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Secciones: 15M, SUMAR, mareas, unidad popular, PAH -  El Problema Español -  Economía

Título: Campamentos Dignidad: El Sí se puede de los parados. Por Manuel Cañada- Enlace 1

Texto del artículo:


http://www.espai-marx.net/ca?id=8287
Por Manuel Cañada






Muchas
camisetas de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas llevan
inscrito el siguiente lema:

Rescatan
al banquero, desahucian al obrero
.
Un reciente informe de la PAH corrobora la precisión del
eslogan: el paro es el motivo de impago de las hipotecas en el 70% de
los casos y el 25% del total de los afectados son desempleados sin
subsidio. Pero, ¿dónde están las camisetas
contra el paro? ¿Qué explica que el obrero sea capaz de
movilizarse en tanto que desahuciado de la vivienda pero no en tanto
que desahuciado del trabajo?



El
trabajo manual es la pornografía contemporánea,
escribió el burlón Zizek. Pero si la representación
del trabajo manual está clandestinizada o, a lo sumo,
constituye un objeto de comedia costumbrista, el paro es aún
más invisible, más irrepresentable. El paro se vive
como fracaso individual, entre la ocultación y la culpa. El
poder es muy consciente de ello y atornilla cada día el acoso
contra los parados, sembrando machaconamente la sospecha de fraude,
induciendo a la delación anónima, amurallando el
apartheid social.



Mientras
tanto, por todos lados se escucha la misma cantinela ¿dónde
están los parados, por qué no salen a la calle? ¿Por
qué no se lucha? Y entonando esta letanía de la
impotencia, muchos integrantes del coro se sacuden su
responsabilidad. No se recuerda cuándo fue la última
vez que un sindicalista pisó una oficina de empleo y tampoco
hay demasiado rastro de los movimientos posmodernos, más
interesados, según parece, en los últimos rizos
teóricos sobre las nuevas subjetividades contemporáneas,
el trabajo cognitivo y la multitud deseante...



Pero
los tiempos de la tontuna se están acabando. La movilización
de la PAH, del SAT o de los Campamentos Dignidad, sin proponérselo,
está revelando la complicidad de los aparatos sindicales o la
impostura de determinadas jergas militantes. Ya no podemos repetir
gratuitamente aquello de “la exclusión social es más
que la simple pobreza” o pontificar sobre el carácter
“post-materialista” de los nuevos movimientos sociales.
Lo que hasta ahora se presentaba con el aura de la complejidad se
muestra descarnadamente ante el personal como velo, como conjunto de
coartadas del nuevo higienismo social o del ciudadanismo abstracto,
que constituyen hoy dos de las grandes vetas ideológicas de
las clases dominantes.



La
claridad es una cuestión moral
”,
dejó escrito Carlos Castilla del Pino
1.
Ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre: paro,
precariedad, pobreza, explotación, dominio de clase. Con 6
millones de personas en la trituradora de los desechos y con casi un
10% de la población dependiendo para comer de los bancos de
alimentos y de la caridad institucional, no podemos prolongar el
carnaval de excusas y adulteraciones.



La
PAH nació en Cataluña y Murcia pero su medicina se
extendió -aunque al principio muy lentamente- y demostró
que tiene efectos sanadores en cualquier rincón del Estado. 50
personas gritando en la puerta de una oficina bancaria “
Tenemos
la solución: los banqueros a prisión

es un lenguaje que entiende hasta el director de sucursal más
obtuso. Aquel que no encontraba un hueco en su agenda para recibir al
torturado afectado, rápidamente alivia sus compromisos. Y al
monstruo anónimo, como llamaba Steinbeck a los bancos, le
brotan con singular diligencia, los interlocutores, licenciados en
lenguaje sutil e inteligencia emocional. Por fin, la injusticia tiene
nombre, dirección y portavoces. El escrache y las acciones que
erosionan la imagen de los bancos, son eficaces en todos sitios. En
Barcelona y en Arroyo de San Serván. Ante el BBVA y ante Caja
Badajoz.



Organizar
el Sí Se Puede de los parados y precarios en las oficinas de
empleo también es generalizable. Lo que ocurre es que, como en
el caso de la PAH, hablamos de camino pedregoso y no de atajo
mediático o electoral. Hablamos de vínculo intenso, de
comunidad y no de “representación de los sin voz”
ni de fugaces “me gusta” en el facebook.



Con
toda la humildad que se quiera, en los Campamentos Dignidad se ha
puesto en pie un pequeño Sí Se Puede de los parados y
precarios. Y, a lo mejor, algunas de las modestas enseñanzas
de esta lucha pueden ser útiles en otros lugares. Los parados
y precarios de Extremadura no están hechos de una pasta
especial ni las condiciones sociales o políticas en las que
viven difieren, en lo sustancial, de las circunstancias de cualquier
otro territorio del Estado Español.



