SEGUIMIENTO DEL 11 DE MARZO DE 2004
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Bagdad en Madrid
Santiago Alba Rico
Rebelión
Un año después de la invasión
de Iraq, iba a ponerme a escribir sobre Bagdad y me encuentro, de pronto,
escribiendo sobre Madrid. Madrid- Bagdad, Bagdad en Madrid, Madrid como
Bagdad. Ambulancias más nuevas, hospitales mejor dotados, víctimas mejor
vestidas, pero las mismas escenas: esa mano de sangre imparcial extendida
sobre una ruina de miembros y esas miradas vacías coronando un cuerpo que se
ha vuelto de pronto independiente -devuelto, de algún modo, a la especie.
Ninguna epidemia -ni peste ni gripe española ni SIDA- ha tenido jamás el
poder de la dinamita, esta fuerza que sincroniza la muerte de la multitud,
mezcla sus rasgos y sus troncos y saca del mundo doscientos hombres de una
sola paletada. Por encima de cierto grado de brutalidad todo se vuelve tan
inmediata y homogeneamente físico, tan radicalmente metafísico, que lo único
que podemos hacer es seguir fascinados la serie infinita de los números:
197,198, 199... Las bombas estadounidenses en Bagdad no hacen ninguna
diferencia entre sus víctimas; las bombas de Al- Qaida en Madrid no hacen
ninguna diferencia entre las suyas; las bombas de Bagdad y las bombas de
Madrid han borrado durante algunas horas toda diferencia entre la capital de
Iraq y la capital de España. Todos vivimos en el mismo mundo, unidos no por
el afecto, la solidaridad, la ley o la razón, sino por un dolor internacional
y un miedo mundial que se multiplica, como la hidra, con cada uno de los
golpes. No hay muro, ejército, escudo anti-balístico, frontera, policía,
CIA que pueda defendernos; nuestra riqueza, nuestras armas, nuestra televisión
no pueden impedir que Madrid se convierta durante unas horas en Bagdad; y
cualquiera que prometa calles más seguras, fronteras más seguras, vidas más
seguras no sólo está mintiendo sino que amenaza aún más la seguridad
general, al proponer medios que limitarán la libertad de todos y alimentarán
la pasión imparable de los desesperados y los locos.
No somos todavía una humanidad, pero somos cada vez más una especie.
Cuanto más aumenta la desproporción entre tecnología y justicia, entre lo
que podemos hacer y lo que debemos ser, entre nuestra técnica y nuestras
aspiraciones; cuanto más capaces somos de mejorar una máquina y menos de
establecer un contrato, mas zoológica, más biológica, se vuelve nuestra
vida. Es lógico que nos dejemos llevar en estos momentos por el dolor, la
rabia o el miedo, tan igualadoras como la sangre de Bagdad y Madrid. Es
abyectamente lógico también que el PP quiera sincopar estos sentimientos
para ganar las elecciones, porque los gobiernos fascistas prefieron siempre
manejar una especie que a un conjunto de ciudadanos. Las bombas de
Bagdad y Madrid borran toda diferencia entre ambas ciudades, así como borran
todas las diferencias entre sus victimas, así como borran también todas las
diferencias entre los supervivientes, dominados ahora por la desesperación y
la rabia. La tentación de ser una especie, de comportarse como especie, es
muy grande. La tentación de dejarse deslizar alucinados por la pendiente de
la metafísica, es casi irresistible. No sé si podemos imaginar a dónde se
puede llegar por esa pendiente en un mundo que combina cada vez más la
perfección tecnológica, incontrolable para cualquier gobierno, y la
impostura ética y política, contra la que nada pueden los ciudadanos. La
"indiferencia" es lo propio de las especies; mientras que lo propio
de la razón es mantener, conservar, reconstruir permanentemente todas las
diferencias. Tras la insistencia inicial en la autoría de ETA y a medida en
que esta hipótesis se hacía más insostenible, Aznar pasó más bien a
insistir en que no importaba quién estuviese detrás, en que no era el
momento de "pensar" sino de solidarizarse con las víctimas. Las
bombas de Al-Qaida y las mentiras de Aznar buscan por igual suprimir las
diferencias que son inseparables del hecho de pensar y por eso nuestra
obligación con las víctimas es justamente la de pensar contra esta peligrosísima
"indiferencia". Que durante unas horas Bagdad y Madrid sean, de
pronto, la misma ciudad demuestra que no hay ningún procedimiento técnico
de mantenerlas separadas; demuestra también que nadie es lo suficientemente
inocente -ni siquiera con arreglo a nuestra categorías más bien etnocéntristas-
como para estar a salvo. No acabábamos de creernos que el PP nos había
metido en una guerra o seguíamos interpretando sus horrores en formato
televisivo: algo que ocurre siempre en otra parte y que mata a otras personas.
Ahora es el momento de pensar, antes de que sea demasiado tarde. Lo que
tenemos que comprender, contra la tentación de la metafísica, es que Bush,
Blair y Aznar -y sus borrosos replicantes asesinos- nos han metido en política.
