Texto del artículo:
Interesante debate en este blogJoan Coscubiela
Diputado en el Congreso por el grupo La Izquierda Plural
Orencio Osuna
Escritor
Bonifacio Cañibano
Periodista
Me piden que introduzca el debate sobre sindicalismo y de entrada constato la dificultad de poder hacer una reflexión serena entre tanto ruido de fondo. Pero me decido a intentarlo, porque el tema se lo merece.
Para comenzar conviene recordar que, como en muchos otros temas, esta reflexión sale marcada por un estado de opinión publicada muy consolidado, y eso es una dificultad añadida.
Conviene también constatar que en el debate sobre “sindicalismo hoy” se entrecruzan al menos tres planos, que debemos tener presente y diferenciar al mismo tiempo.
El primero y más estructural se refiere a la “crisis” de transformación del sindicalismo y las dificultades de adaptación a un entorno que la globalización ha puesto “patas para arriba”. Un proceso que se inició hace cuatro décadas y que a otros sindicalismos les pilló crecidos y consolidados, pero al español le pilló naciendo y cogiendo posiciones.
El segundo, algo más coyuntural, se refiere a las dificultades sobrevenidas, que en algunos casos adoptan forma de impotencia, para responder a los efectos de esta crisis, a las necesidades, a las expectativas depositadas y a las exigencias de los trabajadores.
Y el tercero y no menor, hace referencia a la incidencia que en el debate social tiene la ofensiva que los poderes económicos y sus representantes políticos han lanzado para derribar o debilitar cualquier contrapoder social, aprovechando la oportunidad que les brinda la crisis. Y entre los medios utilizados, además del debilitamiento institucional y legal, nos encontramos con la destrucción interesada de la legitimidad social del sindicalismo, de su reputación pública. Destruir las formas colectivas de organización y su capacidad de actuar como contrapesos sociales deviene clave para imponer la hegemonía económica, política y sobre todo ideológica del capitalismo financiero.
Analizar la incidencia de estos tres planos, sin negarlos ni magnificarlos me parece la clave para una reflexión útil, que huya de las certezas de lo conocido o de las respuestas fáciles. Por eso me ha parecido que la mejor fórmula para introducir el debate es la de la duda. No dar por seguro ni compartido nada y por el contrario plantearse muchas preguntas, incluso la más básica.
¿De qué hablamos, cuando hablamos de sindicalismo, hoy?
La pregunta puede parecer naíf, pero estoy en condiciones de afirmar que ni en el seno del sindicalismo organizado la respuesta es pacífica y no solo porque a lo largo de la historia del sindicalismo se han producido cambios muy notables.
Hoy, en las primeras décadas del siglo XXI la palabra sindicalismo describe realidades tan distintas, como la de la organización sindical de los sherpas nepalíes, la organización de las trabajadoras del textil en Bangladesh, los sindicatos de algunos países europeos implicados en diferentes formas e intensidades en la gestión del Estado Social. A todo le llamamos sindicalismo, sin olvidar las formas patológicas que adquiere en determinados países y sectores, en los que se llama sindicalismo a organizaciones que no trabajan por la emancipación de los trabajadores, sino por su control social.
Por eso en este intento de reflexión utilizaré Europa como punto de referencia, con algunas incursiones globales sin las cuales hoy no es posible entender nada.
Si hoy en España hacemos la pregunta ¿Qué son los sindicatos? nos podemos encontrar con las siguientes respuestas espontaneas – aunque no tanto-.
Organizaciones a las que el Estado les encomienda la función de defender a los trabajadores. Instituciones públicas financiadas por el Estado para que realicen determinadas funciones, como negociación colectiva, asesoramiento. Organizaciones que defienden los intereses de los trabajadores.
En mis experimentos de estar por casa con esta pregunta, incluso entre personas con responsabilidad sindical, la respuesta espontanea que menos sale es la que a mi entender mejor define a las organizaciones sindicales.
El sindicalismo nació, se convirtió en protagonista social del siglo XX y debe continuar siendo así en el siglo XXI, un “espacio de auto organización de los trabajadores para la defensa de sus intereses “
¿Estamos de acuerdo? ¿Continúa siendo así? ¿Y esto como se concreta, aquí y hoy?, teniendo en cuenta la profunda transformación de todos los elementos que alumbraron el sindicalismo como forma de organización social. Entre ellos, el sujeto histórico – la clase obrera- el hábitat económico y social en que se desarrolló. O sea la economía industrial,la sociedad industrialista, la empresa integrada, el Estado Nación.
La respuesta a esta pregunta es clave, porque de ella se desprenden otras preguntas determinantes.
¿Cuál es la misión del sindicalismo hoy?
¿Es el sindicalismo una organización para los trabajadores o de trabajadores?
¿Cómo organizar a colectivos, cada vez más amplios que no tienen vínculo permanente con una empresa, que es el hábitat natural del sindicalismo?
¿Cómo generar conciencia y prácticas de cooperación entre colectivos de trabajadores en un modelo productivo que tiende a la descentralización y a la competencia entre trabajadores?
¿Cómo dar respuesta a la estrategia del capitalismo financiero global? resumida en la frase “repartiros el salario y los derechos entre vosotros, que los beneficios del capital no se tocan y de redistribuirlos fiscalmente, ni hablar
¿De dónde nace la legitimidad del sindicalismo” ¿Y cómo se mide esta legitimidad?
¿Debe el sindicalismo asumir funciones que vayan más allá de los intereses de sus afiliados? ¿Y si es así, cuales, en qué condiciones?
¿Las funciones del sindicalismo se limitan a la mejora de las condiciones de trabajo o abarcan otros aspectos sociales?
¿Qué relación debe tener el sindicalismo con otras formas de organización social de los trabajadores fuera del lugar de trabajo?
¿Qué puede aprender o desaprender el sindicalismo de esas formas de organización social?
¿Debe el sindicalismo asumir las funciones de representación política del conflicto social? ¿Y si es así con que limites?
¿Es viable un sindicalismo propio del Estado Nación en el marco de una economía globalizada?
¿Cuál es el papel de la comunicación en el funcionamiento del sindicalismo, en su legitimidad social?
¿Es hoy el sindicalismo un instrumento útil para la lucha social y para el objetivo de la igualdad? ¿Y cómo se mesura?
Las preguntas son inacabables y este espacio se queda pequeño, pero aunque pueda parecerlo no son preguntas teóricas. Se las plantean cada día, consciente o inconscientemente, decenas de miles de hombres y mujeres sindicalistas. Y responden como siempre con la práctica, no exenta de muchas contradicciones y callejones sin salida, también de notables éxitos, no siempre reconocidos, ni tan siquiera por sus protagonistas.