Los
Campamentos Dignidad de Extremadura se inscriben en la onda larga de
lucha que abrió el 15M y ha prolongado la lucha de las mareas,
del SAT o de la PAH. En las manifestaciones de los acampados se
funden el “
No
hay pan para tanto chorizo

con el “
Viva
la lucha de la clase obrera
”;
tan pronto se corea “
Ni
un desahucio más en esta ciudad

como brota el “
Qué
barbaridad que el hijo del obrero no pueda estudiar
”.
Los campamentos han ido configurando una especie de 15M obrero que,
más allá de las reivindicaciones específicas que
los hicieron nacer, apuntan a preocupaciones y desafíos
comunes. ¿Las personas paradas y precarias pueden constituirse
en sujeto social y político? ¿Es la renta básica
un instrumento real de lucha y unidad o, por el contrario, un
producto “utópico” de auto-consumo militante?
Somos o podríamos ser el 99%, afirmamos con alegría,
pero ¿cómo y desde dónde se construye la
mayoría? ¿Es posible la transformación social
sin el protagonismo de las gentes de abajo? ¿Clase obrera,
precariado, “chunguitud”…cómo se crea hoy
el cacareado contrapoder, el poder popular?



Campamentos
Dignidad: una comunidad de lucha



Un
relámpago ha estremecido el cielo plácido de
Extremadura. Desde el suelo, durante 80 días, se ha alzado
ante las oficinas de empleo un movimiento popular que ha sacudido la
parsimonia del veterano cortijo. Los Campamentos Dignidad han puesto
en pie una comunidad de lucha, uniendo a parados de todas las edades
y gremios, dando la voz a los barrios mudos de la miseria,
congregando a la juventud precaria y a la clase obrera.



El
20 de febrero, frente a las puertas del INEM en Mérida, se
alzaban las primeras tiendas de campaña. Una semana más
tarde, otro grupo de parados acampa en Plasencia y, tras el
desmantelamiento alevoso por parte de la policía, se instala
en el interior de la catedral, donde permanecerá hasta el
final la nueva colectividad rebelde. Un mes más tarde, la
chispa se extiende a Almendralejo y Badajoz. Frente a las oficinas de
empleo, se levantan dos nuevos campamentos, al tiempo que se
multiplica la solidaridad por toda Extremadura.



En
el origen de la protesta se encuentra el desprecio del poder político
a la ILP por la Renta Básica que la Plataforma ha presentado,
avalada por 27.000 personas, el equivalente estatal del casi millón
y medio de firmas que ha conseguido la PAH a favor de la ILP de
dación en pago. “
Hubiera
merecido mejor final
”,
sentencia uno de los políticos extremeños, dando por
muerta y enterrada la iniciativa popular. Pero el acontecimiento
siempre llega con pies de paloma.



Durante
meses, los Campamentos Dignidad consiguen desplazar la centralidad
política de Extremadura hacia las oficinas de empleo, hacen
escuchar como discurso lo que no era percibido más que como
ruido. Los campamentos se yerguen como comunidad disidente pero, al
mismo tiempo, como vivero de lucha, lugar de encuentro de los
movimientos alternativos y escuela diaria de desobediencia. Un
hervidero donde la generosidad, la fraternidad y la reivindicación
se dan la mano; donde el reparto de alimentos se alterna con el
escrache; donde el intempestivo refugio de acogida se transforma en
centro organizador de la movilización para reclamar la tarifa
social del agua o la paralización de los desahucios.



Hay
una comunidad en construcción. Y comunidad, aquí,
quiere decir organizar otra vida cotidiana, otras relaciones
distintas a las establecidas, mediadas por el lucro y la competencia.
Generosidad y solidaridad dejan de ser material de contrabando
ideológico, enseñas de las nuevas franquicias de la
caridad. La solidaridad es la ternura de los pueblos y la ternura de
los pueblos es pan, leña y mantas. Y complicidades para
señalar a los políticos. Y aliento para la lucha, en
sus infinitas formas posibles. Las trabajadoras del INEM traen café
y dulces. Uno de los panaderos de la barriada Nueva Ciudad nos
obsequia todos los días con su pan. El dueño del bar
nos deja que enganchemos allí la luz. Un vecino nos facilita
el wifi y otro nos trae los trébedes y los pucheros. Abel
aporta la caravana para ubicar allí la oficina de agitación
y propaganda, y Francisco un cargamento de leña. Son miles de
personas en toda Extremadura las que colaboran con los campamentos,
apuntalando la revuelta. El pueblo se vuelca a tal extremo que las
acampadas han de organizar el reparto del excedente de comida
generado, entre las familias más necesitadas en los barrios.



