NO EN NUESTRO NOMBRE
Cerca de setenta intelectuales, artistas y profesionales estadounidenses
levantan su voz frente a la «guerra contra el terrorismo» emprendida por la
administración de George W. Bush a través del siguiente manifiesto,
traducido al castellano por la agencia "Alai-amlatina". Los
firmantes del documento se niegan a que el presidente estadounidense hable en
nombre de ellos, a formar parte de las guerras iniciadas por EEUU y a ceder
sus conciencias en nombre de vagas promesas de seguridad.
Que no se diga que nadie en los Estados Unidos no hizo nada cuando su gobierno
declaró una guerra sin límites y estableció nuevas medidas rígidas de
represión. Los firmantes de esta declaración llamamos al pueblo de los EE.UU
a resistir las políticas que han surgido desde el 11-S y que representan
graves peligros para la población del mundo entero.
Creemos que los pueblos y naciones tienen el derecho de determinar su propio
destino, libres de la coerción militar de las grandes potencias. Creemos que
todas las personas detenidas o perseguidas por el Gobierno de los Estados
Unidos deberían tener los mismos derechos a un debido proceso. Creemos que el
cuestionamiento, la crítica y el disenso deberían ser valorados y
protegidos. Entendemos que ese tipo de derechos y valores son siempre atacados
y se debe luchar por ellos.
Creemos que las personas conscientes deben asumir responsabilidades por lo que
hacen sus propios gobiernos. Debemos primero que todo oponernos a la
injusticia que se comete en nuestro nombre. Por tanto, llamamos a todos los
americanos a resistir la guerra y la represión que la Administración Bush ha
desatado en el mundo. Esto es injusto, inmoral e ilegítimo. Optamos por hacer
causa común con el resto del mundo.
Nosotros también miramos con sorpresa los horrendos eventos del 11 de
setiembre. También nos lamentamos por los miles de inocentes muertos y
repudiamos las terribles escenas de mortandad; incluso cuando recordábamos
escenas similares en Bagdad, Panamá y, hace una generación, Vietnam.
Nosotros también nos unimos al angustiante cuestionamiento de millones de
americanos que se preguntaban por qué podía pasar algo así.
Cuando los lamentos apenas habían empezado, los líderes máximos de la
tierra desataron un espíritu de venganza. Ellos desplegaron un guión
simplista de «el bien vs. el mal», que fue retomado por unos medios de
comunicación sumisos e intimidados. Ellos nos dijeron que preguntarse por qué
estos terribles eventos habían ocurrido era caer en la traición. No habría
debate. Por definición, no había preguntas morales o políticas que fueran válidas.
La única respuesta posible era la guerra hacia afuera y la represión hacia
adentro.
En nuestro nombre, la Administración Bush, con casi la unanimidad del
Congreso, no sólo atacó Afganistán sino que se otorgó a sí mismo y a sus
aliados el derecho de descargar la fuerza militar en cualquier lado y a
cualquier hora. Las brutales repercusiones han sido sentidas desde las
Filipinas hasta Palestina, donde tanques israelíes y bulldozers han dejado
una terrible secuela de muerte y destrucción. Ahora el Gobierno se prepara
abiertamente para llevar adelante una guerra contra Iraq, un país que no
tiene conexión con el horror del 11 de setiembre. ¿En qué clase de mundo
nos vamos a convertir si el Gobierno de los EE.UU cuenta con un cheque en
blanco para soltar comandos, asesinos y bombas en donde quiera?
En nuestro nombre, en el interior de los EE.UU, el Gobierno ha creado dos
clases de personas: aquellas a las que al menos se promete los derechos básicos
del sistema legal estadounidense y aquellas que ahora parecen no tener ningún
derecho. El Gobierno organizó una redada en la que cayeron alrededor de 1.000
inmigrantes, a los se detuvo en secreto e indefinidamente. Cientos han sido
deportados y otros cientos todavía languidecen en prisión. Esto se parece a
los infames campos de concentración para japoneses americanos en la Segunda
Guerra Mundial. Por primera vez en décadas, los procedimientos de inmigración
distinguen ciertas nacionalidades y les dan un trato desigual.