Ninguna de estas preguntas tiene respuesta fácil ni única. Lo que si sería deseable es que no respondiéramos a ellas con una cosa y su contrario a la vez.
Para explicarme, nada mejor que algunos ejemplos de afirmaciones muy repetidas por parte de trabajadores, sindicalistas, empresarios, sociedad y opinión publicada.
Por parte de trabajadores cosas como “Los sindicatos solo se preocupan de sus afiliados, por eso yo no me afilio” Para a continuación decir “Los sindicatos no me resuelven el problema”
Por parte de sindicalistas cosas como: “No queda más remedio que aceptar la doble escala salarial para trabajadores de nuevo ingreso, si no queremos que los trabajadores actuales nos tumben el convenio o el Comité. Para a continuación constatar el riesgo que esos jóvenes vean al sindicato como algo ajeno.
Por parte de las empresas afirmaciones como: “Los trabajadores y los sindicatos deberían implicarse más en el futuro de la empresa”, para a continuación decir que la participación de trabajadores y sindicatos en la organización de la empresa es un estorbo. Que eso es facultad exclusiva del empresario
Por parte de la sociedad: “Yo, como trabajadora de sanidad o de educación tengo derecho a hacer huelga”, para días después olvidarse que una huelga en los transportes públicos ocasiona perjuicio a los usuarios. Por supuesto el ejemplo puede ser perfectamente en dirección inversa.
Por parte de la opinión publicada: Los sindicatos deben modernizarse y no atender solo al salario directo, sino ofrecer servicios, para a continuación decir que los sindicatos no deben hacer estas funciones. O en sentido contrario, que si deben realizarlas,exigiendoles además que la atención a los inmigrantes, el asesoramiento jurídico o la formación que deben hacer los sindicatos debe ser universal a todos los trabajadores/as y financiado solo con los recursos de los afiliados.
Si he destacado estas contradicciones frecuentes, de las que nadie estamos exentos, es para poner de manifiesto la complejidad del debate. Y para intentar huir de respuestas fáciles a algunas preguntas clave.
Apunto algunas de mis reflexiones a lo largo de estos años. Sin ninguna pretensión ni sistémica ni omnicomprensiva. Simplemente para intentar que el debate pueda estructurarse
¿ESTA EN CRISIS EL SINDICALISMO?
Creo que las organizaciones sindicales son conscientes que el sindicalismo sufre una profunda crisis de transformación, fruto de los cambios que en la economía, en la sociedad, en las estructuras sociales ha provocado la globalización. Al sindicalismo le sucede lo que a otras formas de organización social y política del siglo XX; Le está desapareciendo el hábitat que lo hizo nacer: sociedad industrialista – no me refiero solo a empresa y economía- estado nación, empresa integrada, condiciones de trabajo homogéneas fruto de las formas fordistas y tayloristas de organización del trabajo.
En todo caso, la pregunta importante es si las respuestas que está dando el sindicalismo llevan a una transformación útil y regeneradora o son simplemente conservacionistas.
¿CUÁL ES LA MISIÓN DEL SINDICALISMO HOY?
¿Continúa siendo la de ser un espacio de auto organización de los trabajadores para la defensa de sus intereses? O bien en el sindicalismo también han impactado los cambios en las categorías sociales que llevan a considerar al ciudadano como usuario, como consumidor
Es importante destacar el concepto de “auto organización” o sea la voluntad de los trabajadores de ser parte activa del sindicato y no esperar a que sean otros los que les resuelvan su papeleta y ellos solo dedicarse a esperar resultados y exigir.
Este concepto de sujeto activo, choca con una cultura dominante hoy y que avanza en el conjunto de la sociedad. El paso de la condición de ciudadanos a la de usuarios o clientes. Un tránsito cultural que impregna el Estado social – convirtiendo derechos en bienes- que afecta a la política – de la economía de mercado a la sociedad de mercado y la política de mercado, donde los ciudadanos son clientes de la política. Y por supuesto al sindicalismo, al que muchos trabajadores no ven como un espacio de auto organización, sino como un proveedor de servicios y protección.
Sin duda, las formas de organización del sindicalismo no son ajenas a estas concepciones. El debate y el conflicto entre “sindicalismo de trabajadores o sindicalismo para trabajadores” lleva varias décadas entre nosotros.
Que pueden hacer los sindicatos para ser “de trabajadores y no para trabajadores”. Supongo que disponer de una cultura y formas organizativas que lo faciliten. Aunque lo que antaño fue la asamblea de grandes centros de trabajo, ahora en un contexto de fuerte dispersión productiva resulta mucho más complejo.
SINDICALISMO Y MOVIMIENTOS SOCIALES.
¿Hay alguna experiencia positiva de los movimientos sociales que pueda ser útil para el sindicalismo? Creo que sí. La capacidad de la PAH para ser al mismo tiempo espacio de ayuda mutua y soporte emocional, mecanismo de solución de problemas individuales e impugnación del sistema, es un buen referente. Entre otras cosas porque esta es exactamente la manera en que nació el sindicalismo. ¿Qué son sino las primeras luchas mineras y los fondos de ayuda mutua? ¿Han desaparecido estas prácticas del sindicalismo actual? Mi percepción es contradictoria. Se mantienen en muchos ámbitos, donde el sindicalismo continua jugando este papel de protagonismo de los trabajadores y es más difuso en otros.
¿Y de que depende? De muchas cosas. Si el objeto de la lucha es muy cercano, los objetivos muy homogéneos y las formas de comunicación con los trabajadores son directas, es mucho más fácil el sindicalismo de trabajadores. Aunque no se conozca, porque es una realidad invisibilizada por los medios, estas prácticas son frecuentes y cotidianas hoy. Pero conviven con otras expresiones del sindicalismo, donde la amplitud de los afectados, la dispersión y heterogeneidad de intereses, dificultan estas formas de protagonismo de los trabajadores y además propician que la realidad llegue a los trabajadores y a la sociedad de manera muy “intermediada” por los medios de comunicación. El caso más evidente el de los procesos de concertación social de un lado o el de las huelgas generales de otro.
Una última pregunta. ¿Se evalúa al sindicalismo con el mismo rasante que a otras formas de organización social?
¿Alguien hace responsable a sus protagonistas de que determinados movimientos sociales hayan sido muy activos en la reivindicación y la resistencia, pero ello no se haya trasladado a triunfos tangibles? Creo que no y así debe ser.
¿Se utiliza este mismo criterio para las movilizaciones sindicales? No lo parece, creo que el grado de exigencia de utilidad concreta es diferente. ¿Por qué razones?
