatura actual hace normalizar una Historia en
la que gran parte de la clase trabajadora sufrió represión, tortura,
persecución e incluso muerte. Es decir, la cuestión es que a través de la aceptación
del callejero se normaliza el pasado, se excluye a una mayoría de la sociedad
de la Historia
y se consolida ante las nuevas y futuras generaciones una historia normalizada
en donde la lucha por los derechos sencillamente, no existe.






La
supresión de estos nombres no es por tanto suficiente.  Debemos reclamar la producción de un espacio
colectivo, y para ello es necesario que nosotros mismos reconozcamos el peso
que tienen las ciudades y la representación de la memoria que en ella se da.
Son necesarios más lugares de memoria, pues el poder tiene la ciudad entera
para representarse; necesitamos más referencias a nuestro pasado y más
presencia en nuestro presente. No sólo se trata de tomar las calles, sino que
se trata de producir un espacio que como clase nos pertenece y al que de
momento, hemos renunciado.





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?

PERVIVENCIA DEL FRANQUISMO EN EL
CALLEJERO MADRILEÑO




Antonio
Ortiz Mateos. Historiador. 2013




A
pesar del tiempo transcurrido desde la aprobación de la Ley 52/2007, de 26 de
diciembre, conocida como Ley de la Memoria Histórica, numerosas calles y
edificios públicos de Madrid continúan conmemorando, a través de los más
siniestros personajes o hechos, “la sublevación militar de la Guerra Civil y de
la represión de la Dictadura”,[1]
habiéndose dado la paradoja que el responsable de tal incumplimiento, el
alcalde de Madrid en aquellas fechas, Alberto Ruiz Gallardón, fuera nombrado
ministro de Justicia en el primer gobierno de Mariano Rajoy, tal vez como
recompensa a tan sólidos principios.


 


Todo
arranca el 22 de febrero de 1938, o II Año Triunfal, fecha en la que el Ministro
de Educación Nacional franquista, Pedro Sáinz Rodríguez, publica en el BOE la
Orden ministerial por la que se constituía la Comisión de Estilo en las
Conmemoraciones de la Patria.[2] Según
la misma:




“Artículo primero.-
Será sometido a normas generales y comunes, cuya fijación será establecida a
breve plazo, cuanto concierna a la construcción de edificios o edículos,
erección de monumentos, fijación de lápidas y sus inscripciones y hasta
atribución de nombres a lugares o cambio de los que tuvieran, así como
cualquier otra forma de conmemoración artística del sentido, acontecimientos,
figuras, glorias y duelos de la actual lucha nacional de España, así como las
de su glorioso pasado histórico.




Artículo segundo.-
Para establecer dichas normas y emitir en cada caso el dictamen necesario, al
planteamiento y realización de cada una de las iniciativas que en este orden se
produzcan, se crea una Comisión formada por Académicos del Instituto de España,
entre los cuales son designados por esta Orden los Excelentísimos señores
siguientes: D. Eugenio d’Ors, de las Reales Academias Españolas y de Bellas
Artes, Jefe Nacional del Servicio de Bellas Artes; D. José Antonio de
Sangroniz, de la Real Academia de la Historia; D. Leopoldo de Eijo y Garay, de
la Real Academia Española, Obispo de Madrid-Alcalá; D. Vicente Castañeda, de la
Real Academia de la Historia, y D. Pedro Muguruza, de la Real Academia de
Bellas Artes, con misión de velar conjuntamente por la mayor pureza y honor del
repetido orden de conmemoraciones en los aspectos patriótico, religioso y
artístico.




Artículo tercero.- A
dicha Comisión, que recibirá el nombre de “Comisión de Estilo en las
Conmemoraciones de la Patria”, se sumarán, a título honorífico y a la vez
activo, es decir, con la misma intervención y atribuciones que sus miembros
académicos, el General D. José Moscardó y Dª María del Pilar Primo de Rivera,
en homenaje a su calidad de representación viva del heroísmo que esos
monumentos han de perpetuar.”




Días
más tarde, el BOE publicaba una nueva disposición,[3]
firmada en esta ocasión por Ramón Serrano Súñer, relativa a la revisión de los
nombres de las “vías y plazas públicas”:




“En el fenecido
régimen político español acontecía, con relativa frecuencia, que los cambios
políticos fueran acompañados de un singular empeño de nimias alteraciones. Y
acaso como signo de vitalidad de los adventicios, se pretendían hacer pasar
acuerdos y resoluciones del peor estilo localista. Resultaba de esta manera
bastantes castigada la nomenclatura de las vías municipales, sujeta a los
vaivenes de la política, con agravio de la Historia unas veces, de la Tradición
otras, de la cultura en ocasiones y de la conveniencia del vecindario casi
siempre.