En nuestro nombre, el Gobierno ha descargado una onda represiva sobre la
sociedad. El vocero del presidente advierte a la gente que «tenga cuidado con
lo que dice». Artistas disidentes, intelectuales y profesores encuentran que
sus opiniones son distorsionadas, atacadas y reprimidas. La llamada Acta Patriótica
junto con gran cantidad de otras medidas similares a nivel de Estado
otorga a la Policía amplios y nuevos poderes para buscar y detener, al amparo
de procedimientos completamente secretos que desembocan en cortes secretas.
En nuestro nombre, el Ejecutivo ha usurpado firmemente los roles y funciones
de las otras ramas del Estado. Por órdenes del Ejecutivo se han establecido
tribunales militares, con reglas laxas para mostrar evidencias y sin derecho
de apelar a las cortes regulares. Algunos grupos son declarados «terroristas»
de un simple plumazo presidencial.
Debemos tomar muy en serio a los más altos representantes de la patria cuando
hablan de una guerra que durará una generación y cuando hablan de un nuevo
orden interno. Estamos confrontando una nueva política abiertamente imperial
en contra del resto del mundo y una política interna que fabrica y manipula
el miedo para recortar derechos.
Existe una trayectoria de muerte que conduce a los eventos de los meses
pasados que debe ser vista tal y como es y debe ser resistida.
Demasiadas veces en la historia de los pueblos se ha esperado hasta que es
demasiado tarde para resistir.
El presidente Bush ha declarado: «están con nosotros o están en contra
nuestra». Aquí está nuestra respuesta: no le permitimos que hable en nombre
de todo el pueblo americano. No vamos a renunciar a nuestro derecho a
cuestionar. No vamos a ceder nuestra conciencia a cambio de una vacía promesa
de seguridad. Decimos no en nuestro nombre. Rehusamos ser parte de estas
guerras y repudiamos cualquier interferencia que sea realizada en nuestro
nombre o en nombre de nuestro bienestar. Tendemos la mano a aquellos que
alrededor del mundo se ven afectados por estas políticas; mostraremos nuestra
solidaridad en palabras y hechos.
Nosotros, quienes firmamos esta declaración, llamamos a todos los americanos
a unirse para llevar adelante este reto. Aplaudimos y apoyamos los
cuestionamientos y las protestas que hoy se desarrollan, incluso reconociendo
la necesidad de hacer más y mucho más
para detener esta monstruosidad. Nos hemos inspirado en los reservistas israelíes,
quienes, con riesgo personal, declararon que «hay un límite», y rehusaron
servir a la ocupación de la Franja Occidental y Gaza.
También nos basamos en muchos ejemplos de resistencia y conciencia del pasado
de los Estados Unidos: desde aquellos que lucharon contra la esclavitud con
rebeliones y el ferrocarril subterráneo, hasta quienes desafiaron la guerra
de Vietnam al rehusar a cumplir
órdenes, resistiendo el reclutamiento y mostrando solidaridad con quienes se
resistían.
No permitamos que el mundo que nos mira se desespere por nuestro silencio y
nuestra deficiencia para actuar. Más bien, dejemos que el mundo escuche
nuestros compromisos: resistiremos la maquinaria de la guerra y la represión
y animaremos a otros para que hagan todo lo posible para detenerla.
(*) Es lingüista. Es uno de los cerca de setenta intelectuales, artistas y
profesionales estadounidenses que suscriben este texto. Otros de los firmantes
son Leo Estrada (profesor de Planificación Urbana en UCLA), David Harvey
(profesor emérito de Antropología de la City University de Nueva York),
Martin Luthrt King III (presidente de la Conferencia del Liderazgo Cristiano
del Sur), Paul Chevigny (profesor de Derecho, NYU), Howard Zinn (historiador),
Edward Said (profesor), Rakaa Iriscience (cantante). -
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