Me atrevo a sugerir algunas. Las formas de trabajo y su traslación a la sociedad aparecen en ocasiones muy institucionalizadas y esa imagen lleva a los trabajadores a criterios de exigencia propios de las instituciones y no de organizaciones sociales. Además los poderes, incluidos los mediáticos, no suelen preocuparse de movimientos que nacen, actúan y desaparecen. Lo que de verdad les preocupa es que estos movimientos adquieran formas estables de organización, sean sindicatos o sean la PAH. Y un tercer factor más doméstico y muy antiguo en la cultura de la izquierda es la hipercriticidad con todo aquello que no se controla. En todo caso insisto que cada una de estos interrogantes tiene respuestas – si es que las tiene- muy complejas.
¿QUE PAPEL DEBE DESARROLLAR EL SINDICALISMO?
SINDICATO CONFLICTO, SINDICATO NEGOCIACIÓN
Planteo esta pregunta, porque está presente en el debate, pero es posiblemente la que me resulta más vacía. Es casi como preguntar a un niño a quien quiere más, a su padre o a su madre. O como preguntar, cuál de los dos pulmones es más importante para la persona.
La propia esencia del sindicalismo conlleva la convivencia de este binomio de dos caras que cuando una de las dos falta el resultado pierde su esencia. De hecho más que dos, son cuatro las patas. Capacidad de identificar los problemas y la reivindicación que aúne fuerzas, capacidad de ejercer el conflicto, capacidad de convertir la fuerza del conflicto en propuestas y por ultimo capacidad de convertir todo ello en acuerdo útil.
Y si lo he traído a colación es porque desde fuera del sindicalismo se suele negar esta dualidad. Los que niegan el conflicto social como parte de su estrategia de deslegitimación social. Y los que niegan la negociación y los acuerdos como forma también de deslegitimación. Aunque en ocasiones partan de posiciones ideológicamente muy confrontadas, ambas formas de deslegitimar el sindicalismo tienen en común la no comprensión de cuál es su función.
¿TIENE LEGITIMIDAD SOCIAL EL SINDICALISMO? ¿CÓMO SE MIDE?
Esta pregunta tiene tantas respuestas como universos a los que se formule. No es lo mismo formularla, como hace el CIS, al conjunto de la sociedad, incluidos empresarios, que hacerlo solo a los asalariados. La propia configuración del universo ya contribuye a una imagen del sindicalismo como institución pública y no como organización de trabajadores. Y por supuesto condiciona el resultado de la respuesta
En todo caso es evidente que en los últimos años la legitimación social del sindicalismo está sufriendo una importante erosión débil. Y ello a pesar que sus niveles de afiliación y representatividad son iguales o mejores que otras formas de organización social.
Desde su nacimiento el sindicalismo se legitima a partir de los trabajadores y a través de dos mecanismos, el de la afiliación y el de la representatividad.
En cada país hay un modelo distinto, en el nuestro prima legalmente el de la representatividad, pero también cuenta el de la afiliación.
Si analizamos la UE, el proceso es de pérdida de afiliación en las últimas décadas. No así en España que ha vivido, hasta la llegada de la crisis y la reducción de 3,5 millones de ocupados, uno de los procesos de crecimiento de la afiliación más intensos de toda la Confederación Europea de Sindicatos. Los tópicos e imágenes estereotipadas sobre afiliación son muchos e imposibles de debatir aquí.
Sugiero la lectura de los Informes de la Fundación 1 de mayo coordinados por Pere J Beneyto o los trabajos del Observatorio de la Afiliación del Centro de Estudios (CERES) de CCOO de Catalunya, coordinados por Ramón Alós y Pere Jodar.
En todo caso constatar que niveles de afiliación que oscilan entre el 15% y el 18 % no son despreciables en un entorno de fuerte precariedad y rotación y una cultura,la española, refractaria al asociacionismo. Y que aguanta muy bien la comparación con otras formas de organización social y política.
En el terreno de la representatividad, la celebración de elecciones sindicales cada 4 años comporta niveles de legitimación directa por parte de los trabajadores muy importantes. Ello sin olvidar algunos problemas importantes. Las elecciones están previstas para empresas a partir de 10 trabajadores o de seis o más, en un país en que el 78% de las empresas tienen solo hasta cinco trabajadores.
Otro factor de distorsión es que las elecciones sindicales otorgan una gran legitimidad democrática y social a los sindicatos, pero generan algunos efectos colaterales no deseados. En la medida que nuestra legislación hace depender la capacidad de actuar como sindicato, y sobre todo la de negociar convenios, de la representatividad electoral, ello comporta un desincentivo a la afiliación como elemento de vínculo estable entre trabajadores y sus sustitución por un vínculo delegativo como el voto. Osea, propicia el sindicato para trabajadores y no de trabajadores que comporta la afiliación. Y además es el responsable de importantes confusiones y contradicciones. Especialmente la de cuáles son los destinatarios de la acción del sindicato, solo los afiliados o también todos los trabajadores. Y si son todos los trabajadores, ¿con que recursos se sufragan los costes de funcionamiento, organización y acción? ¿Solo con los que aportan los afiliados para que se beneficien todos los trabajadores? ¿O con recursos públicos? atendiendo a la naturaleza de las funciones públicas que desarrollan, como la negociación de convenios de eficacia general a los que la Ley otorga la naturaleza de norma jurídica con capacidad para obligar.
Es este el debate que debe hacerse a mí entender sobre modelo sindical o formas de financiación. Lo que se hace hoy en algunos medios está entre la trampa, la manipulación o el acoso.
¿ES VIABLE EL SINDICALISMO NACIONAL EN UN CONTEXTO DE GLOBALIZACIÓN?
El sindicalismo ejercido solo entre las paredes del estado nación, en un contexto de economía globalizada, tiene las mismas limitaciones, expresa las mismas contradicciones que las de todas las formas sociales o institucionales fruto de una economía y una política nacional.
Que no son otras que el profundo desequilibrio de fuerzas que genera el conflicto entre una economía globalizada, con una hegemonía del capitalismo financiero y unas organizaciones sindicales limitadas al ámbito del estado nación.
Pero pasar de la teoría a la práctica parece ser algo más complejo. Sobre todo porque la estrategia de fuerte competitividad entre empresas y países, que comporta este modelo económico, dificulta la puesta en marcha de estrategias de cooperación entre trabajadores, entre sindicatos. También porque en muchos países, los sindicatos, como otras organizaciones e instituciones viven el espejismo de que es posible la defensa del Estado Social en un solo país. Es un espejismo interesado a partir de concepciones legítimas de conservación de los derechos existentes. Pero que sea humanamente comprensible no significa que sea operativo o útil.
