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Título: Revista MIENTRASTANTO num.34 - Sector energético, OPAs, caricaturas Islam....- Enlace 1 - Enlace 2

Texto del artículo:

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Sector
energético y “opas”

¿Qué
está pasando en el sector de la energía?...


Las caricaturas
de Mahoma

...parece
que no está bien visto sostener que fueron provocativas y
que no debieron haberse publicado...


Pequeña
Luna


Crónica
de febrero de 2006



Las
escalas del despotismo

por
Boaventura de Sousa Santos


La biblioteca
de Babel



·
John Perkins, Confesiones
de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo
americano


Cine

·
George Clooney, Buenas
noches, y buena suerte


Páginas amigas


·
Nómadas

·
Rebelión


·
La
Insignia


Revista mientras tanto


· Contenido del nº 97










mt.e mientras
tanto
mt.e bitartean mt.e mientras tanto mt.e mentrestant









 


Sector
energético y “opas”


     ¿Qué
está pasando en el sector de la energía? El Real Decreto
del gobierno español destinado a incrementar las competencias
de la Comisión Nacional de la Energía está explícitamente
destinado a asegurarse que la eventual entrada de capital alemán
no suponga una merma en los servicios a los ciudadanos (como la mejora
de redes o el abastecimiento de lugares no rentables). El español
no es el único gobierno de la UE que resiste al ultraliberalismo
de la Comisión Europea: también lo están haciendo,
en el campo energético, Francia, Alemania, Italia, Grecia, Portugal
y Austria, que se resisten a “soltar” el control de la producción
y distribución de electricidad y gas y toman cautelas para evitar
que caigan en manos extranjeras, lo cual frena la presión de
la Comisión Europea hacia la mayor liberalización y privatización.
En todos los países mencionados no sólo se protege el
capital nacional, sino la presencia de capital público en las
empresas. El ultraliberalismo encuentra, pues, resistencia hasta en
muchos gobiernos, lo cual es una buena noticia.



     Desde
algunos gobiernos se habla ahora de “patriotismo económico”,
como ha hecho el primer ministro francés Dominique de Villepin,
diciendo que “no es proteccionismo, sino una herramienta de cohesión
social y condición de una inserción exitosa en la globalización”
(para justificar el veto de su gobierno a la absorción de la
francesa Danone por la norteamericana Pepsico).


     Pero
la situación es confusa. Volviendo al sector energético,
el mismo Villepin, por ejemplo, anunció el 24 de octubre de 2005
para una fecha próxima la “privatización parcial”
de la empresa estatal francesa de electricidad EDF, provocando la reacción
de los tres grandes sindicatos, que preparan movilizaciones. El primer
ministro, consciente de la resistencia sindical y política y
del amplio apego popular a los servicios públicos entre la población
francesa, aseguró que el estado conservará el 85% del
capital, argumentándolo así: “En un sector en que
la visión a largo plazo es esencial, quiero que el Estado pueda
guiar las decisiones [bajo el criterio del] interés general”.
En la prevista fusión de Gaz de France con Suez se prevé
la privatización con una participación estatal del 34%
del capital, que es una minoría de bloqueo para impedir futuras
opas de empresas extranjeras. Aquí el “interés nacional”
(decir “general” tal vez es demasiado) se defiende con más
timidez, pero se defiende. Francia y Alemania no han completado la privatización
de sectores estratégicos, como la energía y las telecomunicaciones,
hasta el punto que algunos analistas se inquietan del supuesto rebrote
de proteccionismo (hay quien habla de “neoproteccionismo”)
y de nacionalismo que frenaría la integración europea.


     Estos
vaivenes entre las presiones privatizadoras de las instancias ejecutivas
europeas y los intereses “nacionales” de los gobiernos tienen
gran interés para la izquierda, puesto que revelan las dificultades
de las privatizaciones de sectores tan sensibles como el energético.
La izquierda debería intervenir en el debate con una defensa
clara de la intervención pública y de la provisión
de energía como servicio público fundamental. Es lo que
de algún modo está haciendo la izquierda francesa, en
un país donde la defensa de los servicios públicos es
muy popular entre la población. (La noción de servicio
público se traduce en cuestiones muy concretas, como la mencionada
del abastecimiento de lugares no rentables o como la siguiente: en el
reciente “contrato de servicio público” entre EDF
y el Estado francés se establece, entre otras cosas, que la compañía
durante el invierno no podrá interrumpir el suministro a los
hogares sin medios económicos aunque éstos no puedan pagar
sus facturas. En otras palabras, se sustrae el fluido eléctrico
a la lógica del mercado en ciertas circunstancias para garantizar
que la empresa funcione según la lógica de un servicio
público, redistributivo, accesible a toda la ciudadanía.)