La
vida es darse. Darse, no hay alegría más alta
”,
dice Eduardo Galeano. Y la honda verdad de ese pensamiento adquiere
potencia en el estado naciente, en el momento creador de los
movimientos populares. La comunidad se teje con mil hebras de
generosidad, de ejemplos que no esperan medalla. Pedro y Yolanda
cuelgan la bandera indeleble en el balcón de la plaza: Sus
beneficios, nuestras crisis. Myriam, Raúl, Diego o Izaskun
duermen en el campamento y desde allí se van al trabajo o al
estudio. Jesús, Rubén y Jorge se han desplazado desde
Almendralejo para asentar la semilla subversiva y después
constituirán el embrión de la acampada en su ciudad.
Ángel o Jon aportan su saber jurídico a la tarea de
convertir el campamento en oficina de derechos sociales a la
intemperie. Teresa, 67 años contra la grama, multiplica las
horas y las tareas de apoyo. Jose, a pesar de su enfermedad, defiende
la cocina, va sacando de la nada guisos inverosímiles.
Heroísmo cernido, desafío de los anónimos,
levadura del pueblo. La comunidad va creciendo en los eriales del
INEM. “
Las
resistencias al capital y a la dominación asumen la forma
ética y política de comunidad
”,
escribe con acierto Raúl Zibechi
2.
Las soledades se organizan, los duelos ignorados encuentran el oído
atento. El afectado se hace militante y el militante se baña
de humanidad. La revolución se despoja de abstracciones, se
hace carne y hueso. “
Así,
entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, entra en la plaza
”.
Y ahí, en el nosotros, se desvanece el duro individualismo,
palidecen las egolatrías. El individuo se olvida de sí
mismo, “
arrastrado
por la colectividad, se entrega por entero a los fines comunes
”.
Emancipados del televisor, se hace posible la conversación, la
escucha mutua y cada uno, entre los demás, es “
impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado
3
a la oficina de empleo que es plaza, a la catedral que es plaza, a la
comunidad.



Y
el INEM, con su reguero de historias, va amasando la colectividad
insurrecta. La gran neurosis colectiva del paro se desgrana en
afrentas individuales. A ésta compañera la quieren
apañar con 90 euros de subsidio, porque trabajaba con contrato
a tiempo parcial, y a aquel otro le quitan la RAI porque su mujer,
¡qué lujo!, trabaja de limpiadora. A uno le hacen venir
a sellar a dos horas distintas de la mañana y a otro le
deniegan la ayuda existente hasta ahora para mayores de 52 años.
Cursillos
todos los que quieras, pero de curro nada de nada
”,
dice un compañero; “
hasta
pal campo te piden entrevista de trabajo
”,
lamenta otro. Una joven cuenta que en el flamante Decathlon les pagan
en forma de salario hora y otro no tan joven relata cómo le
han robado un mes de subvención al desempleo: “
Si
no renuevas la cartilla del paro en el día previsto, te quitan
30 días de subsidio. ¿Y de dónde comes ese
mes?
”.



Es
la Casa Grande, dicen con ironía los parados. La Casa del
Dolor, le llama Marisa. Si se aguza el oído, a cada rato se
escucha la palabra depresión y, a corta distancia, con ella
compite en frecuencia la palabra escopeta. Aquí se aprende la
declinación del verbo “entrankimazarse” y la
angustia demuestra su versatilidad. Aquí se conoce la
proliferación del tormento en los barrios, entre la gente
obrera. A Antonia le han echado quince días de arresto
domiciliario por plantar cara a la trabajadora social; Álvaro
cumple 10 días de servicio a la comunidad por pintar en la
pared una hoz y un martillo; Paula viene a que pidamos el indulto
para su novio, condenado a la cárcel a pesar de los sólidos
informes médicos sobre su esquizofrenia.



Aquí
comparece la verdad oculta detrás de los titulares de los
periódicos: los servicios sociales como policía de las
familias pobres, las agencias de la caridad como aparato de
humillación y control social.

“¿Tú
sabes cómo tratan los perros a las garrapatas? Pues así
nos tratan las trabajadoras sociales a nosotros, como si fuéramos
garrapatas
”,
nos dice un compañero. “
La
buena planta que tienes y las buenas ropas que gastas
”,
le ha espetado una monjita a otra de nuestras camaradas. “
Parece
que hay que llevar el moño recogido y los niños con los
mocos colgando para que te den algo. Cámbiame el café
por huevos, le digo, que no tomo café, pero no hay manera
”.



Y,
a pesar de todo, por un inesperado camino, el dolor colectivo se
transforma en lucha, y la lucha se trueca en alegría. Porque
ésta no es una comunidad cualquiera, es una comunidad de
lucha. “
Somos
pueblo
”,
dice Petri, pueblo en lucha. Los Campamentos Dignidad van trazando el
mapa de su audacia, convirtiéndose en semillero de la
organización popular, en denuncia permanente contra los que
nos arrastran a la miseria. Un día marcamos la ruta de la
estafa financiera, plantándonos frente a las oficinas
bancarias en apoyo a las familias con amenaza de desahucio y, al
otro, realizamos un escrache por la renta básica. Una mañana
reclamamos ante el ayuntamiento que repongan el agua a las 600
familias a las que se la han cortado por impago y, a la siguiente,
empapelamos las ciudades extremeñas con carteles de Se Busca a
Monago.



Como
le gusta decir a Alfonso, “
el
escrache es lo más democrático que tenemos

y, a pesar de la histérica campaña de criminalización,
hacemos un uso intensivo de él. Y así, se suceden los
señalamientos públicos a Monago, a Carrón,
consejero de Política Social, a Víctor del Moral,
odiado consejero de Vivienda, a Carlos Floriano, a la Reina Sofía,
e incluso aderezamos con chorizo el escrache ante el hotel de cinco
estrellas en el que almuerzan las austeras señorías del
PP extremeño.