En todo caso conviene tomar nota de lo que significa que tanto a nivel de Europa, como Mundial y a pesar de estas dificultades, las organizaciones que agrupan a los sindicatos (la CES y la CSI) sean los espacios de organización europea y social que más esfuerzos están haciendo para la construcción del sindicalismo global.
Estoy seguro que en el debate aparecerán formas concretas de cooperación sindical y también de espacios o instrumentos de trabajo conjunto entre sindicalismo y otros sujetos sociales, como las ONG.
¿ES UTIL EL SINDICALISMO HOY?
Para intentar responder a esta pregunta conviene hacerse otras con carácter previo.
¿Existe hoy la necesidad de continuar luchando contra las desigualdades sociales o a favor de la transformación social?
Desgraciadamente de un lado y afortunadamente de otro, la crisis ha hecho desaparecer el falso imaginario de la desaparición de las clases sociales. El aumento brutal de la desigualdad y de la pobreza ha tumbado todos los espejismos de una sociedad sin conflicto social, sobre la que se ha construido la hegemonía conservadora. Una hegemonía ideológica que adquirió su momento culmen en la construcción tatcheriana del “capitalismo popular”, tan real como prepotente e imprudentemente menospreciada por la izquierda europea.
Posiblemente la mejor respuesta a esta pregunta esté en otra pregunta.
¿Qué debe hacer el sindicalismo para continuar siendo útil a los trabajadores del siglo XXI? Y útil a los objetivos que dan razón a su existencia.
INTERROGANTES DE COMPLEJA RESPUESTA.
Este son los grandes interrogantes a los que los sindicalistas intentan dar respuesta cada día, no siempre con éxito. Y todos tienen en común el reto de como transformar las formas de ser, organizar, actuar en una realidad profundamente transformada en relación a la que alumbró el sindicalismo.
Me refiero a cómo organizar sindicalmente a los precarios, como conseguir trabajar en un entorno de empresas pequeñas o micro, muy periféricas en la organización del trabajo en un proceso productivo profundamente descentralizado, marcado por la externalización de riesgos y costes hacia los de debajo de la pirámide.
Cómo construir cohesión en un entorno económico y social que camina hacia la desvertebración. Cómo cohesionar a los trabajadores, evitando la tendencia natural al corporativismo y al mismo tiempo a la externalización de los ajustes desde los más protegidos – que son al mismo tiempo los más organizados- hacia los más desprotegidos – que son también los menos organizados-.
En este contexto de desagregación, ¿se puede construir sindicalismo solo desde el centro de trabajo? ¿Existen alternativas a la organización en el centro de trabajo que no comporten la perdida de la propia naturaleza del sindicato? ¿Les corresponde esta función a las organizaciones sindicales?
Como construir sindicalismo global en el marco de una estrategia competitiva salvaje que apuesta por el conflicto entre países, empresas y trabajadores.
Aunque no siempre salga a la luz y no siempre se destaque por parte de los medios, estas son preguntas que el sindicalismo organizado se plantea a nivel teórico y a las que está intentando – me consta – dar respuesta cotidiana. Pero mucho me temo que la respuesta solo se verá con el tiempo y posiblemente de ello dependa la capacidad del sindicalismo para continuar teniendo como lo tiene un papel clave en la organización social del siglo XXI.
EL PAPEL DE LA COMUNICACIÓN.
He dejado para el final el papel de la comunicación que, como en otros temas, deviene clave.
La comunicación resulta determinante para dotar al sindicalismo de formas organizativas nuevas en un tejido productivo desvertebrado y un sujeto social no cohesionado. También para llegar a los trabajadores en todas aquellas funciones que se refieren a realidades amplias y que van más allá de los centros de trabajo. También para reforzar la legitimidad social del sindicalismo
Hoy uno de los grandes problemas del sindicalismo estriba en las dificultades para la comunicación directa con los afiliados y trabajadores en general, en espacios territoriales y temporales que nada tienen que ver con la economía y la sociedad industrialista.
Y los actuales medios de comunicación no solo no son útiles a estas necesidades sino que son un factor distorsionador. No sucede solo con el sindicalismo, la capacidad de los medios de comunicación de intermediar en exclusiva entre las organizaciones y las personas a las que se dirigen conceden a estos medios un gran poder que ejercen en función de los intereses económicos de sus propietarios si son medios privados y de sus controladores – desgraciadamente – si son públicos.
Construir nuevas formas de autocomunicación de masas que permitan formas organizativas y de comunicación que garanticen la independencia de las personas y las organizaciones, deviene el gran reto del siglo XXI. No solo para el sindicalismo, en general para cualquier forma de organización social que pretenda jugar una función de contrapeso o contrapoder social.
Todos los grupos sociales, desde los transportistas a los médicos, desde las grandes empresas a los campesinos, tienen tendencia espontánea a identificar y defender sus intereses colectivos.
El hecho de vivir del propio trabajo, intelectual o manual, ha constituido durante mucho tiempo un cemento suficiente para favorecer una identidad común. Siempre fue, no obstante, una identidad...
Todos los grupos sociales, desde los transportistas a los médicos, desde las grandes empresas a los campesinos, tienen tendencia espontánea a identificar y defender sus intereses colectivos.
El hecho de vivir del propio trabajo, intelectual o manual, ha constituido durante mucho tiempo un cemento suficiente para favorecer una identidad común. Siempre fue, no obstante, una identidad trabajada que, ha utilizado cada conflicto como una ocasión para articular un frente de intereses de las mayorías construido desde las "inmensas minorías", más elevado, más numeroso y más consciente. "Sumar” a los diferentes colectivos es la labor que ha justificado al sindicato de clase, una organización especializada en observar el mundo desde los ojos del trabajo.
El sindicato así visto es un intelectual colectivo que construye una identidad común a largo plazo mientras articula intereses y participa, de forma inteligente, en una dialéctica de propuestas de resistencia, confrontación o colaboración integradas en un mismo discurso. Cual debe ser hoy ese discurso es la cuestión.
La complejidad y globalidad de los procesos productivos y tecnológicos ha diluido la solidaridad primaria asociada a formas de trabajo y explotación simples. Mientras la mayor productividad del trabajo genera beneficios crecientes, mayor es la apropiación por el capital del valor creado y mayor la exclusión de los trabajadores en la gestión de las empresas; mientras el trabajo intelectual gana parcelas al manual, los profesionales más cualificados son arrastrados el desempleo y la precariedad; mientras la creación de riqueza se convierte en un todo integrado a nivel global, los procesos se fragmentan y las conexiones físicas desaparecen; mientras las tecnologías permiten trabajar en red, la penosidad y el riesgo laboral se sufren en solitario.
