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“Israel es tu casa”, fueron las palabras que Binyamin Netanyahu, primer ministro de Israel, dirigió a los judíos de toda Europa después de los atentados de París y Copenhague. Tras los disparos daneses, abundó: “Nos estamos preparando para absorber una inmigración masiva desde Europa; la pedimos”. Su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, fue más explícito: “Está claro que ahora ha venido el momento de tomar decisiones, y la decisión correcta es hacer la ‘aliya’ (emigración) y venir a Israel”. Por si no quedaba claro: “Con todo el debido respeto a las comunidades judías, ustedes saben muy bien qué ocurre hoy día con la asimilación, no sólo con el antisemitismo y las amenazas de terror. Yo creo que sólo hay un lugar para todos los judíos: Israel”.
La visión de Tel Aviv hoy, coherente con lo que fue el sionismo durante un siglo, pero más rotunda y nítida que nunca, es ésta: un mundo sin judíos.
Un mundo sin judíos, salvo por un minúsculo territorio en el Levante mediterráneo. Pero en ningún otro lugar. Sea cual sea la conexión entre el Gobierno israelí y los atentados antisemitas, que comparten objetivo ha quedado claro.
“Los políticos israelíes podrían estar ayudando a los terroristas para acabar el trabajo que iniciaron los nazis”
No lo digo yo. Al invitar a los judíos a emigrar de Francia de forma masiva, “los políticos israelíes podrían estar muy bien ayudando a los terroristas fanáticos para acabar el trabajo que iniciaron los nazis y sus colaboradores de Vichy: convertir Francia en ‘judenrein’”, escribe Chemi Shalev, columnista del diario israelí Haaretz. “Judenrein” significa “limpio de judíos” y es el término que usaron los nazis para describir un territorio del que se habían expulsado todos los judíos.
Esto no es nada nuevo, por supuesto. El sionismo nació como reacción al antisemitismo europeo del siglo XIX, y desde entonces se ha esforzado por impulsar una visión del mundo en el que toda tierra salvo la Prometida es insegura para los judíos. Mediante una propaganda incesante y, cuando hiciera falta, mediante alguna provocación que avivara las tensiones y acelerara el flujo, recuerda el historiador marroquí judío Simón Levy.
Una convivencia pacífica de judíos y otras religiones no entra en el concepto sionista, porque contradice el dogma de la necesidad de Israel como refugio y potencia protectora de todos los judíos del mundo. Tampoco conviene en la práctica: dado que la sociedad israelí considera ciudadanos auténticos únicamente a los de fe judía y relega a un estatus de cuasi enemigo a ese 20 por ciento de la población que es musulmán, y dado que la natalidad entre las musulmanas es mayor, es imprescindible fomentar la continua inmigración de judíos para mantener la superioridad numérica de la clase dominante. O como dicen en Israel, para desactivar la bomba demográfica.
El antisemitismo no sólo es fundamento sino también aliado imprescindible de la visión política israelí
De esta manera, el antisemitismo no sólo es fundamento sino también aliado imprescindible de la visión política israelí.
Y viceversa. Porque el antisemitismo como ideología racista se basa en los planteamientos religiosos del judaismo. Concretamente en el que considera a todos los judíos una “raza”. Es decir un colectivo unido por lazos de sangre y genética, dado que todos descienden de Abraham.
Es un mito tan carente de fundamento como el nacimiento de Jesucristo a partir de una mujer virgen. Pero si los biólogos nunca se tomaron muy en serio la partenogénesis descrita en los Evangelios, los historiadores sí montaron teorías y escuelas sobre el supuesto origen genético común de “los judíos” y su supuesto vínculo con la franja costera mediterránea que entonces se llamaba Palestina y que sale en la Biblia. Sería motivo de risa si no hubiera traído consecuencias tan terribles: la definición “étnica” de los judíos alemanes mediante la fe de sus abuelas y su embarque a los campos de concentración.
A los campos de concentración por parte de los nazis. A Palestina, por parte del sionismo. Ambas ideologías compartían base: que ningún judío debe formar parte de una sociedad ‘gentil’ (no judía), y que se es judío por nacimiento, sin que el individuo tuviera poder de decisión alguna. Todas las religiones son duras con sus apóstatas: el cristiano renegado es expulsado de la vida social y del cementerio, el musulmán puede incluso ser juzgado y sumariamente ejecutado. Pero ninguna como la judía: declara, simplemente, imposible salirse de la fe. Porque la fe es genética.
Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 23/03/2015 - Modificar
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Actualizado a 24/03/24
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