Dignidad
y emoción, organizándose de la mano



Los
acontecimientos dentro del acontecimiento van jalonando la
construcción de la comunidad insurgente. Una tarde, en la
asamblea de cada día, se presenta Jesús y nos dice con
voz rota: “
Yo
voy a ser el número 20
”.
Habla de la estremecedora contabilidad de los suicidios. Está
en el paro, como casi todos, y el BBVA le ha comunicado el desahucio
para el 9 de abril. Una corriente de rabia y fraternidad atraviesa el
campamento. “
A
ti no te va a echar nadie de tu casa, Jesús
”.
A la mañana siguiente, un piquete del campamento arranca del
banco el compromiso de paralización del desalojo. En cascada,
empiezan a pararse desahucios de hipotecas en Mérida, Arroyo
de San Serván, Aceuchal... y los directores de las entidades
bancarias se reúnen en secreto para pactar una estrategia
común ante la movilización.



Lo
que empezó siendo una plataforma por la renta básica
toma forma como movimiento por los derechos sociales. Detrás
de la renta básica salen las otras cerezas de la cuestión
social. La PAH se constituye dentro de los Campamentos en Mérida,
Plasencia y Almendralejo. También las movilizaciones de la
Marea Ciudadana contra los recortes se convocan desde las acampadas.
Y la Coordinadora Estudiantil se reúne igualmente allí
para preparar sus movilizaciones contra los atropellos de Wert y
compañía. De la renta básica a los desahucios de
vivienda social. Del derecho al agua a los desahucios de hipotecas.
De la exigencia de empleos públicos a las mareas contra los
recortes. Los Campamentos van trenzando las resistencias y arrimando
su fuerza a cada convocatoria de lucha.



Desobediencia
y comunidad se hermanan, abriendo “la fiesta de las
posibilidades”. Mientras la crisis capitalista “
desorganiza
el viejo sistema social y desclasa a grupos sociales ligados al viejo
régimen y que creían en él
4,
los campamentos apuntan a un nuevo comienzo, a la fundación de
vínculos inéditos, de solidaridades alternativas. Es el
tiempo dionisiaco, el momento de la exploración de los
posibles. Iván organiza un taller literario, Ramón y
Mariángeles fabulan corralas futuras, Rosendo monta un taller
para dejar de fumar, un grupo de mujeres mayores inician una
cadeneta, otro grupo pone en marcha el Coro del Campamento Dignidad
de Plasencia, las compañeras del Ateneo Libertario de Mérida
preparan talleres dominicales de juegos para los niños, Eladio
y Daniel movilizan a más de 70 escritores para colaborar en un
libro solidario con la lucha. Rafa propone hincarle el diente a los
huertos familiares y Abel plantea crear una red de güifinet.

“¿Pero
también nos vamos a meter con el Internet?
”,
pregunta irónica María, una de las activistas gitanas
de la barriada Juan Canet.



El
aparato de poder se muestra desconcertado. La policía de
uniforme y la de bar no dan abasto. Pero ni las unidades de
intervención policial ni las brigadas capilares del alcucereo
atinan a controlar y prever los movimientos de esta hidra
insospechada que ha nacido en los páramos del SEXPE. Ni las
visitas nocturnas de los guardias, ni las amenazas de desahucio
contra algunos de los militantes más activos del Campamento
como Agustín, Mari Carmen, Domingo, Lorena o Manoli, ni los
ardides caciquiles de los intermediarios de la política,
intentando comprar a algunos de los miembros del campamento con la
promesa de solución personal a sus problemas de vivienda o
trabajo, son capaces de sacar del paso al movimiento. Porque aquí,
el poder no se enfrenta a un conflicto reconducible a los parámetros
habituales y conocidos de la política como gestión o
administración, la que sólo entiende de minimización
del daño y de clientela. Aquí es la otra, la verdadera
política, la que cuestiona los fundamentos del dominio, la que
pone encima de la mesa las palabras igualdad, pueblo y coraje.



Y
así, higo a higo, escrache a escrache, se va llenando el
canasto del nuevo movimiento. La ley de renta básica entra en
la recta final y para el 9 de mayo se anuncia su aprobación.
Los Campamentos preparan dos marchas, desde Plasencia y Almendralejo,
que confluirán ante el parlamento de Extremadura. Pero al
final, para sorpresa de propios y extraños, otras dos marchas
imprevistas se suman desde Badajoz y Villafranca, en una nueva
jornada de entusiasmo y explosión del sí se puede.
Centenares de jóvenes de Almendralejo, de Plasencia, de
Badajoz, de toda Extremadura despiertan a la lucha social junto a
veteranos luchadores como Teo, Agustín, Manolo, Carlos,
Miguel, Pepe, Dani, Rafa, Maite, Abel, Torralbo o Puri. En Mérida,
las columnas se funden en un abrazo colectivo. “
El
día que nos tengamos que ir, lo vamos a hacer llorando
”,
dice Belén. Dignidad y emoción, organizándose de
la mano.