Decía Foucault que todo poder es un par de fuerzas que condiciona al que lo ejerce y al que lo soporta, al que domina y al que es dominado. En la medida en que las formas de apropiación varían, varían las formas de resistencia. En la medida en que mutan los poderes empresariales, cambian las mismas empresas y la organización productiva. En la medida que las formas de control social evolucionan, cambian las naturalezas de los conflictos y la naturaleza de las resistencias.
Los cambios en las formas de poder acaba impregnándolo todo: construye íntimamente al sujeto, moldea al trabajador. En la medida que el nuevo poder empresarial se fortalece, busca formas entre las que se difumina y oculta, pretende hacerse invisible. En ese contexto, aunque la sobreexplotación se instala en el mundo el sentimiento de "estar explotado" se mitiga. En su lugar, resucitan otras sensaciones que podemos identificar con las de frustración, exclusión, marginación, ninguneamiento, desprecio, indiferencia… La dignidad humana recupera protagonismo. El movimiento de lo indignados es un movimiento ciudadano pero ahonda sus raíces en la indignidad del trabajo actual.
Desde esa percepción se debe articular y elaborar el mensaje sindical, hacerlo evolucionar con rapidez desde los modos tradicionales. Significa asumir que cuantos más leves son los lazos tangibles que unen a los diferentes grupos de trabajadores más importantes son los intangibles, cuanto más individualizada sea la relación social más importantes son el discurso y la capacidad de emocionar y convencer, cuanto más leves las conexiones físicas mayores las virtuales, cuanto más compleja sea la forma en que se socializan las relaciones sociales más importante el pegamento elaborado y menos el espontáneo para conseguir unir esa amalgama de intereses. Y más importante el papel del sindicato como intelectual colectivo.
Preocuparse por la defensa de los problemas concretos y de la empresa como lugar de trabajo es esencial... pero requiere "tener trabajo" y que la empresa como espacio de contacto exista realmente. La creciente interdependencia de todo con todo, hace cada vez más difícil reducir la labor sindical a la defensa de lo cercano e inmediato si no se dispone de una perspectiva general. Cada vez más se necesita elevar al máximo la mirada para entender este mundo y el papel asignado al trabajo y construir desde él una oferta de democratización social. Ser hoy un sindicato de clase significa ofrecer, desde la mayorías que representan, una nueva noción de interés general. Es decir, capaz de crear una identidad de intereses y crear consciencia del papel esencial del trabajo en la economía productiva y en la creación de riqueza.
El desarrollo de las fuerzas productivas conlleva una cada vez más compleja socialización de las relaciones del trabajo, de los intercambios de ideas, servicios y mercancías entre ciudadanos, empresas y sectores de todo el mundo. La contradicción principal de ese proceso socializador es la que lo confronta con la centralización creciente del poder en pocas manos, tanto en empresas como en sectores, tanto en cada país como en todo el mundo. Las reformas laborales acentúan una idea de empresa como lugar donde unos pocos deciden por todos, contra todos. Las minorías que detentan el poder se apropian de la bandera de "lo común" como si el trabajo no fuera empresa, como si avanzar hacia la mejor organización capaz de crear riqueza no fuera el objetivo de los trabajadores. A la apropiación por una minoría de la riqueza creada entre todos se opone la democratización de los procesos productivos.
Cambiar el discurso es cambiar el lenguaje. Reclamar trabajo digno es reclamar dignidad, es identificar al trabajador como ciudadano adulto y libre, no como un siervo asustado o como un esclavo infantilizado, y la empresa como el lugar donde se nos ofrece la oportunidad de compartir objetivos para mejorar productos y procesos y crear riqueza. Hacer sindicalismo es, cada vez más, reclamar un contrapoder democrático en la empresa y en la organización del sistema productivo.
Ignacio Muro Benayas
@imuroben
www.ignaciomuro.es
De la interesante intervención de Ignacio Muro quisiera destacar este párrafo:
«Los cambios en las formas de poder acaba impregnándolo todo: construye íntimamente al sujeto, moldea al trabajador. En la medida que el nuevo poder empresarial se fortalece, busca formas entre las que se difumina y oculta, pretende hacerse invisible. En ese contexto, aunque la sobreexplotación se instala en el...
De la interesante intervención de Ignacio Muro quisiera destacar este párrafo:
«Los cambios en las formas de poder acaba impregnándolo todo: construye íntimamente al sujeto, moldea al trabajador. En la medida que el nuevo poder empresarial se fortalece, busca formas entre las que se difumina y oculta, pretende hacerse invisible. En ese contexto, aunque la sobreexplotación se instala en el mundo el sentimiento de "estar explotado" se mitiga. En su lugar, resucitan otras sensaciones que podemos identificar con las de frustración, exclusión, marginación, ninguneamiento, desprecio, indiferencia… La dignidad humana recupera protagonismo. El movimiento de lo indignados es un movimiento ciudadano pero ahonda sus raíces en la indignidad del trabajo actual.»
En él aparecen expresados, de forma explícita o implícita, dos conceptos clave del pensamiento marxista: el de explotación y el de alienación, usados como arma denunciatoria contra el trabajo asalariado y el capitalismo. Conceptos que, a fuer de su uso poco riguroso, han terminado por convertirse en términos comodín para significar cualquier cosa (palabras ‘pass-partout’).
Dada la enorme relevancia intelectual de ambos conceptos, y el frecuente mal uso de los mismos, o su uso impreciso o ambiguo, he considerado conveniente aportar un documento donde los explico con detalle. Forma parte de un ambicioso trabajo que empecé hace unos meses, y que pretende ser un tratado de economía marxista. Espero, con modestia, que este documento sirva a los propósitos del presente Debate.
Héctor Maravall
Tras mas de seis años de crisis, ya tenemos suficientes datos sobre el cambio que se esta propiciando en el ámbito de las relaciones de trabajo. Se busca aniquilar el modelo que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial en los estados democráticos de Europa, que costó enormes luchas sindicales conseguirlo y un pacto político entre la izquierda y la derecha.
Un modelo apoyado en el...
Tras mas de seis años de crisis, ya tenemos suficientes datos sobre el cambio que se esta propiciando en el ámbito de las relaciones de trabajo. Se busca aniquilar el modelo que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial en los estados democráticos de Europa, que costó enormes luchas sindicales conseguirlo y un pacto político entre la izquierda y la derecha.
Un modelo apoyado en el Derecho del Trabajo, en la presencia reconocida de los sindicatos en las empresas, en el papel fundamental de la negociación colectiva y en el respeto a unas condiciones mínimamente dignas de salario, jornada, estabilidad en el empleo, promoción profesional, salud laboral, etc.
Este modelo favoreció el mayor crecimiento económico de las sociedades democráticas europeas, las mas altas cotas de cohesión social del mundo y una amplia aceptación de los sistemas democráticos constitucionales por parte de las clases trabajadoras y sus organizaciones.
