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Texto del artículo:
Tomado de Rebelion, ver ENLACE 1
El
más ambicioso acuerdo de desarme nuclear firmado por Washington y
Moscú, el Tratado START III, expira en febrero de 2021. Putin
había manifestado que Rusia estaba dispuesta a prorrogar el acuerdo,
sin condiciones previas, por otros cinco años, antes de que
finalizase 2019, pero la propuesta no fue aceptada por Estados
Unidos. La misma suerte corrió el Tratado INF para misiles de
corto y medio alcance: el 2 de agosto de 2019, el mismo día de la
retirada unilateral de Estados Unidos, el portavoz del Departamento
de Defensa norteamericano, Jonathan Hoffman, declaraba que su país
desarrollaría de inmediato el rango de misiles que estaba cubierto
hasta entonces por el INF. Tras la retirada norteamericana alegando
supuestos incumplimientos rusos, Putin fue contundente: declaró que
Washington “viola los tratados y después busca excusas y determina
culpables, y moviliza a sus países satélites que, aunque sea
discretamente, gruñen al unísono con los estadounidenses.” El
presidente ruso constataba una evidencia, pero en ese momento Estados
Unidos vendía ya al mundo una versión tendenciosa según la cual
Washington y Moscú abandonaban el tratado, como si los dos países
fueran partidarios de su liquidación. Así, pese a que Moscú
insistía en salvaguardar el acuerdo, 2019 terminó con el abandono
unilateral de Estados Unidos del Tratado INF. Todavía hizo
Rusia un nuevo gesto: estableció una moratoria al emplazamiento de
nuevos misiles de ese tipo, aunque advirtió que se vería obligada a
responder si Estados Unidos desplegaba misiles de corto y medio
alcance en Europa, libre hasta entonces de ese armamento.
La
preocupación rusa reside en el hecho de que los misiles que prohibía
el INF son difíciles de interceptar y pueden golpear su blanco en
menos de diez minutos. Putin mencionó el hecho de que si Estados
Unidos despliega de nuevo misiles de ese rango podrían alcanzar
Moscú en diez o doce minutos: “Eso supone una amenaza muy seria
para nosotros”, concluyó el presidente ruso. Eliminado el INF, y
en trance de serlo también el START III, a Rusia le preocupa la
hipótesis de que Estados Unidos abandone además el Tratado de
Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (en inglés,
Comprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty, CTBT, suscrito por 183
países) que Washington firmó, pero que a diferencia de Moscú no ha
ratificado. De hecho, a semejanza de su astucia tramposa con el INF,
Estados Unidos acusa también a Rusia de incumplir el tratado CTBT
para respaldar su posible salida y reanudar así las pruebas
nucleares. Para justificarse, Estados Unidos ha ido incluso más
lejos, especulando con un supuesto cambio en la doctrina nuclear rusa
que permitiría a Moscú utilizar armamento nuclear en una guerra
convencional. Esa hipótesis, que no se sustenta en ningún documento
ruso, fue puesta en circulación por el Pentágono durante la
presidencia de Obama y sigue siendo utilizada para exculpar las
decisiones del gobierno de Trump. Moscú ha negado siempre esa
conjetura y mantiene que su doctrina militar establece la utilización
de armamento nuclear sólo en caso de sufrir un ataque de ese tipo.
En su empeño por liquidar los tratados, Washington especula también
con las ideas del jefe del Estado Mayor ruso, general Valeri
Guerásimov, quien, según los mandos del Pentágono, plantearía
supuestos escenarios de “guerra híbrida”, aunque el concepto no
había sido utilizado siquiera por el general ruso. De esa forma, la
invención en Arlington de la “doctrina Guerásimov”, se une al
arsenal de especulaciones sobre intromisiones rusas en elecciones y
sobre acciones de guerra cibernética, que se han revelado como un
útil recurso para impulsar el rearme militar norteamericano,
aumentar el presupuesto del Pentágono y proseguir la expansión de
la OTAN hacia el Este. Periódicamente, el Pentágono filtra a medios
de comunicación informaciones sobre las presuntas amenazas china y
rusa, recurriendo para ello a la crisis ucraniana en un caso (dando
por hecho que Moscú inició una guerra en Ucrania) y, en otro, a los
disturbios de Hong Kong y a la presencia china en los archipiélagos
Spratly y Paracelso, y en ambos casos a sus supuestos ataques
informáticos y actividad en la red mundial. Estados Unidos, que
acusa a Pekín de comportarse de manera agresiva en el Mar de China
meridional, mantiene la presión sobre las costas chinas, aunque
cuatro de sus portaaviones se han visto afectados por la Covid-19, y
su dispositivo militar en el Índico y el Pacífico se resiente. Tras
el imprevisto estallido de la pandemia, Washington también utiliza
información sesgada y, directamente, mentiras en sus constantes
alertas sobre la amenaza china y rusa. A finales de abril, New
York Times revelaba que el gobierno de Trump estaba presionando a
las propias agencias de inteligencia norteamericanas para que
vinculasen la pandemia con los laboratorios chinos de Wuhan.