Las
acampadas se mantienen hasta que el parlamento aprueba la ley de
Renta Básica. Ese día, en las inmediaciones de la
Asamblea de Extremadura, los numerosos policías
antidisturbios, prestos a intervenir, tan pronto se quitan como se
ponen los cascos, atendiendo a las órdenes contradictorias de
los políticos, desorientados por la presión sostenida
del movimiento. Al final, el parlamento ratifica una ley que, en modo
alguno, responde a lo que vienen exigiendo los acampados, quienes la
bautizan como el timo de Monago. Sólo va a acoger a unas 8.000
personas; sí, son muchas más que las 1.500 iniciales
que planeaba el gobierno del PP, pero aun así muy lejos del
mínimo que se reivindicaba: dar cobertura a las más de
70.000 personas paradas sin ingresos. Y a pesar de las modificaciones
introducidas, el texto definitivo se mueve en la lógica de las
rentas mínimas de inserción social que el movimiento ha
denunciado. Sin embargo, en la calle los manifestantes, que se han
opuesto resueltamente a la ley, saltan de alegría. ¿Cómo
es posible que no prenda el desánimo? ¿Por qué
gritan Sí Se Puede, si sus pretensiones han sido vencidas en
el parlamento?



Pero
las apariencias de derrota engañan. Todo el mundo intuye que,
con ser importante, hay algo aún de mayor trascendencia que
haber torcido los planes del gobierno extremeño, más
sustancial que el incremento de perceptores de la renta básica
de inserción, o que las mejoras arrancadas en aspectos
sustanciales como la cuantía, la duración máxima
o los requisitos de empadronamiento y edad. Y ese algo es la
construcción de un movimiento, la creación de una
fuente de poder popular. El acontecimiento, dice Alain Badiou,
produce
una quiebra en el campo del saber de una situación, porque con
el acontecimiento emerge una verdad no considerada por el saber de la
situación misma
5.
El acontecimiento irrumpe en el orden aparentemente inmutable, rasga
el manto de las obviedades, descoloca el tablero previsible.



El
pueblo ni está ni se le espera, habían sentenciado en
los despachos del poder. Pero los Campamentos Dignidad liquidan el
presagio y hacen aflorar las verdades escondidas, las certezas que se
encuentran “más allá del sentido común”.
En el acontecimiento estallan las verdades desterradas del Sí
Se Puede. Como antes en el 15M, la PAH o las movilizaciones del SAT,
en las acampadas contra el paro y la precariedad se despierta la
posibilidad de luchar y vencer. Frente a la repetición
estúpida del “para qué nos vamos a quejar, si nos
va a dar igual”, emerge la conciencia de la injusticia y la
confianza en el nosotros. Sí se puede luchar, sí se
puede organizar la sociedad de otra forma, sí podemos hacerles
retroceder, sí podemos alzar la voz por encima de la
impotencia. Estas son algunas de esas posibles y provisionales
enseñanzas del Sí se puede de los Campamentos Dignidad.



Cinco
pequeñas tesis para una gran lucha



1.
La
verdad es concreta. Es el tiempo de lo evidente: Renta Básica,
curro y techo.



La
verdad es concreta, dicen que escribió Bertold Brecht en las
paredes de un generoso amigo que le acogió en el exilio. Es la
hora de lo evidente: renta básica, trabajo, vivienda. Derecho
de existencia, curro y fin de todos los desahucios. Esas son las tres
demandas que han servido de nexo, la amalgama capaz de unir a los
cuatro campamentos y, alrededor de ellos, a una parte muy
significativa del pueblo precario de Extremadura. Por supuesto que
cada una de estas reivindicaciones tiene su particular historia y
encaje: las luchas populares no nacen en un think tank ni en un
gabinete de estudios. La renta básica era el producto de una
lenta maduración, el cultivo de años que acababa dando
sus frutos. En paralelo, la reivindicación de 25.000 puestos
de trabajo cortaba el paso a las críticas más
socorridas contra la renta básica, las de promover la
haraganería y una sociedad subsidiada, y para los más
veteranos ligaba con la pelea provechosa por 5.000 contratos que tuvo
lugar en el año 1998. En cuanto a la reivindicación del
final de todos los desahucios se conectaba así con la ILP de
dación en pago, tramitándose en ese momento, y,
simultáneamente, con las resistencias a la ofensiva del
gobierno extremeño contra las barriadas de viviendas sociales.
Nadie
puede empezar a pensar, a sentir, a actuar, a no ser que lo haga
partiendo del punto inicial de su propia alienación

(R.D. Laing). La lucha, casi siempre, nace en las cercanías de
la experiencia propia, arraiga en las zonas de transformación
potencial de cada individuo y cada grupo.



Pero
no se trataba ni se trata de una simple agregación de
reivindicaciones, sino de dotarlas de un aliento común. Nada
obrero nos es ajeno, nada precario nos es ajeno. Que no corten el
agua a nadie por falta de ingresos, que haga frente al copago
sanitario o que se reponga la gratuidad del transporte escolar para
los chavales de los institutos… Cualquier problema colectivo
de un grupo de personas paradas o precarias es integrable en nuestra
lucha; sólo hace falta un requisito: que haya afectados
directos que estén dispuestos a luchar por ello, y desde ese
mismo momento reciben el apoyo y constituyen también
Campamento Dignidad.



