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Sección: Rusia, URSS, Centenario Revolución Soviética

Título: La perestroika de Gorbachov: una mentira en la continuidad del estalinismo La URSS- Enlace 1

Texto del artículo:

Tomado del sitio web de ENLACE 1, de Corriente Comunista Internacional:
http://es.internationalism.org/rint/1989/58_perestroika
donde pueden verse referencias, gráficos y más detalles.

La perestroika de Gorbachov: una mentira en la continuidad del estalinismo La URSS
de antes, de la Perestroika
Para contestar a esas preguntas, es necesario describir el contexto económico e
histórico del capitalismo ruso que determinan y explican la situación actual.
La debilidad económica de la URSS La situación actual de la URSS es resultado de
décadas de crisis permanente del capital ruso. La economía rusa es una economía
fundamentalmente subdesarrollada. La potencia económica de la URSS se debe más a
su tamaño que a su calidad. El Producto Nacional Bruto (PNB) per cápita (por
habitante), estimado en 5700 $ en 1988 [1] coloca a la URSS en el puesto 53 del
mundo, justo delante de Libia. Las exportaciones de la URSS son típicas de los
países subdesarrollados; son sobre todo materias primas, gas y petróleo del que la
URSS es el primer productor mundial.
La situación de subdesarrollo del capitalismo ruso es antigua. Llegó demasiado
tarde al mercado mundial. Estuvo primero entorpecido en su desarrollo por los
restos feudales del zarismo en el siglo XIX; y justo cuando acababa de imponerse
políticamente aunque marcado todavía por las taras profundas del feudalismo, su
Estado es destruido y su economía trastornada por la revolución proletaria de
1917. Será con la contrarrevolución estalinista cuando logrará imponerse en el
escenario internacional. El capitalismo estaliniano, surgido en pleno período de
decadencia del capitalismo, lleva obligatoriamente los estigmas de ésta. Producto
de la peor de las contrarrevoluciones, el capitalismo estaliniano es una
caricatura del capitalismo de Estado decadente. Si la URSS ha conseguido imponerse
como segunda potencia mundial, no es desde luego gracias a la competencia y
productividad de su economía, sino gracias a la fuerza de sus armas ideológicas y
militares en la segunda guerra
imperialista mundial y posteriormente en las llamadas luchas de liberación
nacional. Aunque el capital ruso se fortaleció tras la guerra gracias al saqueo de
los países de Europa del Este (desmontaje de fábricas para su montaje en la URSS) y
a una tutela férrea impuesta a todo el bloque conculcando las leyes del intercambio
en beneficio propio, no por ello dejará de aumentar su atraso económico respecto a
los países más desarrollados. La URSS consiguió alcanzar el rango de segunda
potencia imperialista mundial y mantenerse en él gracias únicamente a la
transformación de su economía en economía de guerra, polarizando todo su aparato
productivo en torno a la producción de armamento. Partes enteras de la economía que
no dependían de lo militar prioritario fueron sacrificadas: agricultura, bienes de
consumo, salud, etc. Las riquezas extraídas de la explotación de los trabajadores
casi ni se vuelven a invertir en la producción, sino que son sobre todo destruidas
en la
producción armamentística.
Semejante punción en la economía, mucho más fuerte que las realizadas en la
producción de armamento en occidente, ha ido pesando cada día más y más en la
economía rusa, entorpeciendo gravemente el desarrollo de su capital, quitándole la
menor esperanza futura de hacerla competencia a sus rivales en lo económico. El
capitalismo del Este se encuentra totalmente inmerso en la crisis mundial, con
formas a veces diferentes pero tan significativas como las del Oeste.
Irremediablemente, década tras década, la tasa de crecimiento oficial, mantenida
artificialmente gracias a la producción de armas, ha ido bajando.
Semejante política económica en la que todo se sacrifica en aras de la economía de
guerra y de la estrategia imperialista, no puede sino plasmarse en ataques
constantes contra el nivel de vida de la clase obrera.
Y a su vez, a la larga, semejante debilidad económica no puede sino acabar
entorpeciendo el desarrollo de la capacidad imperialista de la URSS. Esto queda
ilustrado por la historia del capital ruso desde la posguerra [2].


El retroceso del bloque ruso y el inmovilismo brezneviano
Con los acuerdos de Yalta que certificaron el reparto del mundo y en particular el
de Europa, entre la URSS y los USA, un nuevo período quedó abierto, período
marcado por el antagonismo entre esas dos potencias imperialistas mundiales y
dominantes, ansiosas de echar mano a los jirones de los imperios coloniales de una
Europa claudicante. Las pretendidas «luchas de liberación nacional» iban a ser uno
de los medios del imperialismo de ambos «grandes». Al igual que EEUU, la URSS va a
sacar beneficio del periodo de «descolonización» para salir de su aislamiento.
Haciendo uso y abuso de sus patrañas ideológicas, mediante su apoyo armado a los
movimientos «anticolonialistas» y «nacionalistas», la URSS va a ir ampliando su
área de influencia: en Asia (China, Vietnam), Oriente Medio (Egipto, Siria, Irak),
incluso en las Américas (Cuba). Por todas las partes del mundo, los partidos
estalinistas y las guerrillas apoyadas por la URSS dan testimonio de su potencia
militar. Sin
embargo, lo que la URSS es capaz de ganar militare ideológicamente es incapaz de
consolidarlo en el plano económico. Con los años 60 se inicia un irreversible ocaso
que va a acelerarse con el desarrollo de la crisis económica en los años 70; la
conquista de Indochina no compensará la pérdida catastrófica de China; la reacción
occidental la obliga a echarse atrás en el asunto de los misiles de Cuba; la
derrota militar de sus aliados en el Mediterráneo oriental, frente a Israel,
acelera su pérdida de influencia en la zona; en América y en África, los
movimientos de «lucha de liberación nacional» apoyados por la URSS son derrotados;
la «victoria» en Angola, aprovechando la descolonización tardía de los territorios
portugueses, es en aquel entonces un flaco consuelo.
Este retroceso es expresión de la debilidad relativa en que se encuentra el bloque
ruso respecto a su rival occidental.
Para consolidar su bloque en la periferia, la URSS no puede ofrecer prácticamente
nada económicamente hablando; sus ayudas financieras son miserables, incapaces de
hacer competencia a los subsidios de occidente; no tiene verdaderas salidas
mercantiles para las exportaciones de sus aliados, su tecnología es muy
deficiente, todo lo cual impide que sus vasallos puedan competir con eficacia con
sus rivales en el plano económico. Los países bajo dominio ruso se irán
empobreciendo y debilitando respecto a sus competidores del bloque occidental.
Para cualquier capital nacional, es más interesante económicamente encontrarse
integrado en el bloque más poderoso, el dominado por USA.
Ante tal situación de debilidad, las únicas bazas de la URSS son la fuerza de las
armas y la mentira ideológica. Sin embargo, la propia debilidad económica del
bloque ruso no puede, a la larga, sino acabar socavando esos dos pilares del
capital ruso. En esto, el reinado de Brezhnev será ejemplar. Tras las ambiciones
de Jruschov (el cual preveía comunismo y abundancia nada menos que... ¡para
1980!), la burguesía rusa tendrá que revisar sus ambiciones a la baja. Tras la
euforia de los años 50, años de expansión imperialista y de éxitos tecnológicos
(primer Sputnik), llegaron los fracasos repetidos de los 60: retroceso en el
episodio de los misiles de Cuba, desavenencias con China, descontento de la clase
obrera que culminará en las revueltas sangrientas de Novocherkás, la hostilidad de
la Nomenklatura a las reformas económicas, todo ello acabará precipitando la caída
de Jruschov, el cual «dimitirá» por razones de salud en 1964, sucediéndole
Brezhnev.