Ante
el deterioro de la relación entre las tres grandes potencias, Putin
propuso en Jerusalén, a finales de enero de 2020, una reunión de
los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad para abordar
la peligrosa situación creada tras el abandono norteamericano del
Tratado INF, propuesta que recibió el apoyo de Macron y Xi Jinping.
En febrero, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov, anunciaba
en Helsinki que Trump secundaba la iniciativa, y dos semanas después
el presidente norteamericano declaró que se reuniría en Nueva York
con los dirigentes de esos países, sin mayor concreción, aunque con
ocasión del cincuentenario del Tratado de No Proliferación
Nuclear, TNP, anunció el 5 de marzo que propondría a China y
Rusia abrir negociaciones para evitar una nueva carrera de
armamentos, comprometiéndose a seguir defendiendo del TNP. Sin
embargo, tras haber abandonado ese tratado sus palabras no tenían
ninguna credibilidad: Estados Unidos parece proponer nuevos tratados
de desarme… al tiempo que abandona unilateralmente los existentes.
Así, el prometedor logro que supuso la firma del INF en 1987, que
comprometía a las dos mayores superpotencias nucleares, por primera
vez en la historia, a destruir un rango completo de misiles
nucleares, los de corto y medio alcance, y a realizar inspecciones
mutuas que aumentasen la confianza, quedaba anulado con la retirada
norteamericana, acompañada además de reiteradas declaraciones de
Trump advirtiendo que no tiene intención de acceder a la prórroga
del START III. Por su parte, Alemania pidió a Washington y Moscú
extender la validez del START III, que obliga a Rusia y Estados
Unidos a tener un máximo de 700 portadores, 800 lanzadoras y 1.550
ojivas nucleares, y que establece los mecanismos para la comprobación
de las partes.
La
posibilidad de un encuentro de las cinco potencias permanentes del
Consejo de Seguridad no detuvo la campaña norteamericana de
inculpaciones a Moscú y Pekín. En febrero de 2020, el Departamento
de Estado acusaba a Rusia de estar tras la masiva información
errónea sobre la pandemia difundida en internet con “cuentas
vinculadas a Rusia en las redes sociales”, sin ofrecer mayores
pruebas. En marzo, Lea Gabrielle (una inquietante mujer formada en la
CIA, militar y espía de la US Navy, miembro de los letales
comandos de operaciones especiales, piloto de combate que
bombardeó poblaciones civiles en Afganistán e Iraq, y periodista en
la Fox) ahora responsable del Global Engagement Center del
Departamento de Estado, un organismo dedicado a “combatir la
propaganda de China y Rusia y otros actores”, declaraba, sin
considerar tampoco necesario aportar ninguna prueba, que «Rusia
se está aprovechando del caos y la incertidumbre que genera la
pandemia, y el Kremlin continúa sus imprudentes intentos de propagar
la desinformación, poniendo en peligro la salud mundial al socavar
los esfuerzos de otros gobiernos». Era una grave acusación a
Moscú en medio de la mortandad de la Covid-19. Con respecto a China,
Gabrielle afirmó que difunde desinformación y que se propone
utilizar la pandemia para resaltar “la supremacía del Partido
Comunista Chino en el manejo de la crisis sanitaria». Por su
parte, el secretario de Estado, Pompeo, acusó a China de crear el
coronavirus y de facilitar información falsa, pese a que el gobierno
chino compartió sus datos con la Organización Mundial de la Salud
desde el inicio de la crisis y ya el 3 de enero remitía informes
sobre la evolución de la pandemia a Estados Unidos. Pese a su grave
acusación, Pompeo se ha abstenido de mostrar pruebas y ni siquiera
pudo precisar cuáles eran las “informaciones falsas” de Pekín.
