Hace unos meses, tras un operativo
policial desarrollado en Iruñea, el presidente del Gobierno de Navarra,
Miguel Sanz, manifestaba su satisfacción de- clarando ante los medios de
comunicación «me alegro de que quienes siempre hemos defendido la libertad
tengamos la satisfacción de verles pudrirse en la cárcel».
Con su regocijo, el señor Sanz dejaba constancia con toda claridad del
objetivo único, principio y fin en sí mismo, de la política
penitenciaria: pudrirse en la cárcel. Algo que entra en reñida contradicción
con el pretendido espíritu de la ley penitenciaria, cosa que es necesario
recordar a todos aquellos que prefieran pasarlo por alto. El derecho a la
igualdad ante la ley, el de no ser objeto de malos tratos, el derecho a la
salud, a la integridad física... los derechos que tan salvaguardados
aparentan quedar en el Código Penal, La Ley Orgánica General
Penitenciaria, el Reglamento Penitenciario y por supuesto, la Constitución
española, destapan su verdadero alcance en las palabras de quien es, no un
ciudadano cualquiera sino presidente del Gobierno de Navarra, y cuyo sentido
de la libertad «que desde siempre» ha defendido pasa, al parecer, por el
incumplimiento de sus propias leyes.
Y es desde esta perspectiva desde la que hay que contemplar el caso y la
situación de Bautista Barandalla. A Bautista, preso navarro encarcelado
desde 1990, se le diagnosticó hace dos años una colitis ulcerosa. Nada
excepcional, una enfermedad que afecta a miles de personas, no
extremadamente grave pero sí lo suficientemente seria para requerir las
consultas de un especialista, controles y revisiones periódicas,
seguimiento médico. Pero Bautista es un preso y además un preso vasco, un
preso político vasco. Por eso, su enfermedad dejó de ser una enfermedad
como tantas otras y pasó a convertirse en un instrumento con el que la política
penitenciaria podía conseguir, por el camino más corto, ese «pudrirse en
la cárcel» del que hablaba sin cortapisas Sanz. Por eso no tuvo las
consultas, ni los controles, ni las revisiones, ni el seguimiento médico
que necesitaba. Por eso dos años después, su enfermedad se había agravado
y comenzaron los dolores, las diarreas continuas y las pérdidas de
sangre... En esa situación y reclamando una consulta médica que se le negó,
pasaron meses. Curiosamente, la única medicación que el médico de la cárcel
le prescribió estaba contraindicada para la enfermedad que padecía. Los
informes médicos del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, donde finalmente
tuvo que ser ingresado de urgencia en el mes de marzo, hablan de un proceso
evolutivo que comenzó ocho meses atrás. Demasiado tiempo para que pudiera
tener efecto ya ningún tratamiento médico, ni siquiera los más agresivos;
fue necesario extirparle la totalidad del intestino grueso.
A pesar de la situación límite de Bautista, los engranajes del ensañamiento
apenas habían echado a andar. Quedaba la vuelta a prisión, donde en
absoluto se iban a dar las condiciones higiénicas y dietéticas que
necesita, donde las 24 horas del día vienen acuñadas por la tensión y las
condiciones de vida bajo mínimos, y donde, sobre todo, quedaba en manos de
un equipo médico que le había conducido directamente al estado en que se
encuentra. Desde entonces, Bautista ha debido ser ingresado de urgencia en
ocho ocasiones más; ha llegado a perder 25 kilos de peso y registra un
deterioro progresivo que no ha sido mayor gracias al calor y ayuda de sus
compañeros y a la entereza de unos familiares, también sin derechos, que
durante meses tuvieron que compaginar su trabajo con los continuos
desplazamientos a Zaragoza, para mantenerse cerca de él.