     No
tiene sentido que un sector tan fundamental no sólo para la economía,
sino para toda la vida social y para todas las actividades de las personas,
esté sujeto, aunque sea limitadamente, a los azares del mercado.
No tiene sentido que en un momento histórico en que el ahorro
energético es un imperativo insoslayable, la energía sea
un negocio (lo cual empuja a que las empresas, que quieren vender más,
no tengan ningún interés activo en el ahorro). Tampoco
tiene sentido que los gobiernos renuncien a instrumentos de intervención
estratégicos de cara a la transición energética
hacia la era post-petróleo, que puede tardar más o menos,
pero llegará ineluctablemente.


     En
este contexto la pajarraca —una más— montada por
el PP en torno a la opa de Gas Natural sobre Endesa resulta ridícula
y patética, pero reveladora de la extrema miseria a la que este
partido está llevando a la vida política española,
impidiendo que se discutan los asuntos realmente importantes. [Joaquim
Sempere]


 



Las
caricaturas de Mahoma


     Con el asunto
de las famosas caricaturas del Jyllands-Posten parece que no
está bien visto sostener que fueron provocativas y que no debieron
haberse publicado. “¡Esto es ceder al chantaje terrorista,
es el principio del fin de nuestra libertad de expresión!”,
proclaman los guardianes de la corrección política. Pero
en las semanas que han seguido al escándalo, en el fragor de
la vociferación fanática en las calles de muchos países
donde viven musulmanes, la prensa ha publicado casos múltiples
de restricción de la libertad: en casos concretos en que unos
u otros, periodistas o directores de periódicos, jueces o políticos,
han aceptado o se han autoimpuesto restricciones relativas a temas “sensibles”
cuando se podían herir sensibilidades religiosas (cristianas
o judías), atentar en exceso contra la intimidad de las personas
o —por tomar un caso que afecta muy de lleno a la política
española— dejar en mal lugar la figura del rey de España.
Primera observación, pues: conviene no rasgarse hipócritamente
las vestiduras.


     Tal
vez los responsables del periódico danés no pensaron que
sus caricaturas tendrían efectos tan considerables. Me cuesta
creer, en cambio, que ignoraran los efectos locales, pues en Dinamarca
hay una población musulmana. ¿Hubo provocación
hacia esa comunidad? Hay razones para pensar que sí: el periódico
es de derechas con precedentes xenófobos. En Europa, y no sólo
en Dinamarca, hay gentes dispuestas a atizar el odio al extranjero,
y sobre todo si es musulmán. Un procedimiento eficaz para lograrlo
es dar motivos para que los musulmanes más convencidos o más
fanáticos reaccionen, y mejor si lo hacen de maneras extemporáneas.
Así queda en evidencia que islam es sinónimo de fanatismo
e intolerancia, que es incompatible con nuestros valores y que, por
lo tanto, su presencia en Europa es un quiste maligno que hay que extirpar.