A finales de abril, la prensa estadounidense se hizo eco de una
comunicación reservada del Partido Republicano de Trump y Pompeo
donde sugería a sus candidatos que, en las apariciones públicas,
subrayasen la crítica a China remarcando su responsabilidad en la
propagación del nuevo coronavirus al “ocultar información”, y
recalcasen que los republicanos impondrían sanciones a Pekín por
ello. En una entrevista con la agencia Reuters, Trump concluía que
China, con su gestión de la pandemia, “hará todo lo que pueda»
para hacerle perder las elecciones presidenciales de 2020.
Las
acusaciones sin pruebas, el acoso calculado, y la liquidación
gradual de los acuerdos nucleares de desarme van acompañados de
iniciativas norteamericanas que no pueden sino preocupar a Moscú y
Pekín. La inquietud rusa no es gratuita: en febrero de 2020, Mark
Esper, secretario de Defensa norteamericano, supervisaba los
ejercicios militares en el Comando Estratégico (USSTRATCOM) en
Nebraska que simulaban un ataque nuclear a Rusia, en la hipótesis de
una guerra en Europa con participación de la OTAN. No era la primera
vez: ejercicios similares se habían organizado ya en la presidencia
de Obama, aunque éste mantuvo una mayor prudencia en asuntos
nucleares. En un gesto poco habitual, el Pentágono organizó un
encuentro con periodistas para informar de la presencia de Esper en
los ejercicios de Nebraska, de la simulación del ataque nuclear a
Rusia, y de la obligada respuesta norteamericana a la competencia y
amenaza que suponen Rusia y China según la doctrina del Pentágono.
Era una severa advertencia pública a Moscú y a Pekín ante los ojos
del mundo. En Moscú, el diputado Alexander Sherin, vicepresidente
del Comité de Defensa de la Duma, declaró que los irresponsables
ejercicios norteamericanos de guerra nuclear tenían dos objetivos:
familiarizar a la población norteamericana con un escenario de
guerra atómica, y justificar las numerosas bases estadounidenses en
Europa presentando a Estados Unidos como la garantía de la seguridad
europea frente a un posible ataque nuclear ruso. Sherin recordó la
frivolidad con que Washington contempla la guerra: a diferencia de
Rusia y de Europa, nunca la ha padecido en su territorio. Remachando
los clavos, el gobierno Trump (que según el SIPRI, dedicó en 2019
732.000 millones de dólares a gastos militares, superando Estados
Unidos con creces a los diez países que le siguen, sumados todos
ellos, en presupuesto para defensa) ha solicitado al Congreso una
financiación de 44.000 millones de dólares para 2021 destinados
exclusivamente a la producción de nuevas armas nucleares.
En
febrero de 2020, el subsecretario de Defensa adjunto (Alan R.
Shaffer, un militar, nombrado por Trump tras pasar por la oficina de
coordinación con la OTAN) había asegurado ante el Congreso que, de
acuerdo con la National Defense Strategy, el principal
objetivo del Pentágono es la modernización tanto de sus misiles
balísticos MRBM, de alcance medio, como de los ICBM de largo
alcance; también de los bombarderos estratégicos (tanto los
estacionados en bases de la USAF como en portaaviones), y de los
submarinos nucleares dotados de misiles SLBM. Esos programas,
impulsados por el gobierno de Trump, se iniciaron con Obama. Jugando
con la ambigüedad, Theresa Whelan, subsecretaria adjunta de Defensa,
había asegurado también ante el subcomité de inteligencia y
amenazas del Congreso que China, Rusia, Corea del Norte e Irán, así
como “organizaciones extremistas”, poseen o intentan conseguir
WMD (armas de destrucción masiva) que puedan amenazar a Estados
Unidos, y puso además el acento en la “facilidad” para conseguir
armas biológicas. Shaffer y Whelan no fueron los únicos; también
intervinieron en el Congreso Timothy G. Szymanski, subcomandante del
USSOCOM (United States Special Operations Command, Comando de
Operaciones Especiales, de Tampa, Florida), y Vayl S. Oxford,
director de la Defense Threat Reduction Agency. Para hacer
frente a las amenazas de WMD los responsables del Pentágono
aseguraron que merece especial atención el U.S. Indo-Pacific
Command y la confluencia de recursos de inteligencia artificial,
biología sintética e ingeniería molecular: China en la diana.
Shafer destacó la modernización nuclear de Rusia y China, y Vayl S.