Punto final a la política ambiciosa de reformas. Las reformas propuestas por
Lieberman para dar dinamismo a la economía rusa son enterradas. Las campañas
ideológicas de «desestalinización» iniciadas en el XXº Congreso para dar una nueva
credibilidad al Estado son totalmente interrumpidas. La incapacidad de la
burguesía rusa para llevar a cabo un programa de modernización va a concretarse en
inmovilismo. El capitalismo ruso se hunde cada día más en el marasmo económico.
Más que nunca, el único medio para la URSS de abrirse nuevos mercados, no ya para
que fructifiquen sino para saquearlos, es la fuerza de las armas, pues las armas
es lo único que la URSS puede ofrecer a sus aliados. Y la Rusia de Brezhnev las
producirá a mansalva. La industria armamentística va a seguir hipertrofiándose a
expensas de los demás sectores de la producción.
En el plano internacional, la subida de Brezhnev al poder es la expresión del
retroceso del imperialismo ruso. A la vez que la guerra de Vietnam se intensifica
y ambas potencias se empantanan en ella, las relaciones entre dichas potencias
parecen estar paradójicamente marcadas por las campañas sobre la «coexistencia
pacífica», firmándose entre ellas acuerdos de limitación de armamento como en 1968
el tratado de no proliferación de armas nucleares y en 1973 los famosos acuerdos
S.A.L.T. Pero la realidad dista mucho de los discursos pacifistas una vez
terminada la guerra de Vietnam; la carrera armamentística prosigue imponiendo
sacrificios cada día mayores a la economía. Pero la economía es un todo. El
abandono de ciertos sectores acaba provocando retrasos tecnológicos crecientes,
los cuales a su vez inciden en la eficacia del armamento. La cantidad de armas
tenderá a compensar su calidad. Durante los años 70, la influencia del bloque del
Este va a irse encogiendo cada día
más. Incluso la victoria en el terreno de Vietnam va a provocar una derrota
estratégica con la alianza de China con EEUU. Los países de la periferia del
capitalismo mundial en donde el bloque del Este mantiene una presencia, se ven
sometidos a una presión militar y económica por parte del bloque occidental; son un
pozo sin fondo para el capital ruso sin que éste pueda sacar ganancia alguna ni
económica ni estratégica.
El hundimiento del régimen del Sha en Irán, al crear un vacío enorme en el
dispositivo militar con que el bloque occidental tiene rodeado al bloque del Este,
le ofrece una oportunidad a la URSS para abrirse camino hacia los mares cálidos y
las riquezas de Oriente Medio, sueño estratégico de la burguesía rusa. Tras los
años de las cantinelas pacifistas del Kremlin, la invasión de Afganistán por el
ejército rojo a finales de 1979 fue en los hechos un cuestionamiento de los
acuerdos de Yalta. Los años 80 se inician con los malos augurios del brusco
recalentamiento de las tensiones interimperialistas entre los dos grandes. El
bloque occidental reacciona con una ofensiva imperialista de gran envergadura,
sometiendo al bloque del Este a un bloqueo tecnológico y económico. Los
presupuestos para el armamento en occidente dan un brusco salto, se fabrican
nuevas armas cada día más perfeccionadas y eficaces, se lanzan nuevos programas
con los últimos descubrimientos tecnológicos y
se instaura una política militar más agresiva en las zonas donde la URSS mantiene
todavía cierta influencia, utilizando esta vez contra el bloque ruso la guerra de
guerrillas en Angola, Etiopía, Camboya, Afganistán.
El brusco aumento de las tensiones imperialistas va a poner de relieve las
carencias del dispositivo militar ruso. Ya en 1973, en la guerra del Kippur, en
unas cuantas horas, la aviación israelí había derribado sin la menor pérdida casi
cien aviones rusos del ejército sirio, quedando así demostrado el retraso
tecnológico de las armas rusas y su ineficacia. La entrega por parte de EEUU de
misiles Stinger a los muyaidines afganos cambió por completo el campo de batalla.
Al ejército rojo le fue imposible usar sus helicópteros blindados como antes y su
aviación ya no pudo seguir bombardeando a baja altitud y sin riesgos a los
llamados «resistentes»; en cuanto a los carros, éstos resultaron ser dianas
fáciles frente a los nuevos misiles y lanzagranadas anticarros entregadas por los
occidentales. A pesar de una tropa de más de, 100 000 hombres, de miles de carros,
cientos de helicópteros y aviones, el ejército rojo ha sido incapaz de imponerse
en el terreno. El Estado Mayor
«soviético» ha tenido ocasión de comprobrar lo ineficaz de su armamento, su retraso
tecnológico. El anuncio de Reagan del programa llamado «guerra de las galaxias», el
cual volvería caducos los misiles estratégicos nucleares y por lo tanto lo esencial
del arsenal nuclear ruso, la confirmación del retraso dramático en ámbitos
esenciales como la electrónica, provocó entre los estrategas del bloque ruso el
temor de un avance tecnológico occidental que dejaría muy atrás a sus sistemas de
armas.
Dentro de la burguesía rusa, la fracción militar responsable del complejo
industrial-militar y de los ejércitos, se ha convertido en la partidaria más
ardiente de una reforma económica destinada a enderezar la situación. La cantidad
en armas no es suficiente si no hay calidad. Y para modernizar el armamento hay
que «modernizar» primero la economía, o sea, explotar más y mejor a los
trabajadores para así fortalecer las capacidades tecnológicas del sector
industrial-militar.
La reforma económica necesaria ha chocado contra la pesada inercia burocrática de
la clase dominante agrupada en torno al Partido y que paraliza el funcionamiento
de la producción y justifica todos los despilfarros. El capitalismo ruso tiene la
particularidad de haberse impuesto directamente por medio del Estado, pues la
Revolución rusa había reducido a su más simple expresión al sector privado. El
mercado interior no tiene un papel regulador mediante la competencia. Los gestores
y responsables de la producción están más preocupados por su puesto en la
Nomenklatura y los privilegios que de ella dependen que por la producción.
Nepotismo, corrupción, chanchullos y conchabanzas reinan por doquier. A los
miembros del Partido que obtienen la plaza de director de una fábrica poco les
importa la producción, pues la plaza que ocupan no se debe a sus especiales
competencias sino que se considera lugar desde el que se pueden obtener múltiples
privilegios, se pueden llenar los
bolsillos. Ligados a talo cual camarilla, patrocinados por tal o cual alta esfera,
su carrera no depende en absoluto de los resultados económicos obtenidos. La
anarquía burocrática que reina en la producción es de lo más beneficioso para los
«aparatchiks». A una amplia fracción de la Nomenklatura le conviene perfectamente
tal situación, base de su propia existencia. Las fracciones de la burguesía que
apoyaron el inmovilismo brezhneviano son de lo más hostil a cualquier cambio que
ponga en entredicho sus privilegios, aunque tal cambio pudiera ser necesario para
el capital nacional. Tras la muerte de Leónidas Brezhnev; las rivalidades entre
camarillas empezaron a agudizarse. La guerra de sucesión iba a ser dura.
El principal obstáculo para la instauración de una reforma económica sigue siendo,
sin embargo, el proletariado, pues reforma económica significa ataque redoblado
contra las condiciones de vida de los trabajadores. AI igual que en el resto del
mundo, también en el bloque del Este, las luchas obreras han vuelto al escenario
de la historia. Los años de plomo de la contrarrevolución estalinista han quedado
muy atrás; ya ha nacido una nueva generación de proletarios a quienes el terror y
la represión no consiguen someter.