Y,
cabría añadir, además “
una
reivindicación nueva: dignidad, soberanía, poder
”.
Ese es, también, el salto de los Campamentos. Porque para
luchar hace falta ilusión, moral de victoria, “discurso
profético”. “
El
proletariado que no quiera dejarse tratar como canalla, necesita de
su coraje y de su dignidad más todavía que de su pan
”,
escribió Marx en 1847. La bandera de la dignidad como
llamamiento de alerta a los iguales y, al tiempo, como señal
de inicio de la revuelta.



2.
La
renta básica no es el nombre de un nuevo libro, sino una
herramienta de lucha y alianza social. La renta básica es
lucha de clases.



¡Cuántos
libros sobre la Renta Básica y qué pocas luchas! La
renta básica no puede seguir siendo un nicho editorial, ni una
materia reservada a sociólogos y economistas y, aún
mucho menos, la propiedad programática privada de ningún
grupo, que vela por su incontaminación social y la mantiene
cuidadosamente metida en formol hasta que llegue el día de la
liberación.



Que
reclamemos una renta básica universal no quiere decir,
obviamente, que todo el mundo la necesite por igual ni vaya a pelear
por ella con la misma intensidad. Del mismo modo que la reducción
de la jornada laboral sólo se ha conseguido históricamente
por el batallar de la clase obrera (de quienes sufren la extenuación
de los tiempos de trabajo) o que las reformas agrarias han venido de
la mano de los jornaleros sin tierra y de los pequeños
campesinos, no se puede esperar el advenimiento de la renta básica
por otra vía que no sea la movilización constante y
consciente de aquellos a quienes se niega una existencia digna.
Pobres, parados y precarios son los sujetos naturales de la Renta
Básica. Por supuesto que no sólo ellos, por supuesto
que también lo serán las miles de personas que, sin
encontrarse en esa situación, quieren salir del círculo
infernal del capitalismo o aspiran a ordenación social más
humana, racional, sostenible.



Quizás
la principal lección de la lucha en los Campamentos Dignidad
consiste justamente en haber demostrado que la renta básica
puede ser un instrumento de lucha y de alianza social, un puente que
una a personas en el paro, en la precariedad o en la pobreza. Ese
sujeto escurridizo de la transformación social que indagamos
cuando mencionamos las palabras pueblo, precariado, proletariado,
multitud, clase obrera o “los de abajo”, está
convenientemente desmigajado. “
El
sistema capitalista incrementa la faena del sujeto, es un complejo
sistema de cosificación y de-subjetivación

(Miguel Mazzeo). El capital no sólo desvaloriza todas las
figuras del trabajo, además levanta innumerables murallas de
identidad y desconfianza entre las distintas fracciones del pueblo.
El poder dedica sus principales esfuerzos a la creación y
reproducción de las divisiones entre los dominados y, a tal
fin, subordina el sentido de las más variadas instancias de
relación social, desde la jerarquía de las categorías
profesionales, los diplomas y titulaciones, a las prebendas
clientelares, la clasificación de las tribus urbanas o la
organización espacial de las ciudades. Los canis, los parados
fraudulentos, los ni-nis, “las barriadas conflictivas”,
“los colectivos en riesgo de exclusión social”, el
sistema no para de supurar etiquetas y moldes de los más
variados estilos que renueven el miedo al retorno de las clases
peligrosas y que, por otro lado, garanticen la meticulosa
segmentación del pueblo obrero.



Pero
esa alianza de parados, precarios y pobres hay que construirla en la
práctica social. En una praxis social reflexiva y creadora,
como diría Adolfo Sánchez Vázquez. Unir a las
gentes de las barriadas miseria y a la juventud precaria, “la
mejor preparada de la historia” según rezaba la crónica
aduladora de los últimos años; a los obreros en paro y
a los nuevos “exiliados económicos” con titulación
universitaria, a aquellos a quienes se exaltaba como a los leales
cachorros que vendrían a renovar el sólido dominio de
la clase media; a los que tienen que enganchar la luz o el agua para
poder sobrevivir en las innumerables barriadas Malvinas o Kansas City
de nuestras ciudades y a quienes sufren en sus carnes los desahucios
de las hipotecas, la mentira del Dorado Inmobiliario. Ese es el
auténtico terreno de experimentación y construcción
del “sujeto revolucionario”. En los Campamentos Dignidad
han fructificado destellos “espontáneos” de esa
alianza posible. Pero como decía el innombrable y silenciado
Lenin, “
el
elemento espontáneo no es sino la forma embrionaria de lo
consciente
”.