Las crisis económicas de principios de los años 70, de los años 80 y de los años 90, llevaron consigo un primer cuestionamiento de este modelo por parte de los voceros más radicales del neoliberalismo, de sectores empresariales y de gobiernos de la derecha mas extrema como el de Tatcher.
Bajo el argumento de la rigidez de los mercados de trabajo, de la necesidad de competir con las economías emergentes, de la amenaza de deslocalización de la producción o de la urgencia de afrontar los nuevos retos tecnológicos, se defendió que el modelo de relaciones laborales existente era incompatible con la rentabilidad de las empresas y el crecimiento económico.
Cuando las clases trabajadoras del Tercer Mundo y de los países emergentes luchaban por el modelo laboral europeo, los neoliberales pretendían andar el camino inverso: acercarnos a la realidad laboral del siglo XIX y principios del XX.
Para un desmantelamiento de derechos de tal envergadura y una vez convencidas las opciones de centro derecha y después, aunque con más o menos oposición formal, una parte de los gobiernos socialdemócratas europeos, solo quedaba un obstáculo a superar: la presencia de los sindicatos de clase. Tatcher lo tuvo muy claro, había que destruir el poder y los derechos de las Trade Unions y ese ejemplo, con matices y guardando mas las formas, lo han seguido otros gobiernos.
La respuesta sindical en los años 90 y principios del siglo XX fue contundente. No iban a aceptar un retroceso masivo en las condiciones de trabajo.
La ocasión para debilitar la oposición sindical ha venido de la mano de la crisis mas larga y profunda del capitalismo. Los neoliberales han encontrado el momento mas oportuno para volver a la carga, aprovechando una mayoría política de derechas en casi todos los gobiernos europeos y por tanto en las instituciones comunitarias de la Unión Europea y un repliegue ideológico de buena parte de la socialdemocracia, además de una débil presencia de las izquierdas alternativas y una moderación de las organizaciones verdes.
En España la respuesta sindical ha sido clara e inteligente. Clara porque a cada agresión real o anunciada, se ha movilizado el sindicalismo de clase, tanto en las empresas y en los sectores como a nivel general.
Inteligente, porque la respuesta movilizadora no ha conducido al sindicalismo de clase ni a la radicalización ni al aislamiento, que hubiera sido letal para su acción. CCOO y UGT han seguido defendiendo la concertación social a pesar de la escasa receptividad de la patronal y de la nula respuesta de los últimos gobiernos. Han mantenido la moderación salarial en los momentos mas duros de la crisis y han aceptado algunos acuerdos en materia de protección social, no siempre bien comprendidos por sectores de su propia afiliación.
Además han evitado el aislamiento abriéndose a las nuevas realidades sociales. Articulando una amplia confluencia a través de las Cumbres Sociales, que aunque poco a poco se ha ido desvaneciendo, han sido de gran utilidad para diseñar movilizaciones de amplia base. Al igual que la participación en las diversas Mareas, en especial la Marea Verde de Educación y la Blanca de Sanidad, sin buscar protagonismos pero prestando el máximo apoyo en los centros de trabajo y en las movilizaciones en la calle.
Pero la ofensiva antisindical ha dado un salto cualitativo con la persecución y represión judicial, que nos retrotraen a los tiempos de la dictadura. De nuevo hay sindicalistas detenidos, procesados, juzgados y condenados. De nuevo se registran sedes sindicales. A lo que hay que unir recortes previos en las subvenciones por la gestión sindical, supresión de liberados, cierre de órganos e instituciones de participación social, etc. Parece como si hubiera prisa para golpear aun mas fuerte a los sindicatos, no sea que vayamos saliendo de la crisis económica y el panorama cambie con el resurgir de las reivindicaciones de los trabajadores.
A pesar de esa dura y múltiple agresión al sindicalismo de clase y a los derechos de los trabajadores, el balance de lo logrado es razonablemente positivo. Hemos conseguido mantener lo sustancial de las políticas sociales, han debilitado algo el Estado de Bienestar Social pero no han logrado desmantelarlo como están pretendiendo desde hace mas de 30 años.
Y la pregunta que hay que hacerse con rigor es ¿Dónde estaríamos ahora sin la lucha sindical? ¿Qué derechos quedarían en pie? ¿Cuáles serian las condiciones de trabajo sin la presencia y actuación de decenas de miles de delegados sindicales en las empresas? Estaríamos mucho más cerca de Singapur que de Suecia. La mejor garantía de progreso es tener fuertes, respetados y respaldados sindicatos de clase.
Si ese es el balance de la lucha sindical, ¿Por qué los sindicatos de clase hoy por hoy tienen una imagen tan devaluada ante la ciudadanía? ¿Por qué incluso sectores de la izquierda política y activistas de los movimientos sociales cuestionan tan a fondo a los sindicatos? Esa es una pregunta, cuya respuesta quedaría para otro debate en “Espacio público”.
En el momento de aparecer la aportación al Debate del compañero de Izquierda Unida Héctor Maravall, acababa yo de terminar de escribir un documento –que paso a adjuntaros- donde expongo una solución al conflicto Capital-Trabajo desde la posición marxista a la que pertenezco. En él podréis comprobar que el abanico de posibilidades que se le ofrece al movimiento obrero es más amplio que...
En el momento de aparecer la aportación al Debate del compañero de Izquierda Unida Héctor Maravall, acababa yo de terminar de escribir un documento –que paso a adjuntaros- donde expongo una solución al conflicto Capital-Trabajo desde la posición marxista a la que pertenezco. En él podréis comprobar que el abanico de posibilidades que se le ofrece al movimiento obrero es más amplio que el que Héctor nos presenta.
Por otro lado, si bien yo me he posicionado en mi primera aportación al Debate contra toda forma de elitismo izquierdista –por desgracia más corriente de lo que se piensa-, y que está en la base del ninguneo al que algunas personas progresistas someten a los sindicatos, también tengo que insistir en otra idea por mí apuntada anteriormente: que las direcciones de Comisiones Obreas y de UGT han cometido algunos importantes errores. No hay por qué molestarse o avergonzarse de ellos, pues nadie está libre de cometer errores. La clave está, como decía Lenin, en saber detectarlos, analizarlos y rectificarlos a tiempo.