La cuestión social en el bloque del Este
En la tradición estalinista, las condiciones de vida de la población han sido
sacrificadas en aras de la economía de guerra. La penuria campea, los almacenes
están vacíos, se ha impuesto el racionamiento, los salarios son una miseria, el
control policíaco impone silencio. Esta situación no mejoró mucho durante los
regímenes de Jruschov y Brezhnev. Incluso empeoró debido a la profundización de la
crisis económica mundial desde finales de los 60, crisis cuyos efectos también se
han vivido en el Este. El descontento ha ido creciendo en el seno de la clase
obrera, la resignación frente a la mano férrea del terror policíaco ha empezado a
desaparecer en la nueva generación de proletarios que no han conocido los peores
años de la contrarrevolución estalinista. El desarrollo de la lucha de clase en
Polonia ha sido muy significativo al respecto .[3] Las huelgas y revueltas en las
ciudades del Báltico (Gdansk, Stettin, Sopot, Gdynia) durante el invierno 1969-70
en Polonia,
reprimidas con la mayor bestialidad, la ola de huelgas de 1976 y finalmente la
huelga de masas en 1980, que se extendió cual reguero de pólvora por toda Polonia,
son testimonio de la renovada combatividad del proletariado. También demuestran a
la burguesía que la represión no basta para mantener al proletariado sometido al
yugo; a pesar de las sucesivas represiones, tras breves retrocesos, la lucha de
clases siempre ha vuelto a desplegarse a niveles más altos. La represión, aunque
puede conseguir intimidar al proletariado, es también un factor importante de toma
de conciencia por una clase cuya combatividad renaciente está estimulada por los
ataques incesantes contra sus condiciones de vida: el divorcio entre el Estado y la
sociedad civil es total, el enemigo es claramente identificado. Al abrirse más aún
la zanja entre los explotados y la clase dominante, el proletariado consigue
reconocer con más facilidad su unidad de clase e imponer sus métodos de lucha.
Para la burguesía, la represión es arma de doble filo. Mal empleada, al contrario
de desmoralizar a los obreros, puede reforzar su movilización y determinación. En
lo más alto de la huelga en Polonia, haber reprimido el movimiento hacía correr el
riesgo de cristalizar el descontento en todos los países de Europa del Este y
abrir vía libre a una generalización de la huelga más allá de las fronteras
polacas. Ante la huelga de masas en Polonia, a la burguesía no le quedó otro
remedio que el retroceso para así recuperar cierto margen de maniobra. Los
acuerdos de Gdansk de agosto de 1980, a la vez que marcan el auge de la lucha de
la clase, también señalan el inicio de la contraofensiva de la burguesía, la cual
va llevarse a cabo con la careta democrática y nacionalista. El proletariado de
Polonia, que había demostrado gran combatividad, valentía, determinación, unidad y
reflejos de clase para controlar, organizar y orientar su lucha, demuestra, en
cambio, su inmadurez, su
inexperiencia frente a las mistificaciones más sofisticadas de la burguesía: la
creación de Solidarnosc, la subida a primera línea de la Iglesia, todo ello da una
nueva credibilidad democrática al Estado estaliniano. Walesa va a desempeñar su
papel de bombero de la lucha de clases, yendo de acá para allá pidiendo a los
obreros en huelga que vuelvan al trabajo para así no entorpecer el proceso de
«democratización» y de modernización del capital polaco. La nueva «oposición» se
dedica a hacerle la competencia ultranacionalista al Partido comunista dirigente.
El proletariado polaco está desorientado, desmovilizado, dividido, separado de sus
hermanos de clase de los demás países. La burguesía va a aprovechar esa situación
para reprimir una vez más a finales de 1981. Se prohibió Solidarnosc, lo cual va a
reforzar su credibilidad; su labor saboteadora de las luchas de la clase va a
proseguir. La clase va a continuar, a pesar de la represión, a exteriorizar su
combatividad a lo
largo de estos años 80, pero sus luchas son sistemáticamente desviadas por
Solidarnosc, que disfruta de gran popularidad, transformándolas en «lucha por la
democracia», por el reconocimiento «oficial» del nuevo sindicato.
El proletariado de Polonia es la fracción más avanzada de los países del Este. Sus
fuerzas y sus flaquezas no le son típicas, sino que las comparten otras fracciones
del proletariado:
- una característica general del proletariado mundial: el desarrollo de la
combatividad, la voluntad de luchar. En los países del Este como en otros lugares,
una nueva generación de proletarios ha llegado al escenario de la historia; una
generación que no ha soportado el yugo de la contrarrevolución triunfante que ha
marcado este siglo; una generación no vencida, no resignada, con un potencial de
combatividad intacto que no espera sino a expresarse;
- características más especiales, que no se ven más que en los países del
este y en los subdesarrollados:
- la falta de experiencia con relación a las mistificaciones más
sofisticadas de la burguesía : la ilusión democrática, el pluralismo electoral, el
sindicalismo «libre» son otras tantas trampas de las que poca experiencia tiene el
proletariado del Este; además, su propia experiencia del terror estalinista tiende
a reforzar sus ilusiones democráticas, a idealizar el modelo occidental;
- el peso antiguo de las ilusiones nacionalistas lo ha fortalecido
constantemente el centralismo neocolonial y bestial de Moscú, cuyo régimen
estalinista ha recogido, en eso, la herencia del zarismo. Excitar el nacionalismo
con la represión ha sido una constante del estalinismo, el cual, al reforzar la
división del proletariado en múltiples nacionalidades, reforzaba así su poder
central.

La debilidad del proletariado de Europa del Este respecto a las ilusiones
democráticas y nacionalistas es conocida desde hace tiempo por la burguesía
estalinista. Siempre ha sabido dosificar atinadamente la represión y la
liberalización para mantener al proletariado encadenado a la explotación: Gomulka
y Gierek, mandamases del capital polaco entre 1956 y 1970 aquél y de 1970 a 1980
éste, antes de haber sido represores habían sido «liberalizadores» del régimen. La
«primavera de Praga» demuestra cómo ciertas fracciones del régimen estalinista
pueden ser ardientes defensores de la «democracia» para controlar mejor el
descontento de la población. Desde 1956, el KGB ha transformado Hungría en dominio
reservado para allí experimentar sus reformas políticas de «liberalización». El
período Jruschov y la «desestalinización» demuestran que el deseo de un
encuadramiento «democrático» del proletariado, más eficaz que el uso exclusivo del
terror policiaco preocupa a la burguesía del
bloque ruso.

La cuestión social es determinante en la capacidad del bloque del Este para
maniobrar en el terreno imperialista:

- en el plano económico, la resistencia creciente de los obreros entorpece
la carrera del capital a la productividad y sobre todo hace peligrosa una reforma
económica, indispensable para el reforzamiento del potencial militar pero que
implica una explotación reforzada del proletariado. La modernización del aparato
productivo conlleva el peligro de luchas obreras, de una crisis social y de hacer
inestable al bloque;
- en el plano político, el descontento creciente del proletariado entorpece
la capacidad de maniobra de la burguesía. La ira contra la aventura en Afganistán
ha ido aumentando al ritmo de los ataudes y de los heridos en el campo de batalla,
a la vez que las ayudas a los aliados del tercer mundo se volvían cada día más
impopulares frente al nivel de vida que se iba degradando. La hostilidad del
proletariado contra los sacrificios impuestos por las ambiciones del imperialismo
ruso va creciendo día tras día;
- en el plano estratégico, las huelgas en Polonia, al paralizar los
ferrocarriles, perturbaron totalmente el abastecimiento del dispositivo militar
ruso más importante a lo largo del telón de acero, demostrándose así concretamente
por qué la paz social le es absolutamente necesaria a la guerra imperialista.
La credibilidad del Estado
A principios de los años 80, el estado de decrepitud senil de Brezhnev es el
reflejo mismo del capitalismo ruso. Y las reformas se han vuelto urgentes y para
empezar las políticas para dar un poco de credibilidad al Estado ruso tanto
puertas adentro como hacia fuera.
Sin embargo, la burguesía estalinista no se ha dado nunca los medios de verdad, si
es que alguna vez los ha tenido, para llevar a cabo esta política de
«democratización». Para ello, la burguesía estalinista tiene ante sí dos grandes
obstáculos:
- hasta los acontecimientos de Polonia en 1980, la combatividad del
proletariado pudo quedar contenida, sobre todo mediante la represión más bestial.