     Cuesta
más pensar que el periódico danés previera que
la onda de choque llegaría hasta Indonesia y encendería
todo el mundo islámico. En todo caso, lo que cuenta son los efectos
reales, no sólo las intenciones. La hostilidad hacia Occidente
que existe entre muchos musulmanes es un dato, que algunos occidentales
se empeñan en atribuir al rechazo por esos musulmanes de valores
humanistas cruciales de Occidente. Prefieren ignorar que llevamos más
de un siglo y medio de historia de desencuentros debidos sobre todo
a las intromisiones abusivas, colonialistas, violentas y prepotentes
de gobiernos occidentales. Podemos remontarnos a 1841, cuando la Gran
Bretaña frustró la experiencia modernizadora (escolarización,
industrialización, etc.) de Mehmet Alí en Egipto, iniciada
en 1805, lanzando el sultanato turco contra este gobernante para frustrar
la naciente industria de la hilatura mecánica egipcia, entonces
superior a la italiana o española: Egipto quedó reducida
—tras un intento modernizador endógeno— a proveedora
de algodón en rama a la industria británica. De ahí
en adelante, Francia, Gran Bretaña, Italia y, luego, Estados
Unidos, han intervenido con conspiraciones, intervenciones militares,
fijando las fronteras con regla y compás tras la derrota del
imperio turco en 1918, poniendo y sacando gobernantes o corrompiéndoles,
etc. Esos países, desde Marruecos hasta Pakistán y Afganistán,
se sienten humillados y ofendidos. Las gotas que han colmado el vaso
han sido Palestina e Iraq, con su Abu Ghraib y su Guantánamo.



     A
los defensores de la libertad de expresión en Occidente habría
que recordarles que la libertad de expresión en los países
árabe-islámicos merece también ser defendida. Allí
está mucho más amenazada que entre nosotros. Nuestra libertad
de expresión se defiende también allí. En Argelia,
Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Marruecos, Malasia e Indonesia
han sido reproducidas las caricaturas de Mahoma, y esto ha costado cierres
de ediciones, multas y encarcelamientos. Y no es la primera vez que
la prensa libre sufre persecución. En esos países existe
una opinión ilustrada, que lucha en condiciones muy difíciles
—cuando no imposibles— contra regímenes autoritarios
y contra opiniones cada vez más hostiles debido a la presión
fanática de líderes y comunidades religiosas. El episodio
de las caricaturas es una pésima manera de apoyar los esfuerzos
aperturistas. Se añade a la suma de agresiones políticas,
económicas y simbólicas de las que son víctimas
esas sociedades y que generan, como autodefensa, unas reacciones identitarias
basadas en la autoafirmación religiosa que aprovechan los sectores
más antimodernos para reforzar su influencia sobre las masas.


     ¿Por
qué hace 30 años no se hablaba de fundamentalismo islámico
y ahora es un fenómeno avasallador? ¿Cómo es posible
que en Palestina haya ganado las elecciones Hamás, cuando hace
30 años no había ni un solo partido religioso influyente?
No hay más explicación que la humillación persistente,
exacerbada por las situaciones de Palestina e Iraq. El diagnóstico
de Samuel Huntington sobre el “choque de civilizaciones”
se está convirtiendo en una profecía autocumplida. Provocar
a unos fanáticos es fácil. Pero es irresponsable olvidarse
de quienes tratan de liberarse de los fantasmas del pasado, de los Salman
Rushdie y Naguib Mahfuz y otros amenazados de muerte, de una Salima
Ghezali, amenazada en Argelia por integristas y militares del gobierno,
de tantas mujeres luchadoras y tantos y tantos educadores, periodistas,
escritores, etc. a los que cada provocación occidental pone más
contra las cuerdas, retrasando una evolución laicista y democratizante
que germina en muchas mentes. De hecho, nuestro interés político
como europeos y como demócratas debería centrarse en el
desarrollo de esos gérmenes. Porque un mundo árabe-musulmán
desarrollado y democrático, libre de la presión agresiva
de Occidente, sería mejor garantía de paz y erradicación
del terrorismo que lo que existe hoy.


     Finalmente:
las amenazas contra las libertades en Occidente no provienen principalmente
de fuera, sino de dentro. Véase la Patriot Act de EE.UU. y los
intentos de Blair y otros gobernantes europeos de restringir las libertades
con la coartada de luchar contra el terrorismo, que por otro lado fomentan
con sus políticas en Oriente Medio.
[Joaquim
Sempere]



 


Pequeña
Luna.



Crónica
de febrero de 2006


Por las
barbas del Profeta


     La
tremenda reacción suscitada entre los musulmanes de numerosos
países por la publicación de unas caricaturas de Mahoma
por un periódico danés de extrema derecha invita a la
reflexión.