Estamos metidos en política, lo queramos o no. Tenemos que meternos en política.
Una política que ya no es sólo de partidos o instituciones, que no tiene que
ver solamente con la gestión de un espacio público cada vez más reducido
sino que alarga su sombra hasta la raíz misma de la vida. Durante muchos años
hemos podido creer en España y en Europa que se podían traer hijos al mundo,
calentar la sopa y acariciar a un gato al margen de la política. La ilusión
se ha acabado. Allí donde todas las diferencias han sido borradas de hecho
(cuerpo/máquina, guerra/paz, civil/militar, inocente/culpable) incluso
nuestro vaso de vino y nuestra sábana blanca deben ser conquistados políticamente.
Allí donde tecnología y tiranía (y su reverso terrorista) conducen peldaño
a peldaño al Holocausto y/o la barbarie, para conservar el pan y la dignidad,
el aire, los ríos y las montañas, la sumarísima compasión y su gemela la
risa, la felicidad de otra piel y la banalidad comunitaria del lenguaje, hay
que hacer política. Ningún muro, ningún ejército, ningún escudo anti-
balístico, ninguna frontera, ninguna policía, ningún servicio secreto puede
ya protegernos. La política no es ya la disciplina especializada para la
constitución de un gobierno; es la necesidad universal de la re- constitución
de la idea misma de contrato. Se trata menos de establecer un régimen
de libertades que de re-establecer la forma misma de la Humanidad.
Millones de personas salieron ayer a las calles en toda España para expresar
su horror ante la masacre de Madrid. Hace ahora un año millones de personas
salieron también para protestar contra las inminentes masacres de la guerra
contra Iraq; muchos de ellos murieron ayer despedazados en un pacífico tren y
los que les hemos sobrevivido sabemos que esa guerra, aparte de injusta e
ilegal, nos puede costar la vida; y sabemos que perderla sólo servirá para
multiplicar indefinidamente la injusticia y nutrir todas las indiferencias
primitivas y metafísicas de un horror sin fin. Los millones de madrileños
que se concentrarom ayer en el centro de Madrid no conmoverán a Al-Qaida como
los millones de madrileños que se concentraron hace un año no conmovieron a
Aznar. El comunicado de la brigada Al-Hafs, responsable de la matanza, dice no
sentir compasión por los estudiantes, obreros e inmigrantes que encontraron
la muerte en un racimo mientras pensaban, uno por uno, en el pecho de su novia
o en el sabor del café, del mismo modo que Aznar nos ha hecho saber, con cada
una de sus decisiones y cada una de sus declaraciones, que no siente ninguna
compasión por los niños, mujeres y ancianos reventados o mutilados en
Bagdad. ¿Habrá que creer ahora que se apiada de las víctimas que le
pidieron que no metiera a España en la guerra de EEUU? ¿Habrá que creer en
la sinceridad de sus manifestaciones de duelo y de repulsa? ¿Habrá que
reconocerle el derecho a llorar a nuestros hermanos? De las muchas cosas de
las que hay que acusar al PP no es la más pequeña ésta de que no podamos
sentir compasión por nuestros muertos sin sentir también una pizca de asco;
de que no podamos solidarizarnos con sus familias sin tener que tocar el tubérculo
de una abyección moral y el divieso de una perversión política. Manipular
información es a veces manipular cadáveres, el manoseo indecente de la
necrofilia que aúpa su autoridad sobre los muertos de Bagdad y sobre los
muertos de Madrid. En estas circunstancias, en vísperas de las elecciones,
engañar premeditadamente a los españoles sobre la autoría de la matanza, no
es un caso más, entre otros, de bajeza electoralista. Es, en el mejor de los
casos, un "fraude moral", como lo ha descrito Carod-Rovira; o, más
exactamente, un "golpe de Estado táctico", como lo ha definido Ramón
Pérez-Almodóvar. La mayor parte de los medios de comunicación, políticos e
intelectuales de este desdichado país prefieren cerrar los ojos y creer, como
los social-demócratas y sindicalistas alemanes en 1933, que la victoria del
PP forma parte de la normalidad democrática. Mañana puede ser demasiado
tarde. Desde hace veinticinco años, nos hemos venido acostumbrando los españoles
a que nuestro voto no decida nada; por primera vez, sin embargo, puede impedir
mucho. Votar al PP es votar al luto, al tanque, al hierro, a la corrupción
moral, a la tortura y a la mentira. Votar al PP es votar contra la Humanidad.
Si mañana vence en las elecciones, si venciera apoyándose en este colosal
pucherazo espiritual, los que hemos hecho algo -por poco que sea, apenas
pensar mal del gobierno o protestar contra la guerra- estaremos sometidos al
arbitrio de un Estado policial; en cuanto a los que no han hecho nada -ni
siquiera darse cuenta de que, lo quieran o no, están ya metidos en política-,
ese Estado policial no podrá impedir que ni ellos ni ninguno de nosotros
muramos en la próxima bomba de la próxima estación.
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