La Nomenklatura no se sentía, pues, obligada a plantearse reformas políticas en
profundidad ;
- los intereses de amplias fracciones de la burguesía están ligadas a la
forma misma del Estado y a su funcionamiento estaliniano. El miedo a perder sus
privilegios es un poderoso acicate en la resistencia de una fracción del aparato
de Estado hostil a la menor idea de reforma;
- el subdesarrollo del capital ruso es una traba enorme para hacer creíbles
las ilusiones democráticas, pues más allá de los bellos discursitos, no puede
ofrecer la menor mejora económica de las condiciones de vida del proletariado;
- aunque el proletariado es frágil frente a los embustes democráticos,
precisamente por su desconfianza absoluta respecto al Estado hace más difícil su
búsqueda de credibilidad. Es más fácil meter en las mentes la ilusión democrática
con la represión que integrando una oposición permanente en el funcionamiento del
Estado, lo cual pone en peligro su credibilidad, que es la piedra clave de la
legitimidad de la «democracia».

La credibilidad de su Estado es algo esencial para la burguesía tanto de puertas
adentro como internacionalmente. En principio, eso es todavía más esencial para
una potencia imperialista de primer orden como lo es la URSS. Sin embargo, en su
mismo modo de funcionar, la burguesía rusa expresa la debilidad de su capital
subdesarrollado y el peso de sus orígenes históricos, con un inmovilismo y una
parálisis política que se plasman en una profunda resistencia a las reformas
políticas necesarias para su capital: La burguesía de Estado rusa ha vivido de las
rentas de su contrarrevolución victoriosa:

- en el interior, el aplastamiento del proletariado, el aniquilamiento de
la revolución por Stalin, le aseguró a la burguesía una larga paz social que casi
sólo la represión ha permitido mantener. La credibilidad del Estado equivalía al
terror que era capaz de mantener.
– en el plano internacional, la potencia armamentística y en especial el
desarrollo del arsenal nuclear son ya en sí suficientes para dar crédito al
imperialismo ruso. Además, la burguesía de la URSS, durante décadas, se ha podido
permitir el lujo de reivindicarse impunemente de la revolución proletaria, de la
que fue principal verdugo, para llevar a cabo una política internacional ofensiva,
recabando las simpatías de proletarios y explotados embaucados por las mentiras
estilinianas. La mayor patraña de este siglo, la mentira del carácter proletario
del Estado ruso ha sido el cimiento principal de la credibilidad de su propaganda
internacional.
Todas esas ventajas de la burguesía rusa se han ido gastando con la aceleración de
la historia. A principios de los 80, la realidad de las contradicciones del
capitalismo ruso se va a volver patente. La cuestión de la credibilidad del Estado
va a ser crucial; de ella depende su capacidad para modernizar la economía y
mantener su poderío imperialista. En el interior, el terror policiaco ya no es
suficiente para amordazar al proletariado. La dinámica de la lucha de clase
desarrollada en Polonia expresa en realidad una tendencia general de todos los
países del Este, aunque sea de menor importancia. Internacionalmente, la URSS ha
ido perdiendo su credibilidad ideológica. La situación económica desastrosa de sus
aliados de la periferia capitalista y muy en especial, la catástrofe social de
Vietnam tras la salida de los norteamericanos, todo ello se ha encargado de barrer
las ilusiones sobre el «progresismo» o el «socialismo» del bloque del Este. Los
acontecimientos de
Checoslovaquia de 1968 ya habían demostrado a los obreros del mundo entero la
brutalidad represiva de la URSS, sembrando la duda en las mentes de muchos
proletarios hasta entonces crédulos. La influencia de los llamados partidos
comunistas pro rusos, muy implantados dentro del bloque enemigo, va a irse
reduciendo sin cesar. Las luchas obreras en Polonia se iban a encargar de darle la
puntilla a las mentiras sobre el carácter proletario del Estado ruso y sus
secuaces.
La capacidad de la URSS para mantener el poderío de su imperialismo está en
relación directa con su capacidad para mantener la credibilidad de su Estado. Con
la aceleración de los años 80, con el empantanamiento de la expedición en
Afganistán y la explosión social en Polonia, para la burguesía se han hecho
indispensables ciertas reformas radicales, la necesidad, en definitiva, de un
cuestionamiento sin concesiones de manera a asegurar la supervivencia del capital
ruso como potencia dominante.

La Perestroika, y la Glasnost, mentiras contra la clase obrera
La victoria de los partidarios de la reforma La muerte de Leónidas Brezhnev en
1982 va a rematar dos décadas de inmovilismo. Ha sonado la hora de las difíciles
alternativas para la Nomenklatura rusa; la lucha por la sucesión va a endurecerse
enfrentando a partidarios de las reformas y a quienes se oponen a ellas. El primer
tiempo es el del nuevo secretario general Andropov, ex jefe del KGB, quien va a
anunciar tímidas reformas y sobre todo se va a dedicar a purgar el aparato de
Estado de jerarcas brezhnevianos; pero su muerte prematura en 1984 permite la
vuelta de éstos. Chernenko, nuevo secretario general, expresa la victoria de los
partidarios de no hacer nada y esperar, pero esa victoria será de corta duración.
Un año más tarde le tocará a él morirse. Las defunciones se multiplican entre los
vejestorios que dirigen la URSS, lo cual es ya testimonio de la dureza de la lucha
por el poder. El nuevo secretario general, Mijail Gorbachov, llegado en 1985 a la
cabeza de la
URSS, es entonces poco conocido, pero muy pronto va a hacerse notar por su
dinamismo político. Ha dado la vuelta la tortilla y la fracción «reformadora» de la
burguesía rusa ha tomado las riendas del poder. Ha tocado la hora de la reforma
económica y política; se inicia una intensa campaña ideológica: Perestroika
(reconstrucción), Glasnost (trasparencia) suenan por el ancho mundo.
Paradójicamente, los sectores del aparato político más a favor de esa política de
reforma económica y democrática no son los sectores tradicionalmente «liberales»,
sino los sectores centrales del Estado ruso: el estado mayor del complejo
militar-industrial, preocupado por mantener la capacidad competitiva del
imperialismo URSS y la dirección del KGB, bien situada para conocer los riesgos
del aumento del descontento entre el proletariado; un KGB que ha seguido con mucha
atención lo ocurrido en Polonia. La intelligentsia rusa, por su parte, es el
perfecto reflejo de sus colegas occidentales, siempre lista para apoyar causas
perdidas y servir de fianza a las fracciones más embaucadoras de la burguesía. Va
a serla abanderada de Gorbachov. También Jruschov en sus tiempos había obtenido su
apoyo 30 años antes. Sajarov, perseguido durante años bajo Brezhnev, va a ser
ahora un decidido defensor de la Perestroika.
Los sectores más resistentes ante la « nueva política » son aquellos que, a todos
los niveles del partido, se aprovechan del modelo estaliniano de control del
Estado: los caciques locales del partido que se han montado su poder durante años
y años de chanchullos politiqueros y policiacos y han amasado una fortuna mediante
tráficos, fraudes y sobornos de todo tipo; los responsables económicos, directores
de fábrica más preocupados de su situación privilegiada para especularen el
mercado negro que de la calidad de su producción y toda una serie de burócratas de
cualquier escalón de la maquinaria político-policíaca del partido más preocupados
por sus privilegios personales que por los intereses del capital nacional. La
burguesía rusa lleva en sí los estigmas del subdesarrollo de su capital. Sus
anacronismos son un enorme lastre para conseguir adaptarse.
