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Una breve historia de la contrarrevolución cubana, por Michael Moore.

¿Alguna vez se han preguntado como ha hecho Fidel Castro para permanecer tanto tiempo en el poder? Nadie -excepto el Rey de Jordania- ha permanecido en el gobierno por un período más largo de tiempo. El hombre sobrevivió a ocho presidentes estadounidenses, diez Juegos Olímpicos y el regreso del Cometa Halley.

Junio de 2004

Y sin importarle lo que el gobierno de Estados Unidos hace para derrocarlo, tiene más vidas que “regresos” ha tenido Cher.

No es porque nuestros líderes no hayan hecho su mejor esfuerzo para echarlo del poder. No, desde que Castro liberó su país del corrupto régimen de Fulgencio Batista (al que apoyaban los Estados Unidos y la Mafia) Washington ha probado una gran variedad de métodos para derrocarlo. Éstos han incluido intentos de asesinato (pagados con el dinero de nuestros impuestos), invasiones, bloqueos, embargos, amenazas de aniquilación nuclear, desorganización interna y guerra biológica (la CIA tiró gérmenes de fiebre porcina africana sobre el país en 1971, obligando a los cubanos a matar 500 mil cerdos).

Y –algo que siempre me ha parecido extraño– ¡hay actualmente una base naval estadounidense en la isla de Cuba! Imaginen si luego de haber derrotado a los británicos en nuestra Revolución de Independencia les hubiéramos dejado mantener unos miles de soldados y un puñado de acorazados en la bahía de Nueva York. ¡Increíble! El presidente Kennedy, que siguió con el plan del Presidente Eisenhower para invadir Cuba en la Bahía de Cochinos, ordenó a la CIA matar a Castro, intentándolo todo, desde una pluma rellenada con tinta envenenada hasta un cigarro explosivo. (No, no estoy obteniendo mi información de Maxwell Smart; está todo en el informe del Comité Church al Congreso de 1975).

Por supuesto que nada de esto funcionó. Castro se volvió más fuerte y los Estados Unidos continuaron pasando vergüenza. Cuba era visto como “el país que se nos escapó”. Comenzó a ser una molestia para nosotros. Aquí tenemos a cada nación de este hemisferio metida en nuestro bolsillo, excepto a “esos malditos cubanos”. Se ve mal. Como cuando toda la familia sale a cenar y la oveja negra, el pequeño Billy, no se quiere quedar quieto en la silla y hacer lo que le dicen. Todos en el restaurante miran a los padres y se preguntan qué clase de educación le están dando. La apariencia de que no lo están disciplinando o controlando como se debe es la peor humillación. Entonces comienzan a vapulear al pequeño Billy, quien –olvídenlo– no va a terminar sus frijoles nunca.

Así es cuán tontos lucimos ante el resto del mundo. Como si nos hubiéramos vuelto locos por esta pequeña isla a 90 millas de nuestras costas. No nos sentimos de ese modo frente a una amenaza real para la humanidad, como la que significa el gobierno chino. ¡Y hablo acerca de una pandilla de asesinos! Aún así no podemos movernos más rápido para meternos en la cama con ellos. Washington gastó 23 años poniéndonos en contra de los chinos y luego, repentinamente: ¡un día son nuestros amigos! Parece que los Republicanos y sus compinches empresarios no estaban realmente en contra de los dictadores comunistas, sino contra aquellos que no les dejaban entrar en China para hacer dinero.

Y ese fue, por supuesto, el error fatal de Castro. Una vez que tomó el poder nacionalizó todos los negocios americanos y pateó a la mafia fuera de La Habana. Fue como si se sentara en la Falla de San Andrés, porque la ira del Tío Sam cayó sobre él, y no lo ha dejado tranquilo durante más de 37 años. Y a pesar de eso Castro ha sobrevivido. Por ese solo éxito, y a pesar de todos sus defectos (represión política, discursos de cuatro horas y una tasa de alfabetismo del cien por cien), hay que admirar al muchacho.