Oxford fue más lejos, afirmando que Estados Unidos debe identificar
“las redes de amenazas globales” asociadas con China, Rusia, Irán
y Corea del Norte. En marzo, Mike White, subdirector para armas
hipersónicas del Departamento de Defensa norteamericano, y Mark
Lewis, responsable del programa para modernizar la investigación e
ingeniería del Departamento, declaraban que Estados Unidos trabaja
en el desarrollo de ese nuevo armamento, con el objetivo de alcanzar
a Rusia y China, países que según ellos se habían aprovechado de
los avances norteamericanos en ese campo, utilizando los informes
públicos del Pentágono.
A
principios de ese mes, la portavoz del ministerio de Asuntos
Exteriores ruso, María Zajárova, hizo pública la preocupación de
su gobierno ante el desarrollo por Estados Unidos de nuevo armamento
atómico, denominado de “bajo rendimiento”. De hecho, el mes
anterior, Associated Press publicaba las declaraciones de John
Rood, entonces subsecretario de Defensa para asuntos políticos,
anunciando la incorporación de un misil de largo alcance dotado de
una ojiva nuclear de bajo rendimiento (W76-2) a los
submarinos norteamericanos que llevan misiles balísticos Trident
II. La USAF ya dispone de ese tipo de bombas nucleares de bajo
rendimiento. Según Rood, esa decisión reduce el riesgo de una
guerra nuclear, apreciación que no es compartida por parlamentarios
del Partido Demócrata, y mucho menos por Moscú y Pekín. La
Federation of American Scientists (FAS) cree que esas ojivas
fueron instaladas por primera vez en el submarino USS Tennessee,
de la clase Ohio, probablemente a finales de 2019. La preocupante
decisión norteamericana llegaba meses después de que el Estado
Mayor conjunto dirigido en ese momento por el general Joseph F.
Dunford Jr. (que fue sustituido en octubre por el general Mark A.
Milley) publicara en junio de 2019 un documento (Joint Publication
3-72. Nuclear operations) considerando que era posible ganar una
guerra con armas nucleares. Quien dirige el Estado Mayor conjunto es
el militar de más alto rango de Estados Unidos y el principal asesor
castrense del presidente norteamericano. Era el primer documento
elaborado de ese tipo desde 2005, y pocos días después fuentes
citadas por el diario británico The Guardian consideraron que
suponía un importante cambio en la doctrina militar norteamericana.
El documento fue retirado de la web del Pentágono, aunque ya
había sido obtenido por Steven Aftergood, director del Proyecto
sobre secretos gubernamentales de la Federation of American
Scientists (FAS), y The Guardian pudo publicar un enlace.
La
preocupación rusa porque esas nuevas bombas se fabriquen para la
tríada nuclear (misiles basados en tierra, submarinos y bombarderos
estratégicos), las recientes pruebas realizadas por las fuerzas
estadounidenses con misiles Trident II, capaces de transportar
ese tipo de bombas, y el hecho de que el Pentágono considere su
utilización, reduciendo los requisitos para su empleo, y que la
nueva doctrina nuclear norteamericana defina a Rusia y China como
enemigos, hace verosímil la hipótesis, según el gobierno ruso, de
que Estados Unidos haya pasado a considerar la guerra nuclear como
una opción real. Todas esas circunstancias están tras la decisión
del gobierno ruso de desarrollar nuevos sistemas de defensa
electrónica para neutralizar misiles hipersónicos. Según publicaba
Izvestia en abril de 2020, citando al analista de defensa
Dmitri Kornev, el nuevo esquema defensivo ruso implica desplegar esos
sistemas en los principales centros de mando, en los depósitos de
misiles balísticos intercontinentales, y en aeropuertos, nudos de
transporte y fábricas de valor estratégico, con objeto de
neutralizar cualquier ataque en la última fase de vuelo. Los nuevos
sistemas se añadirán a la defensa aérea de que dispone Rusia.
China, que no había previsto grandes inversiones en su ejército
hasta hace una década, ha aumentado también su presupuesto militar,
aunque lejos del norteamericano: Estados Unidos triplica el gasto
chino en defensa y multiplica por diez el de Rusia.
Mientras
Mark Esper asistía en Nebraska a la simulación del ataque nuclear a
Rusia, empezaban a llegar a Europa los contingentes militares
norteamericanos que debían participar en las maniobras
DefenderEurope20: iban a suponer el mayor despliegue de tropas
y armamento en Europa en los últimos veinticinco años. Ya iniciado
el despliegue, las maniobras fueron aplazadas a causa de la
imprevista pandemia del Covid-19. En la Conferencia de Seguridad de
Múnich, también en febrero de 2020, Serguéi Lavrov intentaba
detener la escalada de la tensión y propuso al secretario de la
OTAN, Jens Stoltenberg, la reanudación de las conversaciones
militares entre Moscú y la alianza occidental, sin que fuera
aceptada la propuesta: la desconfianza llega al extremo de que los
responsables castrenses de la OTAN tienen prohibido debatir sobre
seguridad con los militares rusos.