Pero nuestro
Movimiento Nacional no puede solidarizarse con esas costumbres, que al mismo
tiempo que significan un desvío del recio sentido de la continuidad, pueden
contribuir a cierta desorientación en el aprecio de los valores pretéritos. Es
necesario, pues, vigilar desde el Centro estas manifestaciones de la vida
ciudadana, para evitar actuaciones censurables.




En su virtud, este
Ministerio ha tenido a bien disponer:




1º Las Comisiones
Gestoras municipales se abstendrán de acordar revisiones generales de los
nombres de vías y plazas públicas de las localidades.




2º Sólo en casos de
evidente agravio para los principios inspiradores del Movimiento Nacional o en
otros de motivada y plena justificación, podrán acordar la supresión de las
denominaciones actuales, previa consulta al Servicio Nacional de Administración
Local, del Ministerio del Interior.




3º Para satisfacer el
deseo de honrar la memoria de hombres ilustres o de hechos laudables, podrán
servirse de las calles nuevas o de las afectadas por las supresiones
excepcionales a que el apartado anterior se refiere.
           




Burgos, 13 de abril
de 1938. II Año Triunfal.




RAMÓN SERRANO SUÑER”




Al
igual que con los nombres de las vías públicas, el 18 de octubre de 1938, Pedro
Sainz Rodríguez firmaba en Vitoria una Orden[4]
estableciendo los criterios y directrices a adoptar para la denominación de
“escuelas y Grupos escolares”, honrando “a los valores representativos de
nuestra gran gesta”:




            “4º-
Para estas denominaciones, se tendrán en cuenta las siguientes normas:


            a)
Figuras representativas de nuestro Movimiento Nacional.


            b)
Hombres ilustres por su valer y significación nacional.


            c)
Héroes de nuestra Cruzada.


            d)
Maestros muertos en campaña o asesinados por los rojos.

            e)
Personalidades altruistas en el orden docente.”





Terminada
la Guerra Civil, el 24 de abril de 1939, el que fuera alcalde de la capital,
Alberto Alcocer y Ribacoba, remitía a la Comisión Municipal Permanente del
Ayuntamiento de Madrid, para su adopción, la siguiente propuesta:  




“A la Excma. Comisión
Permanente.




Entiende esta
Alcaldía Presidencia que urge limpiar a Madrid de todos los símbolos y nombres
que ha dejado en sus vías públicas un régimen político corrompido y nefasto
para la Patria, y que prevalezca el sentido tradicional y limpio de España, en
la continuidad de grandeza que le ha impreso el heroísmo de sus hijos venciendo
a la barbarie.




En su virtud tiene el
honor de proponer a V.E. se digne adoptar, con carácter de urgencia, los
siguientes acuerdos:




1º.- Que, en lo
sucesivo, se designen con el nombre que se expresa las siguientes vías
públicas:




·       
Paseo de la Castellana                        Av
del Generalísimo Franco


·       
Gran Vía en sus 3 trozos                     Av
de José Antonio


·       
Pz de las Cortes                                  Pz
de Calvo Sotelo


·       
C/ del Príncipe de Vergara                  Av del General Mola


·       
C/ de Abascal                                      C/
del General Sanjurjo


·       
C/ del Cisne                                        C/
de Eduardo Dato


·       
C/ de Torrijos                                      C/
del Conde de Peñalver




2º.- Que se
restituyan a las vías públicas los nombres que ostentaban antes del 14 de abril
de 1931, con excepción de las de nueva apertura, cuyas denominaciones quedarán
sometidas a lo que se determina en el apartado siguiente.




3º.- Que se nombre
una Comisión, presidida por la Alcaldía Presidencia, o Teniente Alcalde en
quien delegue, e integrada, además por 4 Regidores, 3 vocales designados
libremente por el Instituto de España entre personas pertenecientes a Academias,
y como Secretario, con voz y voto, el Director de la Biblioteca Municipal; y




4º.- Que por el
Ayuntamiento se construya una lápida, con el fin de situarla en el primer trozo
de la Gran Vía, que conmemore el hecho de que las obras de la misma se comenzaron
siendo Alcalde de Madrid el Conde de Peñalver.




Casas Consistoriales
de Madrid, 24 de abril de 1939.




Año de la Victoria.”[5]




El
día 30 de mayo de 1939 celebró la Comisión su sesión constitutiva, estando
presentes: el Alcalde, Conde de Peñalver; los regidores Conde de Elda, Conde de
Casal, Ángel González Palencia y José Navarro Morenes; los académicos Vicente
Castañeda (de la Academia de la Historia), y Eugenio D’Ors (de la Academia de
Bellas Artes); y el Secretario, Manuel Machado, Académico de la Lengua. También
formaba parte de dicha comisión el obispo de la diócesis de Madrid y Académico
de la Lengua, Leopoldo Eijo Garay, quien dimitió el 14 de mayo, siendo
sustituido por el también Académico Ricardo León. En 1940 la Comisión terminaba
su labor, proponiendo a la Comisión Municipal Permanente un listado comprensivo
de la restitución de nombres históricos. Algunas de las calles que cambiaron de
nombre[6]
fueron:




