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Título: ¿Radiografiamos la industria militar española, ese asombroso caso de éxito?- Enlace 1

Texto del artículo:

¿Radiografiamos la industria militar española, ese asombroso caso de éxito?


Domingo.13 de enero de 2019

Tomado de GrupoTortuga.com

JCR - Amigos de Tortuga


En esta tercera entrega vamos a preguntarnos por una pequeña incomodidad, nada del otro mundo, que ensombrece el brillo y esplendor de la industria militar.

En anteriores entregas hemos insinuado que el oligopolio de la industria militar genera, junto con las apreciables ventajas que ya hemos explicado antes, algunos perjudicados que, como en toda la racionalidad capitalista, siempre aparecen como consecuencia indeseable pero necesaria del progreso en sí y por sí. Una molestia momentánea, ya decimos, para aguar la fiesta y permitir que los agoreros mantengamos en pie nuestra monserga. Un residuo indeseable y de poca monta, comparado con los indiscutibles beneficios sociales de la industria militar; residuo al que la propia mano invisible del mercado acabará, gran fe tenemos en ello, por aplacar con sus enormes beneficios, condenándolo, como insinuó aquel ministro de Defensa que lo fue del PSOE y del PP sucesivamente, al baúl de la estulticia humana, porque, si no vendemos armas nosotros, otro vendrá que lo haga.


1.- Mala calidad


La industria militar no es, que se diga, un dechado de virtudes técnicas. De hecho, la frecuencia de errores en la calidad de sus ingenios es muy superior a otros sectores de la producción industrial. Llama la atención que armas que se suponen de precisión milimétrica y que empeñan por años a los países que las compran fallen tan a menudo más que una escopeta de feria.

El caso paradigmático entre nosotros lo tiene NAVANTIA, la empresa propiedad del Estado que fabrica barcos y productos navales de guerra.


Submarinos de pandereta a precio de superlujo.


Navantia la ha cagado soberanamente, con perdón, en el diseño del submarino con el que pensaba petar el mercado internacional, el llamado S80 (que luego pasó a llamarse S81-Plus para poner borrón y cuenta nueva en la mala fama del proyecto original).

Aunque el proceso es conocido, nos vamos a explayar en una explicación que pretendemos amena y ejemplar del funcionamiento trasladable a otros casos de la industria militar.

Todo comienza cuando el presidente Aznar, Alabado sea el Altísimo, tuvo la genial idea de desvincularse del proyecto compartido con Francia por el que ambos países construían y vendían un submarino de clase Scorpène, fabricado en Cartagena pero con patente y diseño de la compañía francesa DCNS, al parecer dueña de la ingeniería del invento.

Aznar tuvo la visión, una de las suyas, de dar la patada «dans le cul» a los franceses y fabricar por nosotros mismos submarinos con los que inundar el mercado mundial y conseguir cuota de mercado propia. Así surge el proyecto de los submarinos made in Spain. Los franceses se cabrearon, como no podía ser menos, y litigaron internacionalmente con España al considerar que se había aprovechado de su diseño submarinil, llegándose a la conclusión «amistosa» de que España fabricaría por su cuenta sus submarinos pero con su «tecnología» propia, y sin hacer uso del sistema de propulsión francés, lo que equivalía a poner en un brete a la ingeniería española que hasta entonces se venía beneficiando de la «moda» francesa en el consorcio de los Scorpène.

Pelillos a la mar, que Don José María tenía claro que el carácter español y mucho español de nuestros ingenieros estaba más que cualificado para hacer unos submarinos recios cual se espera de nuestra casta e ingenio patrio. El caso es que España se embarcó en diseñar por su cuenta y riesgo su propio submarino, ahora supuestamente con tecnología de apoyo de los amigos de Lockheed Martin (que por cierto no regalan nada), y apalabró con Navantia el proyecto de hacer un prototipo y luego cuatro aparatos para cubrir las necesidades de la armada española (y todos los posibles para vender a terceros en competencia desleal con los franceses y cubrir así los costes de diseño y fabricación de los submarinos españoles).


El diseño, más los cuatro submarinos para España, se estipularon en un coste de 1.800 millones de euros, pero sucesivos problemas (el más importante que el prototipo diseñado, una vez sumergido no volvía a salir a flote) hicieron que el coste inicial fuera ascendiendo primero hasta 2.135 millones de euros, luego hasta 3.000 millones, y en la actualidad vayamos por 3.935 millones de euros al menos (por la completa fabricación del prototipos) sin poderse precisar el precio que costará cada unidad que se fabrique una vez que se consiga un submarino decentemente fiable.