El
19 de marzo, el Pentágono publicaba el video del lanzamiento de un
misil hipersónico (con una velocidad cinco veces superior a la del
sonido) en el polígono de la isla Kauai, en Hawái. Fue un ejercicio
conjunto del US Army y la US Navy, que trabajan desde
hace tiempo en ese campo (ya realizaron una prueba semejante en 2017,
antes de que Rusia anunciase ese tipo de armas) para lo que cuentan
con una financiación especial del presupuesto para 2021 con objeto
de desplegar armas hipersónicas ofensivas. Las alarmas han llegado
también al cosmos: el 7 de abril, Christopher Ashley Ford (actual
subsecretario de Estado para Seguridad Internacional, que fue
representante de su país en el TNP) afirmó que Estados Unidos no
descarta utilizar armas nucleares en respuesta a un hipotético
ataque a su “infraestructura espacial” aunque fuera llevado a
cabo con armamento convencional. Cuatro días antes, el Departamento
de Estado norteamericano había hecho público que, según sus datos
a 1 de marzo, Rusia disponía de un total de 485 misiles balísticos
intercontinentales desplegados, tanto en tierra como en submarinos y
bombarderos (que seis meses antes eran 513), con un total de 1.326
cabezas nucleares (en septiembre, 1.426); mientras que Estados Unidos
disponía de 655 misiles desplegados en esa fecha (668 el septiembre
anterior), con 1.373 ojivas nucleares
A
mediados de abril, el Departamento de Estado norteamericano entregaba
un documento al Congreso donde acusaba a China de realizar pruebas
nucleares secretas en el desierto de Lop Nor, en el Taklamakan,
Xinjiang, en violación del Tratado de Prohibición Completa de
los Ensayos Nucleares, CTBT. Zhao Lijian, portavoz del ministerio
de Asuntos Exteriores chino, calificó las supuestas revelaciones
norteamericanas tan “completamente infundadas y falsas” que no
merecían siquiera ser refutadas. Pocos días después, Ellen Lord,
subsecretaria de Defensa para adquisición y mantenimiento, declaraba
que la “prioridad principal” de su país es la modernización del
armamento nuclear, tanto de misiles balísticos intercontinentales,
como los cargados en submarinos y bombarderos. Lord fue directora de
Textrom Systems, un gran conglomerado empresarial de armamento
y sistemas aeroespaciales, y dirigió la National Defense
Industrial Association: es una profesional del negocio de la
guerra. Así, el incremento del presupuesto militar norteamericano
irá destinado a esa modernización y a la nueva fuerza espacial, el
United States Space Command, SPACECOM, que dirige el
general John W. Raymond, y al armamento de última generación: un
nuevo submarino nuclear, el bombardero B-21 Raider, nuevos
misiles de crucero y misiles balísticos intercontinentales. No en
vano, el informe que presentó la Oficina de Presupuesto del Congreso
en enero de 2019 (Projected Costs of U.S. Nuclear Forces, 2019 to
2028) planea dedicar 500.000 millones de dólares en diez años
para la modernización de las fuerzas nucleares estadounidenses.
Malos
tiempos para el desarme nuclear. Rusia quiere mantener los mecanismos
de control del armamento atómico y el tratado START III, porque cree
que la modernización de los arsenales nucleares añadida a la
desaparición de los acuerdos de desarme conduce a un callejón sin
salida. También China ve con suma preocupación las últimas
decisiones del gobierno Trump, y ninguno de los dos países quiere
verse arrastrado a una nueva carrera de armamentos en la tierra y en
el espacio e insisten en la importancia que tiene para el mundo
mantener el desarme nuclear y los tratados que lo hacen posible,
empezando por el START III, pero Trump sigue utilizando el lenguaje
de la arrogancia y la pólvora, y en Arlington los generales del
Pentágono no quieren ataduras y no renuncian al delirio de ganar una
guerra nuclear.
Documento
del Estado Mayor conjunto de Estados Unidos:
https://fas.org/irp/doddir/dod/jp3_72.pdf
Documento
del Departamento de Estado USA sobre supuestas pruebas nucleares
chinas:
Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 20/07/2020 - Modificar
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Actualizado a 12/09/25
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