Pero:¿Por qué continuamos peleando por esta pata de pavo sobrante de la Guerra Fría? La respuesta puede encontrarse mirando no más allá de una ciudad llamada Miami. Es desde allí que un puñado de exiliados cubanos enloquecidos han controlado la política extranjera de los Estados Unidos hacia esta insignificante nación insular. Estos cubanos, muchos de ellos acólitos de Batista, que vivían a todo trapo mientras su pandilla asolaba el país, parecen no haber cerrado un ojo desde que juntaron su dinero y huyeron a Florida.

Y desde 1960 han insistido en contagiarnos su locura. ¿Por qué en cada incidente o crisis nacional que ha sufrido nuestro país en las pasadas tres décadas (el asesinato de Kennedy, Watergate, el caso Irán-Contra, la epidemia del abuso de drogas, y la lista sigue...) siempre encontramos a exiliados cubanos presentes o implicados? Primero fue la conexión de Lee Harvey Oswald con los cubanos de Nueva Orleans. O eran exiliados cubanos actuando solos para matar a Kennedy, o Castro ordenando su asesinato porque se había aburrido de que Kennedy intentara derrocarlo. En cualquiera de las teorías que usted suscriba, los cubanos están rondando por el barrio.

Luego, en la noche del 17 de junio de 1972, tres cubanos, Bernard Barker, Eugenio Martínez, y Virgilio González (junto con los estadounidenses Frank Sturgis y James McCord Jr.) fueron atrapados entrando en las oficinas de campaña del Partido Demócrata en Watergate. Esta operación encubierta eventualmente causó la renuncia de Richard Nixon, por lo que entreveo que hay gato encerrado en esa operación del exilio cubano en particular. Hoy, Barker y González son considerados héroes en la comunidad cubana de Miami. Martínez, perdonado más tarde por Ronald Reagan, es el único que se siente mal. “Yo no quise estar implicado en la caída del Presidente de los Estados Unidos”, dijo. ¡Oh! ¡Qué hermoso por su parte!

Cuando Oliver North necesitó a un grupo encubierto para entrar armas en Nicaragua con el objetivo de derrocar al gobierno sandinista, ¿a quién pudo recurrir sino a los cubanos de Miami? Los veteranos de Bahía de Cochinos, Ramón Medina y Rafael Quintero, eran los hombres clave en la compañía de transporte aéreo que entregaba las armas a los Contras. La guerra de los Contras, apoyada por Estados Unidos, fue responsable de la muerte de 30 mil nicaragüenses.

Uno de los premios mayores que recogimos de nuestra inversión en estos exilados cubanos fue la ayuda que nos dieron introduciendo drogas ilegales en los Estados Unidos, destruyendo familias y barrios enteros de nuestras ciudades. Comenzando a principios de los sesenta, una cantidad de cubanos (que también participaron en la invasión de Bahía de Cochinos) empezó a controlar los círculos mayores de los narcóticos en éste país. La DEA encontró poco apoyo dentro del gobierno federal para ir detrás de estos exiliados cubanos, porque se habían organizado a sí mismos bajo la falsa bandera de “grupos de la libertad”. De hecho, muchos no eran más que frentes para operaciones masivas de contrabando de drogas. Los mismos contrabandistas de drogas que ayudaron más tarde a contrabandear armas para los Contras nicaragüenses.

Las organizaciones terroristas cubanas radicadas en los Estados Unidos han sido responsables de la colocación de más de 200 bombas y por lo menos un centenar de asesinatos desde el triunfo de la revolución de Castro. Tienen a todos tan preocupados por apoyarlos, que yo probablemente no debería estar escribiendo este texto. ¿Pero por qué no estoy preocupado? Porque estos exiliados cubanos, con toda su alharaca y terrorismo, son realmente una panda de cagones. Eso: cagones. ¿Quieren pruebas? Para empezar, cuando a uno no le gusta el opresor de su país, se queda allí y trata de derrocarlo. Esto se puede hacer por la fuerza (Revolución Americana, Revolución Francesa) o a través de medios pacíficos (Gandhi en India o Mandela en Sudáfrica). Pero lo que no se hace es meter el rabo entre las piernas y correr, como hicieron estos cubanos.