El tema del deficiente diseño nos ha llevado a generar un sobrecoste del 213% sobre el precio inicial para conseguir sacar a flote el famoso S-80 «sube-baja» (y por cierto sin la tecnología de propulsión AIP inicialmente prevista, que se les instalará en alguna parada técnica posterior previo pago de su coste). El proyecto iniciado con el cesar visionario Aznar podrá materializarse, con suerte, en la entrega a la Armada de dos submarinos para, como pronto, el año 2022, pero sin poder precisarse, a estas alturas, a cuánto nos va a salir la broma por cada submarino posterior.

Otra consecuencia de estos retrasos aludidos es que, mientras tanto, han tenido que ir acondicionando los submarinos envejecidos que mantiene la Armada, lo que además ha supuesto un gasto añadido de varios cientos de millones para dicho cometido.


Pero no sólo. Como el grave problema de sobrepeso se ha solucionado usando el sentido común y las ideas del siracusano Arquímedes (alargar el engendro para hacer cumplir el inevitable principio de que empuje es igual a peso por volumen, eso sí, pagando a una compañía americana para que nos informara de tal posibilidad), para la fabricación del nuevo prototipo «flotable» han tenido que comprar más acero y, de paso, acondicionar los talleres donde se debía llevar a cabo la hazaña (con el consabido coste para ello), pues el nuevo ingenio «alargado» no cabía en los antiguos muelles de Cartagena. Y más: dado que ya se habían comprado los motores propulsores y otras máquinas necesarias (por cierto, a industrias militares de otros países que no las venden precisamente a precio de ganga) y ahora no tienen suficiente fuerza para mover el aparatito que, al ser más largo y pesado, necesita más potencia, han tenido que comprar otros sistemas nuevos y, en fin, una cadena de despropósitos que ha venido encareciendo el producto.

En el ínterin, las armadas de potenciales clientes se han amoscado un tanto, perdiendo interés por nuestro submarino de un solo uso que, consiguientemente, no tendrá mercado con el que resarcirse de las pérdidas cuando consigan, si es que lo consiguen, poner a flote los flamantes S81-Plus made in Spain.

Y un dato más: Para evitar endeudar a Navantia, pobrecita, el Estado, desde el minuto uno de puesta en marcha del proyecto, ha empezado adelantando dinero por medio de créditos a interés cero a dicha empresa. Dinero salido de los impuestos de los incautos y despreocupados bolsillos de la gente del común, que del ruinoso negocio de Navantia no saben nada.

¿Ha causado tal desaguisado algún reproche, alguna dimisión, algún cambio sustancial en Navantia o en los usos de nuestros visionarios políticos? No, que se sepa.


Mala calidad en otros “Productos” de Navantia.


¿Curioso? No. Recurrente. Porque el caso de los submarinos de Navantia es uno más de los frecuentes casos de mala calidad de la industria militar. Sin ir más lejos, Noruega reclama a España por la mala calidad de las fragatas que Navantia le suministró y por las que soltaron más de 1.000 millones de euros, y concretamente por el hundimiento por un «fallo crítico» de una de ellas. Anteriormente Australia inició otro contencioso con Navantia por la mala calidad de los portaviones que le querían vender. La lista de despropósitos se hace muy larga en Navantia, la empresa puntera de la industria militar española.


No sólo Navantia fabrica con defectos.


Pero Navantia no es la única que sufre esta plaga de chapucerismo industrial.

Los Helicópteros NH90 sufrieron igualmente problemas de diseño (turbulencias a baja altura que les dejaba inestables) que hicieron que el gobierno alemán mandara la parada de su flota. Los aviones Eurofighter cuentan con problemas de potencia por problemas de diseño y grietas en los alerones fabricados en Sevilla. Los aviones A400 también con graves problemas de diseño y accidentes mortales. Problemas de obsolescencia desacreditan a los potentes tanques Leopard alemanes (por cierto, parte de ellos fabricados en España) que han demostrado su fracaso en la lucha contra el Daesh. Los fusiles de asalto M16 estadounidenses que se recalientan ante altas temperaturas y dejan de ser fiables en el desierto, los fusiles G-36 alemanes que se encasquillan, los aviones de combate F35 americanos con defectos fatales, los defectos de fabricación del más moderno portaviones de EEUU, el CVN 78 que hace tirar por la borda cientos de millones de dólares, los Cetme españoles que pretendían endosar a Irak y que igualmente tienen defectos insalvables, … La lista es interminable, generalizable, un lugar común de la industria militar.