Abascal por General Sanjurjo


Atocha, Pl. de, por Emperador Carlos V, Pl.
del


Atocha, Rda. de, por General Primo de Rivera


Capitán Domingo, por Reyes


Carlos Marx, Av. de, por Alfonso XIII, Av. de


Castelar, Pl. de, por Cibeles, Pl. de la


Castellana, Pº de la, por Generalísimo, Av. del


Cisne, Pº del, por Eduardo Dato, Pº de


Fermín Galán, Pl. de, por Isabel II, Pl. de


García Hernández, Pl. de, por Rey, Pl. del


General Arrando, por General Goded


General Díaz Porlier, por Hermanos Miralles


Gómez de Baquero, por Reina


Gran Vía, por José Antonio, Av. de


López de Hoyos, Gta., por Julio Ruíz de Alda, Gta.


Moncloa, Pl. de la, por Mártires de Madrid, Pl.
de


Nicolás Salmerón, Pl. de, por Cascorro, Pl. de


Praga, Pte. de, por Héroes del Alcázar, Pte.
de los


Progreso, Pl. del, por Tirso de Molina, Pl. de


Príncipe de Vergara, por General Mola


Recoletos, Pº de, por Calvo Sotelo, Pº de


República, Pl. de la, por Oriente, Pl. de


Riego, por Batalla de Brunete


San Vicente, Pº de, por Onésimo Redondo, Pº de


Santa Engracia, por Joaquín García Morato


Santa María de la Cabeza, Gta. de, por Capitán Cortés, Gta. de


Torrijos, por Conde de Peñalver




Tras
la aprobación de la Constitución Española de 1978 y la formación de los
primeros ayuntamientos democráticos tras la Guerra Civil, el 18 de junio de
1979 la Comisión Informativa de Cultura aprobaba los criterios para la
“recuperación de la toponimia urbana de Madrid”:




“A) Proceder con el máximo respeto a las denominaciones tradicionales
de nuestras calles, adoptando las medidas necesarias para su pronta
recuperación.




B) Denominación de las denominaciones duplicadas existentes.




C) Estudio y supresión de las denominaciones fijadas individualmente
por particulares en beneficio de familiares o adláteres.




D) Reducir al mínimo los perjuicios económicos que conlleve la
recuperación de las denominaciones tradicionales, haciendo público con el
margen de tiempo, no inferior a seis meses, las modificaciones que se adopten.”
[7]




El 25 de Enero de 1.980 se tomó en el Ayuntamiento de Madrid el
acuerdo municipal de cambiar 27 calles dando una moratoria de seis meses para
su entrada en vigor a fin de que las personas y entidades afectadas tuvieran
tiempo para adaptarse al nuevo callejero.[8]
Algunas de estas calles fueron:



Batalla de Brunete, por
Rafael de Riego


Calvo Sotelo, Pº de, por Recoletos, Pº de


Capitán Cortés, Pl. de, por Santa María de la
Cabeza, Gta. de


General Goded, por General Arrando


General Mola, por Príncipe de Vergara


General Primo de Rivera, por Atocha, Rda. de


General Sanjurjo, por José Abascal


Generalísimo, Av. del, por Castellana, Pº de la


Hermanos Miralles, por General Díaz Porlier


Joaquín García Morato, por Santa Engracia


José Antonio, Av. de, por Gran Vía


Julio Ruíz de Alda, Gta., por López de Hoyos, Gta.


Mártires de Madrid, Pl., por Moncloa, Pl. de la


Onésimo Redondo, Pº, por San Vicente, Cuesta de


Ramiro Ledesma Ramos, Gta. de, por San Vicente, Gta.


Roma, Pl. de, por Manuel Becerra, Pl.




Finalmente,
el 30 de abril de 1981 el Ayuntamiento de Madrid aprobaba “el proyecto de
normas que habrán de   del Municipio de Madrid”:




“5ª.- La actuación
del Ayuntamiento de Madrid, en la materia que regula el presente acuerdo,
responderá a los siguientes criterios:




1. La elección de
nombre para la denominación de vías y espacios públicos urbanos, es, por su
propia naturaleza, libre y discrecional. Se tendrá en cuenta en esta elección
la denominación anterior del lugar donde aquéllos estén situados, si resulta
conocida y merece ser respetada.




2. Los nombres que se
utilicen en tales denominaciones pueden preceder del campo de las artes,
letras, ciencias, tradición, etc.




3. También podrán
atribuirse nombres propios de personas, cuyos méritos y prestigio estén
suficientemente acreditados y reconocidos o que hayan contribuido a enaltecer y
honrar el nombre de la Ciudad. [...]”.
www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 16/12/2013 - Modificar

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