Hablando de Comisiones Obreras, sindicato al que pertenezco y que es el que conozco mejor, yo echo de menos un mayor debate intelectual y una mayor frecuencia de asambleas deliberativas y participativas, que de protagonismo a los afiliados de base. También me gustaría que se produjera un cambio de la orientación general del sindicalismo, tanto de Comisiones como de UGT, que rechace comportarse como un mero lobby económico y que aspire, en la medida de sus posibilidades, a asumir una carga de crítica del statu quo económico y legal existente. También censuro cierto proselitismo sindical, que busca engordar a cualquier precio el número de delegados en las empresas sin que concurra la necesaria circunspección, y que luego, lamentablemente, da lugar a deserciones y comportamientos deshonestos por los que responden todos los afiliados.
Sin embargo el error más importante de lejos, pues es el que más graves consecuencias está teniendo, es el no haberse dado cuenta de que todo el proceso de construcción europea, con el Euro a la cabeza, iba a tener por efecto inmediato el pasar como un rodillo por los derechos económicos y sociales duramente logrados en las últimas décadas; y con ellos, a los sindicatos que son sus valedores principales. El que en las últimas elecciones europeas, el partido mayoritario, el que más apoyos ha concitado, haya sido el de la abstención, debería hacer reflexionar a más de uno.
Compañero Maravall: estás críticas no están formuladas por ningún francotirador ajeno al sindicalismo, sino por alguien que está comprometido en la lucha sindical desde hace muchos lustros. Si los errores que he comentado antes son importantes, el mayor de todos sería, sin duda, el no hacer la necesaria autocrítica y el encastillarse en los hábitos pasados y convertirlos en rutina.
Un abrazo y ánimo en la lucha.
Está de moda criticar a los sindicatos lo que, por cierto, no es una novedad. Los ataques al movimiento sindical son tan antiguos como el capitalismo, que les obligó a aparecer para contrarrestar su rapiña. Las agresiones tienen ciclos. En la España democrática se les alabó por la contribución a acabar con la dictadura franquista y favorecer el asentamiento de la democracia; se les llamó...
Está de moda criticar a los sindicatos lo que, por cierto, no es una novedad. Los ataques al movimiento sindical son tan antiguos como el capitalismo, que les obligó a aparecer para contrarrestar su rapiña. Las agresiones tienen ciclos. En la España democrática se les alabó por la contribución a acabar con la dictadura franquista y favorecer el asentamiento de la democracia; se les llamó más tarde dinosaurios condenados a desaparecer por su resistencia al desmantelamiento de empresas durante la reconversión industrial de los años ochenta del pasado siglo; se les volvió a poner de ejemplo de responsabilidad y buen hacer en los años de crecimiento económico, donde prosperó el diálogo y la concertación social; y, de nuevo, cuando apareció la crisis económica y financiera actual, han pasado a ser el blanco de una campaña de descrédito que, por su intensidad y duración, no tiene precedentes.Hay que estar ciego para no ver que, más allá de hechos o conductas reprobables de algunos de sus miembros; más allá de errores o carencias, tal campaña guarda relación directa con el hecho de que los sindicatos constituyen el principal obstáculo frente al desarrollo de las políticas en curso, cuyo fondo, aquí y en Europa, es desarbolar el modelo social construido tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Existe una relación directa entre el desarrollo de la democracia y el sindicalismo de clase. Que éste naciera en Europa y llegara a constituir la fuerza social más importante explica en buena medida que el Estado de Bienestar alcanzara niveles sin parangón en cualquier otra parte del planeta. Es por ello temerario que quienes se dicen demócratas traten de debilitar a los sindicatos. Porque al hacerlo están debilitando a la democracia. En esas estamos.
El sindicalismo no está en crisis. Su papel es bastante claro. Otra cosa son las dificultades que ha de sortear para jugar ese papel. Distinguir ambos planos es importante para evitar que dichas dificultades, consecuencia de la desigual relación de poder entre capital y trabajo, no proyecten sombras sobre su función crucial en la defensa de los intereses de los trabajadores.
Un simple vistazo a algunos de los grandes problemas que tienen ante sí en nuestro país ilustra el amplísimo espacio existente para la intervención de los sindicatos. Empezando por la lucha contra el paro y por la calidad del empleo; continuando por la panoplia de retrocesos en las prestaciones y coberturas del sistema público de protección social; siguiendo por la necesidad de combatir las reformas en negativo del marco de las relaciones laborales; y acabando con el reto de impedir retrocesos en libertades y derechos, como amenazan hoy a los de huelga, manifestación y expresión, hay un larguísimo rosario de cuestiones sobre los que el papel de los sindicatos es fundamental.
Por supuesto que han de acertar en la forma de articular su relación con una base social que, en términos de empleo, es muy movediza a causa de la fuerte precariedad del trabajo, de los cambios en la estructura productiva y en la composición misma del universo de los asalariados, amén de la enorme dimensión del desempleo. Se requiere favorecer todo aquello que sirva a una relación proactiva entre lo que ocurre en los centros de trabajo y las direcciones de los sindicatos. Es una de las claves tanto para contrarrestar las campañas de deslegitimación como para incrementar su afiliación y representación. También lo es para fijar mejor cuales deben ser las prioridades a la hora de definir reivindicaciones y tareas.
Aunque lo dicho no es más que un apunte, no quiero terminar sin recordar que la crisis que sacude a nuestras sociedades es también una crisis de valores. Por eso el sindicalismo de clase, en su ámbito de actuación, debe transmitir los que le son consustanciales, esto es, entre otros, los de la solidaridad, la igualdad, la justicia y la libertad. Y extender la idea de que la realización como persona y como trabajador se alcanza mejor con la cooperación y la acción colectiva.
Pocos días después de aparecer en Público.es mi documento sobre el conflicto Capital-Trabajo y su solución desde el punto de vista marxista, aparecen dos artículos en el periódico El País, uno de Victor Lapuente Giné y otro de José Ignacio Torreblanca (06/07/2014), buscando descreditar, por enésima vez, la propuesta marxista. Ya el hecho de que se tenga que insistir, una y otra vez...
Pocos días después de aparecer en Público.es mi documento sobre el conflicto Capital-Trabajo y su solución desde el punto de vista marxista, aparecen dos artículos en el periódico El País, uno de Victor Lapuente Giné y otro de José Ignacio Torreblanca (06/07/2014), buscando descreditar, por enésima vez, la propuesta marxista. Ya el hecho de que se tenga que insistir, una y otra vez desde hace más de 150 años, en esta tarea de desacreditación es algo que ya resulta hasta divertido.
Permítaseme recordar aquí como desenmascaró Marx a estos sicofantes cuando alzan la voz en grito contra los que nos atrevemos a criticar la propiedad privada y el ‘bellum omnium contra omnes’ (la competencia económica), y aspiramos a suplantarlo por la propiedad colectiva y la cooperación entre los trabajadores.