Además, una fracción central de la Nomenklatura rusa, la que pudo darse cuenta del
fracaso de la experiencia de Jruschov y dio cuerpo al inmovilismo brezhneviano,
sigue en su sitio. Y no sólo en la URSS, sino en todo el bloque del Este de
Europa. Esa fracción tiene muchas dudas en cuanto a la capacidad del
Estado-capital ruso para llevar a cabo la política ambiciosa que pretenden los
llamados «reformadores». Fue ese miedo, no infundado, a un fracaso de las
reformas, acarreador de un caos económico y social ampliado, lo que durante 20
altos la mantuvo en una parálisis conservadora. La instauración de reformas
apareció al principio como guerra entre camarillas que se peleaban por controlar
la dirección. Tras la muerte de Brezhnev, la agarrada entre jerarcas de la
burguesía rusa fue discreta pero ya violenta; con la subida al poder de Gorbachov
va a volverse espectacular, al utilizar éste las sucesivas purgas para alimentar
la campaña de credibilidad democrática La
Perestroika se lleva a cabo a la manera del paso de carga de las purgas
estalinistas. Y, para empezar, ¿qué es eso de la Perestroika?
El fracaso de Perestroika económica En su origen, Perestroika significaba
refundición o reconstrucción de la economía, mientras que la Glasnost, la
transparencia, era la vertiente política, la de las reformas «democráticas». Pero
las palabras mágicas que los peritos publicitarios encuentran para alimentar las
campañas mediáticas de la burguesía pueden cambiar de contenido según las
necesidades. La palabra Perestroika ha tomado el sentido de cambio y se ha
ampliado a todos los ámbitos englobando también el término de Glasnost; es ése un
lógico desplazamiento de sentido, pues cuatro años después de la llegada del nuevo
Secretario general, la reforma económica sigue en punto muerto.
Las reformas promulgadas a golpe de decreto y pregonadas a bombo y platillo pocos
efectos tienen en la economía real; son absorbidas, digeridas y desviadas por el
aparato del partido y vueltas inaplicables a causa del enorme lastre de las
carencias y el mal funcionamiento de la economía. El montaje que se ha armado en
tomo a la autonomía financiera de las empresas, en torno a las nuevas empresas
familiares privadas o las empresas mixtas con participación de capitales
extranjeros, todo eso es mucho ruido mediático para las pocas nueces de la
transformación económica real. Para citar un ejemplo que fue ampliamente difundido
por los media: el del empresario norteamericano que se había lanzado junto con el
Estado ruso a la distribución de pizzas y cuyos camiones pudieron ser vistos en
las televisiones del mundo entero, asediados por los moscovitas curiosos; el tal
empresario prefirió renunciar a su empresa: cuando los camiones se averiaban,
había que esperar semanas para
repararlos; faltaban frigoríficos para almacenar la mercancía o los había
defectuosos; la calificación de la mano de obra dejaba bastante que desear; el
robo, los untos burocráticos hacían la gestión imposible.
Ese ejemplo es significativo de la economía rusa. La penuria de capital es tal que
hace aleatoria cualquier reforma económica. Las ambiciones que se proponía al
principio el equipo gorbachoviano ya han sido revisadas hacia abajo y, hoy, uno de
los principales consejeros económicos del Secretario general declara que tendrán
que pasar «una o dos generaciones para que se realice la Perestroika». Al paso que
llevan hoy, ni contando en siglos. Desde la subida al poder de la nueva camarilla
dirigente, la situación de los proletarios, por mucho que diga la propaganda, al
contrario de mejorar no ha hecho sino degradarse. Se ha agravado la penuria de
bienes de consumo. Incluso en Moscú, hasta ahora privilegiada en cuanto
abastecimiento, se están racionando géneros tan corrientes como el azúcar y la
sal. Los almacenes de la Perestroika están vacíos .[4]
La prioridad de la Glasnost Sin embargo, aunque una auténtica reforma de la
economía es más pura propaganda que posibilidades reales, ello no quita que la
burguesía rusa tenga que llevar a cabo una serie de medidas con las que reforzar
el potencial militar de su economía. Pero todas las medidas planteadas para ello,
o sea:
- liberación de precios por supresión de subvenciones;
- controles de calidad en toda la economía según criterios fraguados en la
producción militar;
- autonomía financiera de las empresas estatales y clausura de factorías no
rentables;
- desarrollo de un nuevo sistema de incentivos para aumentar la
productividad del trabajador;
- desplazamientos masivos de mano de obra de sectores con plantilla
sobrante hacia sectores donde falta mano de obra;
todas esas medidas, pues, chocan con la resistencia de una fracción importante del
aparato del Partido y, sobre todo, implantadas así corren el riesgo de encender la
mecha del descontento social.
En realidad, cualquiera de esas medidas es un ataque contra las condiciones de
vida de la clase obrera. La Perestroika no es ni más ni menos que un programa de
austeridad. El ejemplo polaco de 1980, en el que un aumento masivo de los precios
había desatado la dinámica que llevaría a la huelga de masas que se extendió por
todo el país, ha sido una lección que ha estado muy presente en la mente de la
burguesía rusa incitándola a la prudencia. Antes de emprender ataques importantes,
la burguesía rusa debe primero darse los medios para que puedan ser aceptados lo
mejor posible y sobre todo debe dotar a su aparato de Estado de medios de
encuadramiento y de mentira ideológica que le permitan encarar el descontento
inevitable del proletariado. Cuando, por ejemplo, esos planificadores de poltrona
anuncian fríamente que desde ahora hasta finales de siglo habrá que desplazar a 16
millones de trabajadores, eso significa ni más ni menos que habrá también millones
de trabajadores
echados a la calle, con el peligro social que puede eso acarrear. La burguesía
estaliniana está obligada a adaptar su aparato de encuadramiento del proletariado,
a hacerlo más maleable y más digno de crédito. Debe llevar a la práctica algunas
mentiras ideológicas, con más y más intensidad y sofisticación para encubrirla
realidad concreta cada día más desastrosa.
La Glasnost es la vertiente política de la Perestroika, la mentira destinada a
encubrirla instauración de una mayor austeridad. Las reformas del aparato político
que sirven para darle más crédito y fortalecerlo son prioritarias, su instauración
es condición previa del éxito de la Perestroika. Eso es tan cierto que el gobierno
ruso ha preferido retrasar las medidas de liberación de los precios en 1988, ha
dejado que aumenten los sueldos (los aumentos fueron de 9,5 %) para así no atizar
el descontento y no debilitar el impacto inmediato de sus campañas ideológicas
sobre la «democratización».
El retorno del problema social al primer piano de la realidad en la Europa del
Este obliga a la burguesía rusa a usar las mismas armas que la burguesía mundial
está afilando contra el proletariado, pues, por todas partes, éste ha levantado
cabeza, ha desarrollado sus luchas. Las campañas por la democracia se han estado
desarrollando a escala mundial; la Perestroika democrática en la URSS es el eco de
las campañas activas llevadas a cabo por Estados Unidos en su bloque para quitarse
rápidamente de encima unas dictaduras gastadas como zapatillas viejas por
«democracias» nuevecitas. No queremos decir, ni mucho menos, que en todos los
países la burguesía tema una revolución proletaria; es el riesgo de una explosión
social que ponga en entredicho los intereses del imperialismo lo que preocupa a la
clase dominante y la obliga a fortalecer su frente social con la panacea de la
democracia: pluralismo de partidos, elecciones a repetición, oposición legal,
sindicatos con crédito y
hasta muy radicales, etc. En el Este como en el Oeste se llevan a cabo las mismas
políticas y por las mismas razones.