Imaginen si todos los colonos americanos hubieran huido al Canadá, y luego hubieran insistido en que los canadienses tenían la responsabilidad de echar a los británicos de América. Los Sandinistas nunca hubieran liberado su país de Somoza si hubieran estado todos sentados en una playa en Costa Rica, bebiendo margaritas y enriqueciéndose. Mandela se fue a la cárcel, no a Libia o a Londres. Pero los cubanos ricos se largaron a Miami... y se hicieron más ricos.

El noventa por ciento de estos exiliados son blancos, mientras la mayoría de los cubanos (62 por ciento) son negros o mestizos. Esos blancos sabían que no podían quedarse en Cuba porque no tenían el apoyo del pueblo. Entonces vinieron aquí, esperando que nosotros peleáramos su pelea por ellos. Y, como tarados, la peleamos.

No es que estos nenes llorones no hayan tratado de ayudarse a sí mismos. Pero una rápida mirada a sus esfuerzos recuerda a las viejas películas cómicas mudas. El de Bahía de Cochinos es su fiasco más conocido. Tenía todos los elementos de una gran comedia cómica: barcos equivocados, playa equivocada, no tenían municiones para sus armas, nadie los fue a esperar, y –finalmente– fueron dejados morir vagando por una parte de su isla completamente desconocida para ellos (los chóferes de sus limusinas –adivino– nunca los habían llevado allí en los viejos buenos tiempos). Este fiasco fue tan monumental que el mundo todavía no ha parado de reírse, y los cubanos de Miami nunca lo han olvidado ni perdonado. Diga “Bahía de Cochinos” a alguno de ellos, y lo verán como si un dentista estubiera taladrándole el nervio de un diente.

Uno pensaría que la derrota de Bahía de Cochinos les debería haber enseñado una lección, que habrían dejado de insistir con esas cosas. Esta pandilla no hizo eso. Desde 1962 numerosos grupos de exiliados cubanos han intentado más incursiones para “liberar” a su patria. Veamos las más sobresalientes:

En 1981, un grupo de cubanos de Miami desembarcaron en la islita de Providenciales, en el Caribe, de camino a invadir Cuba. Su barco, el único que llegó de cuatro que salieron del Río Miami (los otros tres fueron obligados a regresar por la Guardia Costera debido al mar picado, problemas de motor o falta de chalecos salvavidas), tocó tierra en un arrecife cerca de Providenciales.

Atascados en la isla sin comida ni abrigo, los cubanos de Miami comenzaron a pelearse entre ellos. Rogaron a la gente de Miami que los rescatara, y luego de tres semanas fueron devueltos a Florida por vía aérea. El único de ese grupo que llegó a aguas cubanas, Gerardo Fuentes, sufrió un ataque de apendicitis en el mar y tuvo que ser evacuado por la Guardia Costera hacia Guantánamo.

En 1968, un grupo de cubanos de Miami supieron que un barco polaco estaba amarrado en el puerto y que una delegación cubana podía estar a bordo del carguero. Según el St.Petersburg Times, los exiliados cubanos dispararon con un bazooka casero e hicieron impacto en el casco del buque. Sólo le hicieron una abolladura, y el líder del grupo, Orlando Bosch, fue apresado y sentenciado a diez años de prisión, pero fue liberado en 1972. Bosch explicó que esperaban haber causado más daños al barco pero, se excusó: “¡Era un barco grande!” Bosch había estado arrestado antes por remolcar un torpedo a través de las calles de Miami a la hora de salida de las oficinas, y otra vez había sido capturado con 600 bombas aéreas cargadas con dinamita en el baúl de su Cadillac.

En 1990 la administración Bush lo sacó de la prisión, donde estaba nuevamente cumpliendo una pena por violación de la libertad condicional.