Con respecto a la división del trabajo en el intercambio, domina lo que Marx llama ‘el juego del azar y el capricho’ y el resultado es una distribución aparentemente arbitraria de los capitales entre las diversas ramas del trabajo social. Mientras que el capitalista está constreñido por la necesidad de producir un valor de uso y, en último término, por consideraciones de rentabilidad, esos constreñimientos sólo afectan al capitalista a través de las fluctuaciones de precios. Por tanto, la competencia impone a posteriori la división del trabajo en el intercambio. Por el contrario, ‘el azar y el capricho’ no tienen ningún dominio sobre el proceso de producción; cada obrero tiene una función definida, combinada en proporciones determinadas con las de otros obreros y con la de los medios de producción. La división del trabajo en la producción está planificada, regulada y supervisada por el capitalista, puesto que es un mecanismo que le pertenece al capital como propiedad privada suya; por tanto, la impone a priori con los poderes de coerción del capital.
Pues bien, Marx no dejará de denunciar el fariseísmo de la conciencia burguesa, que al mismo tiempo que:
«...celebra la división del trabajo, la anexión vitalicia del obrero a una operación parcial y la subordinación incondicional de los obreros parciales al capital como una organización del trabajo que acrecienta la fuerza productiva de los mismos, denuncia por eso con igual vigor todo control y regulación sociales y conscientes del proceso de producción, control y regulación en los que ve un cercenamiento de los sacrosantos derechos de propiedad, de la libertad y de la ‘genialidad’ –que se determina a sí misma- del capitalista individual. Es sumamente característico que los entusiastas apologistas del sistema fabril no sepan decir nada peor, contra cualquier organización general del trabajo social, que en caso de realizarse la misma transformaría a la sociedad entera en una fábrica». ( Karl Marx: El capital, México, ed. Siglo XXI, 1979, Libro I, vol. 2, pp. 434).
Desde mi experiencia entiendo que el sindicalismo es autodefensa de los derechos de la clase trabajadora, defensa en primera persona junto a los demás, de derechos sociales y búsqueda de transformación social con el objeto de lograr un mundo más justo. Digo autodefensa porque la mejor forma de avanzar es implicarse directamente en todos los procesos: de lucha, de decisión, de...
Desde mi experiencia entiendo que el sindicalismo es autodefensa de los derechos de la clase trabajadora, defensa en primera persona junto a los demás, de derechos sociales y búsqueda de transformación social con el objeto de lograr un mundo más justo. Digo autodefensa porque la mejor forma de avanzar es implicarse directamente en todos los procesos: de lucha, de decisión, de negociación…
Delegar lo imprescindible, más bien nada. Por eso la participación en la Asamblea es un elemento esencial para CGT. Somos responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer y las decisiones llegarán más o menos lejos dependiendo de lo que estemos dispuestos a asumir y pelear o nos dejen. La autoorganización es un eje principal en torno al cual debe girar la lucha obrera, la lucha de la clase trabajadora.
Visto así parece algo utópico pero es que los sueños y las expectativas son necesarias para nuestro proyecto como se
Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 21/08/2014 - Modificar
Comparte el artículo en las REDES SOCIALES: Delicious | Meneame | Facebook | TWITTER | Technorati | BarrapuntoSitio Web del Núcleo de Profesionales y Técnicos del Partido Comunista de Madrid PCM/PCE- http://www.profesionalespcm.org
Actualizado a 23/02/24
Los comentarios y colaboraciones son bienvenidos (comunistas_ARROBA_profesionalespcm_PUNTO_org):
Envíanos
tu colaboración, o comentarios vía formulario.
¡¡AFÍLIATE
EL PARTIDO COMUNISTA DE MADRID - PCE!
BÚSQUEDAS
en este sitio web
Agregador RSS de noticias y contenidos - Aquí OTRA VERSIÓN DEL AGREGADOR RSS XML
Carlos Javier Bugallo Salomón
18/06/2014
Una gran iniciativa
Sin duda, la cuestión del papel de los sindicatos en el momento actual es uno de los más importantes a los que se enfrenta la Izquierda española. Por ello, saludo como una gran iniciativa por parte de Público.es el abrir un Debate sobre el particular.
Lo que tengo que decir es lo siguiente. Si los sindicatos más importantes de nuestro país, Comisiones Obreras y UGT, han perdido algo de su...
Seguir leyendo »
Sin duda, la cuestión del papel de los sindicatos en el momento actual es uno de los más importantes a los que se enfrenta la Izquierda española. Por ello, saludo como una gran iniciativa por parte de Público.es el abrir un Debate sobre el particular.
Lo que tengo que decir es lo siguiente. Si los sindicatos más importantes de nuestro país, Comisiones Obreras y UGT, han perdido algo de su prestigio pasado, no ha sido sólo por una mala gestión de sus respectivas direcciones, sino también, voluntaria o involuntariamente, por el error de todas aquellas personas de izquierda que se desentendieron del asunto como si no fuera con ellos, adoptando una postura simplona y pusilánime que se apoyaba en la idea de que la transformación social podía realizarse sin el concurso de los sindicatos, a los que se les miraba con cierto desdén y aires de superioridad; postura muy cómoda, porque les exoneraba de la necesidad de batirse el cobre dentro de los sindicatos para cambiar su orientación. Por desgracia, algunos opinadores de la Izquierda española actual siguen pensando y actuando de ese modo. O sancta simplicitas!
En 1866, el Congreso de la Internacional obrera declaraba, y a inspiración de Marx, que la creación de los sindicatos era “la tarea principal del proletariado”; tarea con un doble objetivo: hacer frente a los ataques del capital y formar el núcleo de una futura organización democrática de la sociedad. El trabajo sindical se concebía entonces, como un instrumento a través del cual movilizar a los trabajadores, fortalecer su conciencia de oposición al sistema y aumentar su nivel de combatividad. Más tarde, Lenin relativizaría el papel del sindicato, pues consideraba que el sindicalismo abandonado a su propia suerte se hundiría, necesariamente, en un limitado corporativismo o se desviaría hacia un anarcosindicalismo sin porvenir. Precisamente, para evitar esas nefastas consecuencias, el propio Lenin insistiría en la necesidad para los marxistas de participar activamente en el funcionamiento y orientación del sindicalismo. Resumiendo, desde el primer momento el marxismo ha mostrado la tarea del trabajo sindical como parte ineludible de la acción política.
Por consiguiente, los sindicatos no sólo son una pieza maestra de nuestro orden constitucional, sino también (desde un punto de vista marxista), de cualquier proyecto serio de transformación social. Si bien esto es incuestionable, otra cosa es la práctica cotidiana de esos sindicatos, que puede y debe someterse a una crítica constructiva y respetuosa, sin acrimonia ni descalificaciones que sólo contribuyen a la desmoralización y a hacerle el juego a la derecha española.