Las campañas de « democratización » en la URSS Las campañas democráticas no es
algo nuevo en la URSS. Ya Jruschov en sus tiempos, se había sacado de la manga una
especie de Perestroika antes de hora. Lo que sí es nuevo, son los medios
utilizados: la burguesía rusa se ha puesto a copiar a sus colegas occidentales. La
campaña mediática es intensa, las manipulaciones políticas cada vez más frecuentes
para darle una nueva credibilidad democrática al Estado. Esas campañas vienen
acompañadas de la renovación profunda de los órganos dirigentes del Partido. Las
dimisiones y ceses de estalinistas de la vieja guardia, a la vez que permiten
eliminar a las fracciones que se resisten a la Perestroika, sirven para reforzar
el crédito democrático de los cambios actuales, dejando que aparezca un personal
más joven y adicto a las reformas. Los vejestorios burócratas, caciques del
partido estalinista desde hace décadas, totalmente putrefactos por años de poder y
de chanchullos son el
espantajo ideal a causa del odio que inspiran en la población, para desahogar los
deseos de venganza popular y justificar así las dificultades de la Perestroika en
el plano económico. En los «conservadores» constantemente señalados con el dedo por
la prensa y, como si de un esperpento teatral se tratara, personificados en
Ligachev, miembro del Buró político, Gorbachov ha encontrado sus legitimadores
ideales, que le sirven para granjearse el apoyo de parte de la población y en
especial de los intelectuales, quienes temen la vuelta de los métodos policíacos
del pasado y que quede ahogada la ilusión de libertad actual.
El debate entre «reformadores» y «conservadores» se desarrolla día tras día en
todos los medios de comunicación de la URSS. Se organiza un fino reparto de
trabajo: Pravda defenderá la orientación conservadora, mientras que Izvestia
tomará partido por los reformadores; se publican cantidad de polémicas para así
polarizar la atención de los trabajadores e invitarles a participar en los
debates, a las que se añaden confusas publicaciones que defienden cualquier cosa.
Se montan juicios por corrupción contra personalidades de la era Brezhnev, como el
del propio yerno de éste, para así legitimar y librar de toda culpa a los actuales
dirigentes.
Pero todo eso es poco comparado con la gigantesca manipulación que se va a
organizar para la verbena electoral de esta primavera de 1989. Gorbachov, con las
riendas del poder bien firmes, ha encontrado en Ligachev el adefesio que realza su
propia hermosura, pero también necesita una izquierda digna de crédito para
encauzar el descontento y captar las múltiples capillitas opositoras que pululan,
y dar así la imagen de una democracia de verdad. En Polonia, donde la
«democratización» se ha hecho en caliente, en enfrentamiento directo con la lucha
de la clase, Solidarnosc gozó de entrada de gran crédito entre los obreros.
Además, la Iglesia, a pesar de haber estado desde hace tiempo integrada en el
aparato de Estado polaco, se había quedado siempre en una oposición discreta
conservando así cierta popularidad en la población. En la URSS, la situación es
muy diferente. La «democratización» se hace en frío, preventivamente; y tras años
y años de represión poco género le queda a
la burguesía rusa para confeccionarse sus nuevos trajes democráticos. Así que ha
tenido que fabricarse una oposición con los retales que le quedan para animar el
circo electoral.
Un jerarca del partido de Moscú, Boris Eltsin, miembro del Buró político, va a
transformarse en supercampeón de la Perestroika, crítico intransigente de las
insuficiencias en la carrera hacia la democracia; estigmatiza las resistencias de
los conservadores, se presenta como defensor de los intereses de la población.
Tras una agarrada con el cabecilla de los conservadores, Ligachev, durante una
reunión del pleno del Comité central, lo van a dimitir de su plaza de suplente del
Buró político, perdiendo su puesto en la jerarquía del Partido. Se desarrolla
entonces una campaña de rumores sobre lo radical que fue el contenido de su
intervención ante el Comité central y durante meses, va a hacer el papel de aquí
estoy pero no estoy. En el seno del Partido en Moscú, la «base» organiza una
campaña en favor suyo. Finalmente, Eltsin aparecerá para animar y dar crédito a la
campaña electoral para la renovación del Soviet supremo. Todas las medidas tomadas
contra él, las maledicencias
sobre él filtradas por la burocracia van a darle una crédito nuevecito. En un país
en el que durante décadas todo el mundo ha aprendido algo esencial: el Estado
miente, en un país así lo que da crédito a un individuo y a su discurso es la
represión y las molestias burocráticas que se le imponen. En las peleas que están
sacudiendo a la Nomenklatura, cantidad de altos burócratas del aparato (los
aparatchiki), rebosantes de ambición, que ya han olfateado los nuevos tiempos, se
van a forjar una imagen de «oposición», de radicalismo, de anticorrupción, de
populismo barato contra la mala leche burocrática de los vejestorios que no quieren
ceder sus poltronas a otros traseros. Los intelectuales, humillados durante largo
tiempo por Brezhnev van a formar la tropa electoral de la nueva «oposición»
aportando su garantía «liberal» y «democrática» en la persona de Sajarov. La nueva
«oposición» ha nacido. Las elecciones de esta primavera de 1989 va a darle su
legitimidad.
Para estas elecciones una novedad de importancia ha sido adoptada: se han
fomentado y favorecido las candidaturas múltiples procedentes del Partido y de
otras estructuras del Estado para así dar la ilusión de pluralismo. Se hace todo
por dar crédito a estas elecciones y, por ello mismo, a los nuevos oponentes. Una
campaña «al modo americano» se va a llevar a cabo por vez primera en la URSS. La
«oposición» va a movilizarse en los media. Eltsin sale en todos los canales de
televisión; lo entrevistan en su modesto pisito con su esposa y su hija que
parecen asustadísimas por tanta novedad; lo sacan muy lucido echando el bofe en
una cancha de tenis, con sus calzones blancos y su cinta en la frente; incluso le
encontraron un contrincante de corte burocrático todavía más inflado y más
lamentable. Eltsin realiza un retomo a escena de lo más clamoroso; sale en todas
las pantallas, ondas y papeles, junto con Gorbachov claro está. Un milagrito
burocrático y mediático más. Al mismo
tiempo se organizan manifestaciones de apoyo por las calles de Moscú con su retrato
de estandarte. El ambiente se caldea con los problemas que encuentran los
«reformadores radicales» de marras, para que sus candidaturas sean aceptadas por
las oligarquías locales del Partido. Sajarov se pelea con los burócratas de la
Academia de Ciencias. Así, la popularidad de las nuevas candidaturas no cesa de
crecer.
Todo ello no es, sin embargo, suficiente. La burguesía rusa va a echar más carne
en su molinillo de manipulaciones para encauzar a los proletarios hacia las urnas
y dar crédito a las elecciones y a la idea de cambio. Algún tiempo antes del día
electoral fatídico, una manifestación nacionalista en Georgia será duramente
reprimida. Matan a varios manifestantes. La derecha, los conservadores, son
acusados de querer sabotear la Perestroika. Circulan rumores inquietantes sobre un
atentado en el metro de Moscú. Gorbachev estaría en dificultades; ciertos
conservadores estarían preparando su vuelta por la fuerza. Hay que votar para
guardar la dirección actual; la izquierda, tras Eltsin, se plantea como mejor
obstáculo contra la vuelta de los conservadores, como la mejor garantía de la
aplicación de las reformas. La población es llamada a dar su opinión, pues de ello
depende su destino. La victoria de los «radicales» de la Perestroika va a ser
total. En Moscú, Eltsine va a salir
elegido con 89 % de votos y en toda la URSS, la nueva «izquierda» obtiene
resultados impresionantes. Los jerarcas del Partido salen derrotados. De estas
elecciones, el Estado ruso sale reforzado: la ilusión democrática de un cambio
electoral cobra una apariencia de verdad, una izquierda con visos de credibilidad
empieza a existir a la vez dentro y fuera del Partido.
Gracias a su éxito y al contrario de los falsos rumores que habían circulado antes
de las elecciones, Gorbachev sale fortalecido y organiza una nueva purga. Unos
cien delegados al Soviet supremo piden amablemente su dimisión, mientras la
izquierda organiza manifestaciones con Eltsin y Sajarov codo con codo y en cabeza,
para apoyar a los nuevos diputados reformadores del Soviet. En mayo último, 100
000 personas se han manifestado tras aquellos en Moscú, y podrá apreciarse entre
los asistentes la presencia de una delegación de la IVª Internacional trotskista,
haciendo su típico papel de «apoyo crítico » al estalinismo, y, además, en el
escenario original.