Según el Washington Monthly, “Durante el verano y principios del otoño de 1963 fueron lanzadas cinco incursiones de comandos contra Cuba con la esperanza de desestabilizar al régimen. La raquítica ‘quinta columna’ en Cuba fue instruida para dejar los grifos abiertos y las lamparillas prendidas para gastar energía... En 1962, según el San Francisco Chronicle, el exiliado cubano José Basulto, en una misión auspiciada por la CIA, disparó un cañón de 20 mm. desde una lancha rápida contra el Hotel Inca, cerca de la bahía de La Habana, esperando matar a Fidel Castro. El proyectil erró el blanco, y Basulto, viendo que su barco se llenaba de gasolina derramada, se dio la vuelta para Florida. “Uno de nuestros tanques de combustible, hecho de plástico, comenzó a gotear”, explicó Basulto más tarde. “El combustible se derramó sobre la cubierta. No sabíamos qué hacer.”

Años más tarde, Basulto formó “Hermanos Al Rescate”, un grupo de exiliados que hace unos años estuvo realizando vuelos sobre Cuba, zumbando con sus aviones sobre las ciudades, tirando panfletos, y generalmente tratando de intimidar al gobierno cubano. En febrero de 1996, Castro aparentemente se aburrió de este acoso, y luego del vigésimoquinto incidente en un año protagonizado por los “Hermanos” violando el espacio aéreo cubano, ordenó que dos de sus aviones fueran derribados.

Aunque los “Hermanos al Rescate” violaban la ley estadounidense por volar dentro del espacio aéreo cubano, la administración Clinton fue de nuevo al chiquero del exilio e instantáneamente sacó un decreto para endurecer el embargo contra Cuba.

Este embargo atrajo la ira del resto del mundo contra nosotros. La Asamblea General de las Naciones Unidas votó 117 a 3 a favor de condenar a los Estados Unidos por su violencia económica contra Cuba, tal y como ha sucedido en cada votación sobre el tema desde que el embargo fue impuesto.

La semana después de que los aviones fueran derribados, los exiliados trataron de apurar a los Estados Unidos, esperando comprometer a los militares en algún tipo de acción contra Castro. Anunciaron que al siguiente sábado llevarían una flotilla de barcos desde Florida hasta la costa cubana para protestar por el derribo de los dos aviones. Clinton decidió la puesta en escena de la mayor exhibición de fuerza contra Cuba desde la Crisis de los Misiles, y envió un escuadrón de cazas F-15, o­nce torpederas de la Guardia Costera, dos cruceros con misiles y una fragata de la Marina, dos aviones C-130, y una bandada de Choppers, AWACs, y 600 guardamarinas para apoyar a la flotilla.

Lo único que se olvidó de mandar fue remedio contra el mareo, que –al final– era lo único que los cubanos de Miami hubieran necesitado realmente. Sólo a 40 millas de Key West los cubanos en los botes comenzaron a marearse, a vomitar y a rogar a sus pilotos que los malditos yates dieran vuelta y volvieran a Miami.

Con el mundo entero mirando, los cubanos huyeron de nuevo con el rabo entre las piernas. Cuando llegaron al puerto, dieron una conferencia de prensa para explicar su retirada. El portavoz estaba todavía un poco mareado, y se podía ver cómo los periodistas se separaban de él, temiendo ser cubiertos por un vómito en cualquier momento...

“Una terrible tormenta se levantó en el mar”, dijo el líder de la huida cubana mientras palidecía rápidamente. “¡Las olas tenían más de diez pies de alto, y tuvimos que volver o perder nuestros barcos!”

Mientras así hablaba, algún genio creativo en la CNN comenzó a emitir imágenes aéreas de la flotilla rumbo a Cuba.

El sol brillaba, el mar estaba calmo como un plato y el viento soplaba gentilmente, si es que soplaba. Los reporteros en alta mar dijeron que después de que las cámaras de la CNN se fueron las aguas se pusieron “bastante duras.” Sí, seguro, era por las carcajadas de Fidel, que se estaba cagando de la risa...

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Michael Moore | Traducido por Andrés Capelán (Publicado en la Revista El Viejo Topo | Junio 2004)

Publicado en la Revista El Viejo Topo | Junio 2004


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