¿Fallos de diseño o estrategia de ventas?


Una frecuencia y una extensión a todos los sectores de la industria militar que nos hace pensar que tal vez los fallos de diseño y producción no son un problema técnico en sí, sino una estrategia de producción que, junto a la obsolescencia programada de esta carísima industria, utilizan los señores de la guerra para aumentar su cifra de resultados. ¿Con la aquiescencia de la casta política? No lo sabemos, pero es más que contundente comprobar que a estos fallos tan costosos no se les ofrece ninguna respuesta política contundente: nadie ha dimitido, nada ha cambiado. Incluso, si hacemos caso a los organismos de control españoles (existen informes específicos de la Intervención General del Estado -IGAE- sobre nuestros «Programas Especiales de Armamentos») no se piden a las empresas las penalizaciones estipuladas por el retraso en la entrega de las armas apalabradas, ni se controlan los sobrecostes, ni hay modo humano de racionalizar este mundo del despropósito.


De modo que, con este largo repaso, ya tenemos algunos perdedores descritos en el funcionamiento y negocio de la industria militar:

-  La eficacia y la tecnología

-  La decencia

-  El dinero público que cuestan estos abrumadores sobrecostes.


2.- Sobrecostes


Tanto en el caso español como en el de otros Estados clientes de las industrias militares los sobrecostes respecto del precio inicialmente previsto son muy frecuentes.

En parte, razona la industria militar, debido a que los encargos conllevan un ciclo muy prolongado de tiempo de fabricación, que pasa por el diseño, la fabricación de prototipos y su comprobación de fiabilidad, la producción en serie y la entrega años más tarde de los pedidos iniciales. Por esta razón variables como el alza de los precios de los materiales de fabricación, la inflación, dos de grandes y tres de chicas, etcétera, sirven para justificar los aumentos de precio. A ello se une que, precisamente por el galopante avance de la tecnología militar, a mitad de camino los «compradores» buscan incorporar las mejoras más recientes y otros caprichos no pactados, lo que implica añadidos que encarecen el producto final.

Añadamos que, para cerrar el círculo vicioso, cuando se entregan los productos, éstos ya están habitualmente obsoletos (dado el espectacular avance tecnológico que, dicen, afecta a la industria de matar) con lo que los «clientes» se ven obligados a realizar nuevos pedidos para «modernizar» su recién entregado armamento, ya obsoleto.


En el caso de España, los sobrecostes de los programas de armas (PEAS) superan el 20% sobre lo inicialmente previsto (y añadamos que la cifra de encargos actual sobrepasa los 33.000 millones de euros), con el caso de los submarinos de Navantia como paradigma del sobrecoste, con un 213% de exceso de peso económico.

Los pedidos a la industria militar que efectúa el Estado español, lo decimos como mera hipótesis conspiranoica, tal vez se apalabran a un precio inicial menor para evitar críticas, pero sabiendo que el mismo crecerá por el camino, porque una vez comprometidos desembolsos astronómicos, echarse atrás supone perder mucho dinero. ¿somos cautivos de la torpeza de una casta político-militar entonces? ¿Asistimos a un endeudamiento ilegítimo? ¿Es fruto de la improvisación y la mala suerte?

Veamos un ejemplo significativo. El Estado español lleva invertidos más de 10.600 millones de euros en desarrollar el proyecto de aviones de combate Eurofigther que desarrolla AIRBUS, con el fin de reemplazar a los aviones F18 estadounidenses que España compró en tiempos de Felipe González en el programa FACA (96 cazas y una cifra escalofriante que lastró el presupuesto de Defensa por años) del ejército del Aire.

La idea de España es la de sustituir por completo los F18 del ejército del Aire por aviones más modernos, pero, además, dotarse de aviones de combate para nuestro buque de combate LHD Juan Carlos I (un portaviones que ha costado más de 500 millones de euros) con el fin de sustituir los obsoletos Harrier de despegue vertical de los que dispone la Armada.


