13 de agosto del 2003 |
Democracia y alienación
María Toledano
Rebelión
La mente humana es fácil de engañar por la palabra
Gregorio Taumaturgo
Vivimos tiempos gobernados por
la mentira. Todo es falso, plastificado, teledirigido. El capital, cualquiera
que sea la forma y naturaleza que adopte, golpea los restos del estado de
bienestar, un lugar desértico regentado por los principios del individualismo,
el desprecio hacia lo común -que el propio poder se ha encargado de alimentar-
y la inercia social. La ideología dominante ha conseguido transmitir tal
cantidad de información falsa que hemos perdido el contacto directo con la
realidad resultando difícil, en este contexto de manipulación global del punto
de vista y las referencias, concebir una política alternativa. Llevando esta
idea al extremo podríamos recordar a Lenin: En los parlamentos no se hace más
que charlatanear con el fin especial de embaucar al "vulgo".
Así pues, y ante el catastrófico estado de las cosas y su imparable deterioro,
parece necesario -antes incluso de pensar y actuar con nuevas categorías
transformadoras- un esfuerzo previo que profundice en nuestra identidad
colectiva para precisar qué entendemos por realidad más allá de las
definiciones impuestas por el tecno-mercado y la lógica cultural del
capitalismo. Pero esta labor, una especie de cartografía ideológica de lo
real, resulta ya, hoy en día, una gesta heroica. La omnipresente maquinaria
impide comprender y combatir -cubriendo lo inteligible con un velo de frágil
felicidad artificial- el neofascismo que nos envuelve. Tan sutil y perfecta es
su penetración constante en la esfera de lo privado (las multinacionales ya
dirigen lo público con arrogancia institucional) que resulta casi imposible
oponerse a los abusos y crímenes o, simplemente, vivir en este entramado
virtual y espectacular.
El capital destila mensajes envenenados a través de sus canales de comunicación
como instrumentos de alienación. Es un mundo presidido por la dialéctica del
premio/castigo, el miedo y las campañas de marketing -una versión
moderna de la guerra relámpago- que actúa como agente represor al ser
asimilado de forma (in)consciente como única posibilidad de existencia. Esta
distorsión entre realidad y apariencia está produciendo en las sociedades
occidentales -en el resto del globo exterminan a la población con guerras
neocoloniales, hambre o enfermedades- disfunciones psicológicas que facilitan
la dominación: depresiones, inestabilidad afectiva, indecisión, desconcierto
social, insatisfacción permanente, alteraciones de la conducta que, al margen
del sufrimiento individual que acarrean, emborronan el contenido general de lo
real e impiden que renazca un espacio para lo político entendido como
interacción creativa de individuos conscientes que se organizan para vivir
mejor; es decir, de acuerdo a un principio de igualdad. A mayor neurosis, menor
subversión.
Reina la novedad con su envoltorio de celofán. Una vez destruidos los vínculos
sociales y afectivos, el consumo se ha convertido en la única fuente inmediata
de satisfacción. Lo expuesto en el escaparate es inalcanzable por inexistente:
una trampa. Contratos basura, salarios basura, afectividad basura, inteligencia
basura. A los que el imperio no puede asesinar, los trastoca hasta la confusión.
Salvo para cumplir condenas, nadie es responsable real/material de sus
actos cotidianos. Sometidos a la tensión del entorno laboral o en el paro, bajo
la presión psicológica de las multinacionales y sus falsedades, tanto la
sociedad como el individuo se sienten incapaces de reaccionar. Y en esa parálisis
acrítica, amorfa, reina la derecha mundial. Es su campo de batalla ideal. El
capitalismo se expresa como un gigantesco anuncio de televisión (sugerentes imágenes)
llegando incluso, nosotros mismos, a vernos como parte de un universo de ficción
que nos supera: súbditos/pacientes. El mundo parece transparente y, sin
embargo, en esa misma inocente apariencia anida el germen de la mentira.
Para pensar la realidad con categorías revolucionarias urge desmontar el
entramado de la falacia organizada, de los artificios públicos y privados.
Habitamos un espacio falso, plastificado, teledirigido. Desde la democracia a la
cesta de la compra, del sexo al cine, de la literatura al compromiso ético.
Pese a la variedad, apenas existe posibilidad de elegir. En este laberinto,
todos los caminos conducen a la misma salida. Si perdemos la brújula corremos
el riesgo de convertirnos en marionetas rotas, muñecos de trapo a merced de la
industria de los psicofármacos. Lo que cualquier patrón de empresa o
presidente de gobierno desearía, por decirlo en dos palabras.
Original: http://www.rebelion.org/opinion/030813toledano.htm
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