Para
que la renta básica pueda cumplir esa función, la de
ser uno de los aglutinantes del nuevo sujeto popular, es preciso un
planteamiento flexible. Para unas personas servirá en tanto
que renta de existencia o garantía de ingresos mínimos;
otras gentes subrayarán más su utilidad como fondo
transitorio de resistencia frente a un capital voraz que desposee
cada vez más de derechos a los trabajadores; y otras personas
verán en la renta básica un cimiento de emancipación
individual o incluso la semilla de una alternativa austera al modelo
de sociedad. Nuestra propuesta de renta básica ha de dar
cabida tanto a visiones más “reformistas” como a
otras más “revolucionarias”. Y rehuir los tres
sesgos que inutilizan o mellan la proposición como un
instrumento de lucha: el asistencialismo, el laboralismo y las
fantasías posmodernas.



En
primer lugar, combatir el gato por liebre de las rentas mínimas,
con su discurso-camelo de la exclusión social y los proyectos
individualizados de inserción. Cada vez está más
claro que la idea de exclusión social es un concepto de
ocultación de clase. Como afirma Owen Jones, “
la
exclusión social y “los socialmente excluidos”
eran los sustitutivos de “pobreza” y “los pobres.
La clase social es algo que viene dado. La exclusión es algo
que me sucede y en lo que de alguna manera soy un agente
6.
Las rentas mínimas como dispositivo de culpabilización,
control y disciplina de pobres son todavía un lugar común
aceptado acríticamente por la gran mayoría de los
trabajadores sociales, del mundo sindical e incluso de gentes que se
reclaman de la izquierda “anticapitalista”.



El
segundo sesgo que impide el vuelo de la RB es “el laboralismo”.
“Lo que tenemos que hacer es pedir empleo, no subsidio”,
te repiten hoy todavía muchas personas que confunden trabajo y
empleo, dignidad y salario. El trabajo es consustancial al ser humano
y fundamento de cualquier sociedad, pero el empleo o trabajo
asalariado no es sino la cosificación y mercantilización
del trabajo propia del capitalismo. Además, ya no es posible
–ni deseable- un trabajo de cuarenta horas semanales para todo
el mundo. No hay planeta ni obsolescencia programada que lo aguante.



Y,
por último, hay que contrarrestar la visión posmoderna
de la renta básica. Partiendo de la idea, en gran medida
acertada, de que “
lo
común se ha convertido en el locus de la plusvalía

y de que “
la
explotación es la apropiación privada de una parte o de
la totalidad del valor producido en común

(Negri), algunas teorizaciones de la RB han acabado soslayando la
centralidad que ocupa el trabajo asalariado en el capitalismo. Pero
el
trabajo asalariado no sólo produce mercancías; se
produce también a sí mismo y al obrero como mercancía

(Marx). Un trabajador, en el capitalismo, es una mercancía a
la busca de un comprador. Currar no es optativo en esta sociedad,
salvo que tengas familia con posibles o conexiones que lo permitan.
Y, por tanto, la condición del paro forzoso es la principal
palanca desde donde puede y debe construirse la reivindicación
de la renta básica y la alianza que la haga posible.



En
ese equilibrio entre los “sujetos potenciales” de la RB
es dónde prendió la Iniciativa Legislativa Popular de
Extremadura, partiendo de una definición de la renta básica
con tres características de principio, universal, individual e
incondicionada, pero proponiendo su implantación por fases. Y
eso suponía comenzar por las personas en paro, y más
concretamente por los parados sin ninguna cobertura.



3.
Transformar
las oficinas de empleo en un espacio de conflicto social y político.
Unir desde abajo y combatir el corporativismo



Una
mirada desde la alcantarilla/puede ser una visión del mundo/

la
rebelión consiste en mirar una rosa/hasta pulverizarse los
ojos



(Alejandra
Pizarnik)



Una
oficina de empleo es un lugar siniestro del que uno huye lo más
rápidamente que puede. En los meses de campamento hemos vivido
allí varios casos de desmayo. Es como si lo real pudiera
esquivarse en otro sitio, pero no en la oficina del INEM. Allí
se juntan los torbellinos del trauma y el absurdo de la máquina
burocrática:

¿A
mi edad, volveré a encontrar trabajo alguna vez? ¿Si no
me conceden el subsidio, cómo pago la pensión de
alimentos? ¿Hasta cuándo me tocará vivir en casa
de mis padres?

La
angustia, el afecto que no engaña, el afecto certero del que
hablara Lacan, es inocultable allí. La realidad, que se había
conseguido sortear, retorna con cara de cerco: fracaso,
incertidumbre, ausencia de futuro.



Sin
embargo, a pesar de ser uno de los espacios donde más se
adensa el dolor, está vaciado de conflictividad social y
política. Sí, el vigilante de seguridad está
allí, pero no porque se prevea motín alguno, sino más
bien por si se produce alguna explosión individual de ira, por
si a alguien “se le va la pinza”. En este sitio, la
noción del nosotros está totalmente ausente. Domina la
rutina de la impotencia, la idea del fracaso individual, el
autoengaño generalizado de que se trata de una situación
transitoria. Y ahí es donde aparece el desafío
insensato de los Campamentos Dignidad, el corte de mangas a la
vejación hecha costumbre; aparece la política en su
sentido genuino. “
La
actividad política es la que desplaza a un cuerpo del lugar
que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar
”,
afirma Jacques Ranciere. Donde antes sólo había miradas
fugitivas comienza la creación de una colectividad. “
La
política es asunto de sujetos, o más bien de modos de
subjetivación
”.
Un sujeto no es sólo aquel grupo social que toma conciencia de
sí mismo o se da una voz, sino el que es capaz de poner patas
arriba las identificaciones dominantes, el que da un nuevo
significado a los lugares de la resignación.