La habilidad política en el montaje de todos los factores necesarios para una
nueva credibilidad del estado ruso, demuestran que la virtud de Gorbachov no es
desde luego su «sinceridad democrática» sino su capacidad maniobrera típica del
estalinismo. Purgas burocráticas, manipulaciones políticas y policiacas, campañas
ideológicas mistificadoras, rumores y bulos organizados, represiones sabiamente
dosificadas, etc.; toda esa colección de mentiras y de terror demuestra que, bajo
las apariencias. Gorbachov es un digno heredero del estalinismo que adapta sus
conocimientos a las necesidades de la situación actual, Esta realidad va a
plasmarse especialmente en el terreno de las «nacionalidades».
El nacionalismo en apoyo de la Perestroika Desde 1988, las manifestaciones
nacionalistas en Armenia, en Azarbaiyan, en los países bálticos, en Georgia, están
concentrando la atención sobre la situación en la URSS. La cuestión de las
nacionalidades es un viejo problema en la URSS, heredado del pasado colonial de la
Rusia de los zares, agudizado por la represión brutal del estalinismo; ese
problema es, en fin, la expresión de lastre del subdesarrollo del capital
soviético. Las manifestaciones habidas son expresión de un descontento real en la
población. Pero, al desarrollarse únicamente en el terreno puramente nacionalista,
esas expresiones de descontento no pueden sino reforzar el control que ejerce la
clase dominante, aunque hayan sido provocadas por rivalidades entre camarillas.
Son el terreno ideal para toda clase de manipulaciones en las que el equipo de
Gorbachov, siguiendo la vieja tradición, parece ser experto.
La burguesía rusa ha sabido siempre explotar los mitos nacionalistas, la rabia
antirusa, para así dividir a los proletarios y desviar el descontento social hacia
el nacionalismo, terreno privilegiado de la dominación de la burguesía. Y esto,
claro está, no sólo es cierto en la URSS misma, sino también en todo el baluarte
europeo sometido a su imperialismo. Los acontecimientos de Polonia lo demuestran
con creces desde 1980: las ilusiones democráticas y el nacionalismo antiruso han
sido las principales armas de la burguesía polaca para conseguir meter en cintura
a los obreros. El actual despliegue de la propaganda nacionalista en los países
del Este no es únicamente la expresión de las ilusiones de una población
descontenta, sino que forma parte de una política buscada e instaurada por la
administración Gorbachov. La propaganda nacionalista que hoy se ha desatado, con
la careta de opositora, corresponde a una nueva política antiobrera organizada
para entorpecer el
desarrollo futuro de las luchas proletarias contra la política drástica de
austeridad que se está implantando.
En ese contexto, no es, ni mucho menos, una pérdida de control por parte del
Estado ruso el que en Armenia, la sección local del PC apoye la reivindicación
nacionalista de la integración del Alto Karabaj, a la vez que en Azerbaiyán apoya
exactamente lo contrario, atizando las brasas nacionalistas (y a este respecto,
cabe preguntarse quién organizó y cuáles fueron los verdaderos orígenes de los
pogroms anti-armenios que encendieron la mecha), mientras que en los países
bálticos ha sido el PC mismo quien ha organizado las manifestaciones nacionalistas
en torno a un debate constitucional cuya finalidad no es otra que la de refrendar
las ilusiones democráticas y nacionalistas.
Todo ese zafarrancho, en lugar de haber debilitado a Gorbachov, le ha permitido
desarrollar su ofensiva política Dejando que se organizaran manifestaciones
masivas, ha fortalecido su imagen liberal sin muchos riesgos; incluso la
catástrofe que asoló Armenia le ha permitido montarse un numerito televisivo sobre
su política aperturista. Y esa terrible situación, que dejó patentes las carencias
de la administración, ha sido un buen pretexto para intensificar las purgas en
curso dentro del partido estalinista. La represión misma, en ese contexto
supermediatizado, es presentada como prueba de una firmeza tranquilizadora contra
los excesos que pueden poner en peligro las reformas.
La represión cínica y asesina de una manifestación en Georgia ha sido el pretexto
de una nueva campaña contra los «conservadores» para así movilizar a los obreros
en el terreno electoral, dramatizando la situación. La camarilla dirigente local
ha pagado de paso los platos rotos cayendo en desgracia en un reajuste de
dirigentes. Pero, ¿a quién le ha beneficiado el crimen, sino a Gorbachov?
Como ya hemos dicho, no sólo es en la URSS donde la política de propaganda
nacionalista antiobrera se está instaurando. Ya citamos a Polonia, pero también
cabe citar a Hungría en donde se ha desencadenado una propaganda antirumana. Y,
claro, en Rumania, lo es contra Hungría; en Bulgaria, antiturca. Y así. En cada
caso se atiza el nacionalismo de las minorías nacionales para justificar campañas
más generales y si hace falta mediante la represión.
Los diferentes nacionalismos que hoy se están desarrollando en los países del Este
no son expresión de un debilitamiento del Estado central, sino al contrario, son
una herramienta de su reforzamiento. Las ilusiones nacionalistas son el digno
complemento de las patrañas democráticas.
El éxito internacional de la Perestroika Nunca una campaña ideológica de la
burguesía rusa había tenido un apoyo semejante por parte de Occidente. Gorbachov
se ha convertido en nueva estrella del firmamento mediático mundial: ha venido a
hacerle la competencia al llamado «gran comunicador», Reagan. La burguesía rusa
parece haber aprendido bien de sus colegas occidentales el arte de la maniobra
mediática.
La voluntad afirmada, nada más llegar al poder, de hacer concesiones en el plano
imperialista, el lenguaje de «paz», las propuestas de desarme, ampliamente
difundidas por los media, todo ello ha movido a una simpatía instintiva de los
habitantes de un planeta traumatizados por las incesantes campañas militaristas
que se han ido sucediendo desde 1980. Incapaz de seguir la sobrepuja militar a
causa de la no adhesión de la población, la URSS, frente a la ofensiva
imperialista occidental de los años 80, se ha visto obligada a retroceder de
nuevo. La inteligencia de la burguesía rusa y en especial la de la fracción
dirigida por Gorbachov, está en haber sabido sacar provecho de ese retroceso
impuesto para renovar su estrategia interior e internacional.
Los nuevos ejes de la propaganda soviética (paz y desarme a nivel internacional,
Perestroika-Glasnost en el interior) van a coger a contrapelo a la propaganda
occidental basada en la denuncia del «Imperio del mal», del militarismo ruso y de
la ausencia de democracia en los países del Este. Esta situación va a provocar un
zafarrancho mediático en el mundo entero. El bloque del Oeste se ve obligado a
cambiarse de chaqueta en sus campañas mediáticas. Ante los temas «pacifistas» de
la diplomacia rusa, los USA no pueden permitirse aparecer como bravucones
militaristas, sobre todo frente a una clase obrera que tras el retroceso de
principios de los 80, ha vuelto de manera significativa al camino de la lucha
durante los años 80. Los dos bloques imperialistas que se reparten el planeta se
van a poner a entonar a ver quién berrea más la tonadilla pacifista y democrática.
Las campañas embusteras sobre la paz forman parte de la lucha ideológica que
tienen entablada ambos bloques.
Sin embargo, aunque el bloque occidental ha aplaudido a Gorbachov en sus cambios
de tono en las campanas ideológicas, aunque parece haberle dado su apoyo en su
voluntad de reformas políticas, no por ello se cree lo que aquél dice. Aunque las
concesiones militares de la URSS son verdaderas y menos da una piedra, no por ello
son nuevas. Brezhnev había hecho lo mismo y «la paz y el desarme» son temas ya muy
gastados en la propaganda de todas las burguesías y en especial de la estalinista
desde siempre. Y por mucho que se diga tampoco es, ni mucho menos, porque el
bloque occidental se haya visto metido en la trampa de la nueva propaganda rusa.