La legislación penitenciaria contempla el derecho de todo preso a
cumplir la condena en la cárcel más cercana a su lugar de residencia. La
legislación penitenciaria contempla también el derecho a la excarcelación
en libertad condicional de aquellos presos con enferme- dades graves e
incurables. Pero la legislación penitenciaria y los derechos que contempla
le importunan muy poco a un sistema que ignora cuántas leyes quiere y
cambia aquellas que no puede ignorar. Bautista solicitó su traslado a la cárcel
de Iruñea y la aplicación del Art. 92 en el mes de abril. A pesar de que
la Junta de Tratamiento de la Prisión de Zaragoza adoptó por unanimidad el
acuerdo de concederle el traslado, la Dirección General de Institucio- nes
Penitenciarias lo denegó y el fiscal del Juzgado de Vigilancia demoró
continuamente su informe impidiendo el pronunciamiento del Juez y
consiguiendo así retrasar todos los trámites que sus abogados podían
efectuar.
Más de 5 meses ha costado que Bautista fuera trasladado a la prisión de
Iruñea. Recién llegado fue necesaria una nueva hospitalización de
urgencia; y desde entonces ha sido ingresado en dos ocasiones más en el
hospital de Nafarroa. Sus familiares han podido evitar el continuo ir y
venir desde Etxarri Aranatz a Zaragoza, pero no sin que se les pasara la
correspondiente factura: pasando por encima de lo que respecto a sus visitas
en el hospital resolvió la dirección de la cárcel de Iruñea, que es
quien tiene competencia para ello (art. 217 del Reglamennto Penitenciario),
la Policía trató de imponer a Bautista unas condiciones que no alcanzaban
siquiera los mínimos establecidos en la legislación penitenciaria: una
visita semanal de 20 minutos con sólo dos de sus familiares. Bautista no
tuvo ni los derechos de enfermo, ni los de preso. Con cada nueva
hospitalización sus familiares se encuentran ante la incertidumbre de si
podrán verle o no, cómo, cuánto y en qué condiciones. Los engranajes del
ensañamiento que ha sido una de las características del fascismo
encajan con precisión.
Quienes hemos estado en prisión sabemos demasiado bien que cuando está
en juego la salud, «negligencia» no es sinónimo de simple dejadez, ni de
desidia. Quienes hemos conocido desde su centro motor la maquinaria
penitenciaria sabemos que ni uno solo de sus movimientos se dejó al azar y
que todos se diseñaron con un único objetivo: la aniquilación, el
exterminio.
Sabemos que nuestras condenas llevan implícitas sentencias que
sobrepasan todo lo que los tribunales han dictado, que contravienen todas
las leyes; sentencias cuyo verdadero contenido jamás tendrán el valor ni
la decencia de admitir aquellos que las aplican o les brindan su apoyo.
Porque apoyo, justo es decirlo, tienen mucho. Lo vemos en los medios de
comunicación que desprecian su compromiso con la información, en quienes
arrancan los carteles informativos para evitar a tantos y tantos que la
realidad les arañe la conciencia; en quienes se niegan a leer las
octavillas que se reparten para no tener que enfrentarse a su
responsabilidad; en quienes conocen sobradamente lo que ocurre pero les
gusta que sea así; en quienes lo conocen y no les gusta, pero el miedo a
ser estigmatizados puede más que sus convicciones.
La situación de Bautista es muy grave. Como la que afecta a Koldo
Elizetxea, Jose Antonio Gaztañaga o Sergio Fernández Atauri, es una
situación límite. Queda por delante la lenta y dificultosa tramitación de
la aplicación del art. 92 solicitada para ellos. Todos sabemos ya cual es
el verdadero sentido y alcance de las leyes en el Estado español; sabemos
también de qué sirven los supuestos derechos contemplados en esas leyes.
Pero conocemos también la capacidad movilizadora de la sociedad vasca, su
intransigencia ante la vulneración sistemática de derechos, ante el
sufrimiento como fin en si mismo y el ensañamiento. Sólo esa capacidad hará
frente a la de ensañamiento. Sólo esa capacidad, que ahora es tan
necesario demostrar, hará que Bautista pueda estar en casa. Acudir a las
movilizaciones que se convoquen es recordar, y sobre todo reclamar, que es
su derecho. No vuelvas la espalda: es tu responsabilidad. -
* Firman también este artículo Gloria Rekarte, Imanol Aramburu, Esther
Lakasta, Ricardo Garziandia, Enrike Varona, Karlos Ezkurra, Mario Zapata,
Joserra Artola, Fermin Anzizar, Alfonso Arnesto, todos ellos ex presos políticos
vascos.