Escucharle decir
a John Kerry que ya no somos rivales ni enemigos, sino simplemente vecinos, es
fuerte. Juro que quisiera verlo así. Quisiera que Gandalf el blanco esgrimiera
su bastón y de un golpe encantado borrara tantas oscuridades hechas y dichas,
algunas demasiado recientemente. Pero no hay magos a la vista. Sólo la tierra
yerma que medio siglo de fuego y demonios más bien han secado.
Quienes
construyeron el cuidado discurso de Kerry saben que mis hijos sólo sabrán de
Conrado Benítez y de Manuel Ascunce por las
fotografías. O de Rolandito Verdecia y su cuatrobocas en Girón. Y no lo
digo para caldear los ánimos o para encender algo que ya no brille con luz
propia. Aquellos jóvenes que no pudieron llegar a mi edad, y muchos otros, están
en mi memoria. Una memoria que se apagará conmigo, como tantas del siglo anterior,
según la ley.
Quiero dejar
escrito que fui un hombre de paz; que fui de los que quisieron que, más que
vecinos, fuéramos amigos. La verdad es que siempre me sentí cercano al pueblo del norte, a sus escritores, a sus canciones, a su cine, a sus
trabajadores; me indigné con su sur injusto y celebré todos sus progresos. A pesar de que, siendo casi un niño, tuve que aprender
a manejar las armas para defenderme de sus políticos y de sus militares.
En mi país fui de
los inconformes, de los que entendieron el compromiso con su Nación no siempre
acatando, sino ejerciendo el derecho a expresar el parecer. Es lo que hago todavía.
Los pasos de
acercamiento entre las dos naciones nos colocan ante un nuevo escenario y,
además, la historia no se puede borrar. Tenemos cicatrices. Hay que
reconocerlo. Todavía sangramos por algunas heridas abiertas que requieren
sutura y tratamientos. Todo lo que hagamos en lo adelante, abrirá o cerrará esas
lesiones. Todo lo que digamos provocará
dolor o alivio.
Tratemos de hacernos el bien. Intentémoslo siempre.
A principios de los 70
garabateé unas palabritas. Después he vuelto a ellas, queriéndolas bien claras, pero todavía no sé si dicen todo lo que
Deseo
Deseo sobre todo
una quebrada
donde la tierra
cure espíritus,
un panteón natural
para sembrar los huesos.
Deseo un quebrada
donde los hijos corran,
como si retozaran
por estrellas.
Deseo ese lugar
sólo hasta el
último momento
en que sea necesario.
Al segundo siguiente
podría empezar
el primer día del
futuro.
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