Nada obligaba al bloque occidental a lisonjear a Gorbachov como lo ha hecho,
apoyando con toda la fuerza de sus canales de televisión las iniciativas
«democráticas» de la Perestroika, haciéndoles granjearse el crédito del mundo
entero, integrándolas en una enorme y aplastante campana mediática sobre la
«Democracia» a escala planetaria.
Ese apoyo de Occidente al nuevo equipo dirigente ruso cuya política extranjera
ofensiva intenta recabar una nueva credibilidad para el imperialismo ruso y, en
política interior, fortalecer el Estado y su economía de guerra, puede parecer
cuando menos paradójica. Sin embargo, esa aparente paradoja se explica por las
lecciones que ha sacado la burguesía del bloque del Oeste, de los acontecimientos
de Irán y de Polonia. No tiene el menor interés en que se desarrollen luchas
sociales en Europa del Este, que podrían tener efectos internacionales
contagiosos, que al provocar la inestabilidad de la clase dominante del bloque
adverso podría dar lugar a que subieran al poder fracciones de la burguesía muy
estúpidas, mucho más peligrosas para la estabilidad mundial, teniendo en cuenta el
potencial militar ruso, que un Jomeini en Irán.
A pesar de su mayor potencia, el bloque occidental está básicamente enfrentado a
las mismas dificultades que el bloque ruso. El despliegue de los mismos temas de
propaganda expresa necesidades idénticas: encuadrar al proletariado, entorpecer y
desviar la expresión de su descontento, hacerle aceptar medidas de austeridad cada
vez más duras, hacerle cerrar filas en tomo a «su» Estado en nombre de la
Democracia y abrir la vía hacia la guerra .[5]
El proletariado en el centro de la situación Si se escucha a los comentaristas
enteradillos de la burguesía internacional, la Perestroika iría de éxito en éxito
y Gorbachov de victoria en victoria. Ya hemos visto rápidamente de qué iba la cosa
en el plano económico: hasta ahora, un fracaso. ¿En qué consiste pues el éxito de
Gorbachov? Primero, en lo político, por su capacidad para imponerse frente a los
sectores reticentes de la burguesía rusa; de ello son testimonio las sucesivas
purgas. El balance de la nueva ropa democrática que se ha puesto el estalinismo es
más mediocre. Lo esencial está por hacer para que el Estado ruso se fragüe una
nueva credibilidad ante su propia población. Claro está, la «intelectualidad»
aplaude con frenesí las tímidas reformas democráticas y con su incesante agitación
les da cierta apariencia de vida, pero ¿cuál es la reacción de los obreros, de la
inmensa mayoría de la población, ante ese torbellino mediático en torno a las
«reformas»?.
La profunda desconfianza hacia un Estado que encarna 50 años de imperio del
estalinismo, de cínica represión, de mentira permanente, de putrefacción
burocrática, sigue siendo muy fuerte entre los obreros. Incluso si el temario
democrático propuesto por la Perestroika puede interesar algo entre los
trabajadores, el que las reformas vengan impuestas desde arriba, el que procedan
de la propia jerarquía del PC, no puede sino provocar la desconfianza. La
experiencia de Jruschov no está tan lejos para olvidarla; las bonitas palabras
democráticas de entonces acabaron en la represión de las luchas obreras de 1962 y
1963. Frente ala Perestroika, el proletariado sigue usando las mismas armas que
frente a la tutela policiaca de Brezhnev: resistencia pasiva.
La política de rigor y de «transparencia» de la nueva dirección soviética choca
con los viejos reflejos de desconfianza y del arreglárselas tan arraigados en el
proletariado ruso. El racionamiento tan impopular del alcohol provocó el saqueo de
las existencias de azúcar en los almacenes para alimentar los alambiques
clandestinos, lo cual acarreó el racionamiento de azúcar. El anuncio hecho por un
burócrata, ante los rumores de penuria de té en Moscú, de que no había el más
mínimo problema de abastecimiento, provocó un pánico inmediato entre los
consumidores que se abalanzaron al almacén más cercano... y tuvieron que racionar
también el té. Estos problemas cotidianos, pan bendito de los corresponsales
extranjeros y miseria de los trabajadores de la URSS, expresan la resistencia y la
desconfianza hacia todas las iniciativas del Estado. Estos problemas, la
Perestroika no los ha solucionado ni mucho menos, porque no tiene medios para
ello; las estanterías de las tiendas siguen
tan vacías como antes; ésa es la realidad que vive el proletariado. Y como el
gobierno no tiene nada que ofrecer de concreto y material no puede basarse en ello
para engañar; lo más que puede hacer es meter en las mentes la idea de que es menos
represivo, más abierto al diálogo que los anteriores; pero eso no da de comer.
El verdadero peligro de caer en la trampa viene de quienes se las dan de
«oponentes», de ésos que critican abiertamente al gobierno y denuncian la penuria,
de ésos que pretenden defender los intereses de las clases trabajadoras. A la
nueva «oposición» en torno a Eltsin y Sajarov le quedan, sin embargo, muchos
progresos que hacer para granjearse una verdadera credibilidad entre los
proletarios. La efervescencia actual en torno a la «oposición» es cosa más bien de
la intelligentsia y de gente joven sin gran experiencia. En general, los obreros
han permanecido indiferentes ante tanto ruido. La personalidad de los Eltsin y
Sajarov, ellos también dignos representantes de la Nomenklatura, no es muy
entusiasmante que digamos. Pero esta relativa indiferencia de la clase obrera no
debe hacemos olvidar la fragilidad de la clase obrera en Rusia frente a los
embustes más sofisticados que la burguesía está montándose. Ahí está el ejemplo
polaco para demostrárnoslo.
La ofensiva ideológica del Estado ruso está todavía en sus principios. La
implantación de una oposición no es más que la primera piedra del edificio
«democrático» que Gorbachov quiere construir. La utilización de un sindicalismo
radical como con Solidarnosc en Polonia, la instauración de un pluralismo político
y sindical en Hungría demuestran que la burguesía rusa está dispuesta a ir más
lejos para reforzar el crédito de su Estado y disolverla desconfianza obrera. La
creación de un sindicato creíble es la condición indispensable para un
encuadramiento «democrático» de la clase obrera. No cabe la menor duda de que
Gorbachov va a ponerse a trabajar duramente en el asunto si quiere llevar a cabo
su programa de reforzamiento del capitalismo ruso. Al igual que los sindicatos en
el mundo occidental. Solidarnosc en Polonia ha demostrado con creces su capacidad
para ahogar las luchas obreras; sería de lo más extraño que la burguesía rusa no
hiciera uso de tal herramienta. Pero si
bien un partido político, una oposición puede intentar darse crédito «en frío»,
mediante el sacrosanto «debate democrático», no ocurre lo mismo con un sindicato,
el cual aprovecha la lucha de clases, las huelgas, para ganar credibilidad.
El proletariado ruso, en estos últimos años, no ha manifestado una gran
combatividad, al menos por lo que se sabe. Sin embargo, la disminución constante
de su nivel de vida va a aumentar con la Perestroika; combinada con los efectos
desinhibidores de la «liberalización», la cual exige un mínimo de permisividad
para que resulte un poco creíble, puede animar a los obreros a la lucha. El los
países del bloque del Este como en los del Oeste, la perspectiva es la del
desarrollo de la lucha de clases. En este contexto, es cierto que la
Perestroika/Glasnost puede ser un arma peligrosa contra el proletariado: los
obreros del Este tendrán que enfrentarse a engañifas muy peligrosas: «oposiciones
radicales» que se van a reivindicar de sus intereses, sindicatos «libres» que
sabotearán sus luchas, zafarrancho mediático permanente, etc., mistificaciones de
las que tienen poco experiencia.
Esa experiencia es la que está viviendo hoy el proletariado polaco. Es un duro
aprendizaje, son der

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