Cuando se planificó este enorme esfuerzo económico (¿cuántas prestaciones de rentas dignas se hubieran podido en defensa de la gente más desfavorecida, por ejemplo, con tal pastizal?) las justificaciones fueron: 1) la necesidad de esta inversión para tener tanto los aviones más modernos, 2) las necesidades ineludibles de la defensa española, al parecer gravemente amenazada por el cielo y 3) adquirir la tecnología propia para otros desarrollos de nuestra industria que podían aprovecharse del esfuerzo.

Ahora que Eurofighter está dotando de estos aviones al ejército (ya cuenta con más de 60) parece que existen dudas en la continuidad de los encargos, pues hay una opinión muy importante de los expertos militares que «prefiere» los aviones americanos F35 (cada uno de estos cuesta actualmente más de 200 millones de dólares pero se espera que se puedan conseguir por unos 120 millones y que el coste total de adquisición de un programa suficiente para España pueda superar los 6.000 millones de euros). ¿Qué pasa entonces de la adquisición tecnológica que se predicaba? ¿Qué de la modernidad que se pagaba con este programa?

Saquen conclusiones, pero no se apresuren, porque nos queda por explicar ahora la apuesta de la marina de guerra y otros chismes.

Nuestra flamante Armada exigió nuevos buques polivalentes (portaviones) para modernizarse y seguir cantando en el concierto internacional la canción del pirata con cien cañones por banda. Se hizo imprescindible contar, como se ha dicho, con el «Juan Carlos I», que costó más de 500 millones de euros. A éste acompañarán otros pedidos recientemente programados.

Una vez gastados estos 500 millones iniciales, caen en la cuenta nuestros expertos que los Eurofighter no son adecuados, porque lo que realmente necesitan son aviones de despegue vertical para sustituir a los actuales y obsoletos Harrier, y los Eurofighter no despegan verticalmente. Casualmente los F35 americanos si lo hacen.


Es curioso que cuando diseñaron el gasto para los portaviones se olvidaran de este pequeño detalle: un portaviones sin aviones es como una banda de música sin instrumentos. Detalle en el que ahora sí que caen. Se necesitan aviones F35 de despliegue vertical para que el portaviones en el que ya hemos gastado más de 500 millones de Euros (¿Cuántos hospitales hemos dejado de hacer para contar con este cachivache?) sirva para amenazar mares y costas.

¿Se sorprenden? Pues no se sienten aún, porque, además, el coste de cada F35 (o de cualquier otro sistema de armas que se les ocurra, que sigue la misma lógica) lo es por el avión «mondo y lirondo». No incluye el motor (otros 24 millones de dólares), ni el sistema informático y de control (otros 35 millones de dólares), ni las armas (depende de las que le pongan), ni el casco del piloto (400.000 dólares por unidad). Primero el avión, luego el motor, luego el sistema, luego el casco… Esperemos que en tanto ir y venir no haya que cambiar el sistema de despegue del portaviones o cualquier otra excusa. ¿hasta cuándo?

De modo que el sobrecoste, aparece como otra estrategia de privilegiar a la industria militar y a los intereses militaristas sin que el personal proteste demasiado. ¿Una estrategia que no ha hecho mosquearse a ninguna fuerza política de las que sestean en la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados desde hace ya muchas legislaturas?¿o algún tipo de estrategia compartida entre patres conscripti y vendedores de armas?


3.- La deuda.


La industria militar presenta una factura elevada en todos y cada uno de los países que adquieren armas (es decir, todos).

Centrándonos en el caso de España, los contratos apalabrados por España en su primer ciclo de rearme implicaron un compromiso de pago, diferido a futuro, de aproximadamente 33.000 millones de euros, de los que faltan de pagarse cerca de 20.000. Ahora, el gobierno de Sánchez acaba de dar por válido un segundo ciclo de rearme previamente comprometido por Rajoy. Nuevo ciclo que sumará a esta cantidad al menos otros 12.000 millones de euros más (si no hay sobrecostes).

Por la curiosa manera de comprometer estos contratos armamentistas, España ha prefinanciado a las empresas militares dándose créditos «reembolsables» (es decir, que devolverán cuando entreguen sus sistemas de armas y se les paguen los pedidos). Como los créditos concedidos son a interés cero y los pagos (amén de los sobrecostes ya aludidos) a dinero corriente al momento de pago, resulta que el interés cero en realidad es un regalo que en nuestro nombre hacen los gobiernos a la industria militar, pues el interés cero no existe más que en la Biblia y en el Corán y el dinero prestado, cuando se devuelve, lo hace sin el coste del dinero, que es pagado ya saben ustedes por quién.