Politizar”
la oficina de empleo, unir desde abajo, transformar a los parados en
un sujeto social, ese ha sido el gran logro de los Campamentos
Dignidad. El 15M volvió a convertir las plazas en ágoras,
en asambleas ciudadanas. Y los campamentos han trocado la plaza de
contratación en asamblea obrera, trasladando la lucha de
clases al espacio urbano. “
Muchos
de los nuevos movimientos tienen el foco en la ciudad, ya no en el
lugar de trabajo. Esto desplaza algunas ideas de la izquierda sobre
cuál es la estrategia viable para la lucha anticapitalista, lo
urbano está reemergiendo como una cuestión y un lugar
para que esa lucha ocurra

(David Harvey). Desde la oficina de empleo, las personas paradas y
precarias organizan el movimiento, el litigio por la renta básica,
contra los desahucios, por la garantía alimentaria para todas
las familias o contra los cortes de agua, por los derechos sociales
en definitiva.



Y
desde allí, desde aquella singularidad en lucha, se arma el
plural. “
Está
visto que un pueblo sólo empieza a ser pueblo cuando/cada
singular necesita perentoriamente su plural
”,
escribió Benedetti. Jóvenes y viejos, payos y gitanos,
de las barriadas “marginales” y del centro, de la
construcción y de la enseñanza, una unión que
atraviesa las generaciones, los barrios y los gremios, que consigue
unir a parados y precarios de toda condición. Y a partir de
ahí a otras muchas gentes, trabajadores con empleo fijo,
estudiantes, autónomos, pensionistas… Un pueblo donde
caben y proliferan muchos pueblos. Lo singular siendo capaz de
representar lo universal, los de abajo interpretando los intereses
populares en su conjunto.



El
corporativismo y la meritocracia son los auténticos
mandamientos ideológicos de la clase media. Están tan
naturalizados que, sin apenas encontrar resistencias, incluso empapan
muchas de las luchas sindicales y contra los recortes. La
meritocracia “
acaba
convirtiéndose en una sanción oficial de las
desigualdades existentes, redefiniéndolas como merecidas
”.
Y, como recordaba Bourdieu, “
en
el seno de las sociedades más ricas, el dualismo reposa en la
distribución desigual del capital cultural
,
generando
un verdadero "racismo de la inteligencia". Los pobres "ya
no son oscuros, haraganes, sino imbéciles, incultos…”.

Es
ese pesado fardo del corporativismo y de la meritocracia lo que
señala el límite de la movilización por parte de
las diversas mareas en defensa de los servicios públicos que,
a pesar de haber sido conducidas con coherencia e inteligencia, son
percibidas por una gran parte de la población como demandas
particulares, que exhiben reivindicaciones generales de modo
oportunista, sólo cuándo se ven afectados sus intereses
propios.



La
mayoría debe construirse desde abajo, confrontándose
con los valores del corporativismo y la meritocracia. De lo
contrario, la partida está perdida de antemano. Los cascarotes
de clase media que aspiran a salvarse del naufragio se aferran a lo
que hasta ayer eran fiables asideros, mecanismos solventes de
cooptación y participación en el bloque dominante.



Un
movimiento, grande o pequeño, es algo que interrumpe el curso
común de las cosas, y es algo que propone que vayamos hacia la
igualdad. No podemos llamar movimiento a aquello que es una simple
defensa egoísta de un interés. Para que haya movimiento
tiene que haber una idea que nuclee a todos. Y esta idea,
forzosamente, es algo que va hacia la igualdad
7.



En
la reivindicación de pequeñas reformas, en apariencia
de corto alcance, pueden aparecer con fuerza los objetivos que
apuntan a la condición humana más universal. En la
reclamación de la dación en pago emerge el derecho de
cualquier persona a la vivienda y también el “derecho a
una segunda oportunidad”. En la demanda de la renta básica
asoma el derecho a la existencia y a participar de la riqueza
colectiva. Nada hay más universal que los nadie. A pesar de su
aspecto estrafalario, pocos personajes de la literatura o del cine
nos resultan más cercanos y universales que el vagabundo
Charlot y sus cuitas con los orfelinatos, las instituciones de
caridad o la policía. Porque cualquiera intuye que la línea
que separa a un trabajador de un indigente es, en muchas ocasiones,
delgadísima, apenas un salario o un subsidio de desempleo. Los
despojados de vivienda, trabajo o protección social, los que
sufren las restricciones en el acceso a la educación o la
sanidad, representan a la humanidad genérica, encarnan
demandas comunes a toda la población.



El
revolucionario Auguste Blanqui, juzgado en 1832, requerido por el
presidente del tribunal para que indicara su profesión,
respondió simplemente: “
proletario”.
Esa
no es una

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