Así y todo, como tenemos un presupuesto de defensa altamente deficitario (por ejemplo, con el que calculó el Ministerio de Defensa para 2018 sólo daba para pagar todo el montaje de la defensa hasta mediados de mayo, y si sumamos lo escondido en otras partidas fuera del ministerio de defensa, sólo daba para llegar hasta octubre) los pagos a la industria militar se han venido haciendo por medio de créditos extraordinarios (¡y tanto!) y extra-presuestarios (hasta ahora, pero esperemos a ver los anunciados nuevos presupuestos de Sánchez para ver si también en el futuro) con cargo a deuda pública.


De modo que la industria militar nos endosa una factura monumental, de más de 42.000 millones de euros, de deuda pública para la financiación de las armas comprometidas.

Para hacernos una idea de la magnitud de nuestra deuda militar, esta cantidad equivale a casi cuatro puntos del PIB y a casi un rescate de la banca.

¿Han consultado a alguien esta locura? ¿responde al interés prioritario de la sociedad? ¿ha sido adquirida bajo el influjo de un complejo de intereses militar-industrial, o por puertas giratorias a su favor? Preguntas que nos sirven para responder a otra más: ¿Se trata de una deuda ilegítima? Y si es así ¿Por qué nadie exige su impago?

Ahora bien, España es un Estado del Primer Mundo, lo que, amén de otros perjuicios evidentes, equivale a que dicha deuda únicamente nos empobrece y evita políticas públicas justas, lo que viene llamándose «coste de oportunidad» (del que hablaremos en extenso en otra entrega), el cual afecta negativamente en el desarrollo social y acentúa la distancia entre los de arriba y los de abajo. Pero pensemos en nuestros países clientes y principalmente los clientes del Sur donde, por ejemplo, el índice de desarrollo humano está por los suelos y la decisión de cañones o mantequilla equivale también a mayor violencia estructural, mayor pobreza generalizada, muerte prematura asegurada y se convierte, por tanto, en un coste no de oportunidad, sino de vida.


Amén de ello, la adquisición de armas por países limítrofes viene a desencadenar ciclos globales de rearme, de forma que los vecinos también adquieren armas y relegan otras necesidades perentorias, facilitando un negocio de sangre que, ya sea por sus devastadores efectos en tiempos de paz, o por los fatales si se llegan a usar estas armas, agreden a los pueblos y sus expectativas.

Debido, ya lo hemos dicho, al enorme volumen de las facturas militares, estos países han de acudir también al endeudamiento, pues no existe el dinero corriente disponible para pagar los pedidos a tocateja, para asegurar sus adquisiciones de armas. No por casualidad es la gran banca occidental (incluso cuenta con entidades financieras especializadas en ello) la principal tenedora de la deuda pública de los países que compran armas.

También la deuda pública militar, por otra parte, sirve a los países «productores» de armas para condicionar las políticas y la geoestrategia mundial, es por tanto un mecanismo de dominación hábilmente usado (si te tengo endeudado te condiciono las opciones), algo que la doctrina ya ha destacado.

De modo que, aunque parezca un coste invisible e inapreciable, ya tenemos nuevos perdedores: las sociedades en su conjunto, el desarrollo humano, y sobre todo las sociedades cautivas de este círculo vicioso.


Dejemos por el momento la presente entrega.

La próxima detallará tres aspectos más: 1) el mercado laboral y la mentira podrida que usa como chantaje y mantra esta industria para conseguir que, pobres de nosotros, pidamos más carga de trabajo, como pedían al «Rey Felón» aquellas masas de antaño más cadenas. 2) El pastizal en subvenciones que las Comunidades Autónomas ofrece a estos mercaderes e industrias (por cierto, qué bien nos vendía si alguien nos ayuda aportándonos datos fiables y fuentes concretas de este aspecto para evitarnos el meticuloso y aburrido papel de ir buscando en boletines oficiales y otros papelotes) y 3) lo que venimos llamando el «monocultivo militar» y la dependencia de comarcas y regiones de este tremendo mal.

Hasta entonces, buen provecho.


 


Ver también en Tortuga:


¿Radiografiamos la industria militar, ese espectacular caso de éxito? Primera parte.


¿Radiografiamos la industria militar española, ese asombroso caso de éxito? Segunda parte: Un negocio brutal.

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 14/01/2019 - Modificar

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