     Diré,
para empezar, que nosotros, los laicos occidentales, no estamos tan
lejos de ellos, los musulmanes. Basta recordar, y es sólo un
ejemplo entre millares, las indignadas limitaciones a la libertad de
expresión promovidas por católicos de extrema derecha
contra el film de Buñuel L’Âge d’Or,
que sólo se pudo proyectar ¡en Francia! casi treinta años
después de su realización. O la separación de sexos
en las iglesias españolas, donde además las mujeres debían
cubrirse con un velo o mantilla, nuestro modesto chador. O
las tocas de las monjas: nadie les exigía quitárselas
en la universidad. Si nos sorprenden las procesiones de flagelantes
musulmanes, hay que recordar que las flagelaciones sangrientas también
formaban parte del ritual cristiano de la Semana Santa en bastantes
pueblos españoles. Que darse golpes en el pecho ha sido también
aquí una forma de expresión religiosa. El Islam, como
el cristianismo, es una religión internacional: es mayoritaria
en la nación árabe, una nación con numerosos estados,
pero es también la religión de poblaciones no árabes.


     En
los países con mayorías religiosas musulmanas se usan
las mismas tecnologías que aquí: hay automóviles,
tele, armas (fabricadas muchas veces aquí), internet.



     No
estamos pues tan lejos. Pero es preciso examinar qué nos diferencia,
qué nos separa.


     Hay
un hecho cultural importante: nosotros venimos de la Ilustración,
del Siglo de las Luces, que acantonó la religión (en España
imperfectamente) en la esfera de la privacidad personal. Nada parecido
entre los musulmanes.


     E
incluso en el ámbito religioso católico, el menos interiorizado
de los cristianismos, el Concilio Vaticano II acabó con prácticas
religiosas contra las que había protestado ¡cuatro siglos
atrás! Juan de la Cruz.


     Nada
de dimensiones comparables hay en la religiosidad islámica. La
base cultural del fundamentalismo religioso está ahí.
El Islam sigue siendo una religiosidad particular de sociedades tradicionales
en un mundo emparentado tecnológicamente con el nuestro.
Y, todo hay que decirlo, en las sociedades tradicionales, que se están
disolviendo rápidamente al contacto con el capitalismo de la
globalización, hay espacio para la amistad, para las familias
extensas, para la solidaridad, para la risa y la fiesta, y no sólo
capitidiminución de la mujer, penas inhumanas y mutilaciones
rituales; conviene recordar por otra parte que el país más
avanzado de la tierra es también el país de la
horca y la castración química, de la silla eléctrica,
el fusilamiento, la cámara de gas y la inyección letal.
Barbarie hay en todas partes. Y en todas partes hay que hacerla retroceder.



     Emparentados,
pues. Hay que poner atención en el emparentamiento. Pues nuestros
ordenadores personales proceden de Occidente o de Extremo Oriente, pero
no de los países islámicos. Al igual que los automóviles.
Y no vienen de ahí porque los países islámicos
no son atractivos para la inversión de capitales
. No se
puede encontrar en ellos la mano de obra barata, prácticamente
esclavizada, que hace las delicias de los inversores. La cohesión
cultural de los países islámicos ahuyenta al capital extranjero,
que únicamente acude si tienen petróleo o gas bajo los
pies, y sólo para llevárselos.


     El
resultado es la diáspora, la emigración. En Europa hay
minorías árabes o islámicas importantes en todas
partes.


     ¿Qué
pueden pensar los musulmanes y más en general los árabes
y otras poblaciones del trato dispensado por los anglosajones a los
pueblos palestino e iraquí? La respuesta a las caricaturas de
Mahoma está emparentada con la reacción masiva
de tantas poblaciones occidentales contra la guerra de Iraq, que ha
destrozado a la sociedad iraquí. Está emparentada con
el problema de la población palestina, a la que desde todas las
cancillerías occidentales se ha querido ver votar democráticamente,
y que cuando ha votado democráticamente ha producido una mayoría
que los poderosos de Occidente no quieren ni ver.


     De
modo que en vez de hablar de la libertad de expresión a propósito
de las caricaturas de Mahoma más nos valdría hablar, en
términos tradicionales, de la paja en el ojo ajeno. Y tratar
de tender la mano a las poblaciones islámicas con humildad, sin
la prepotencia del tolerante, sin pensar que todo lo nuestro
vale.



La
cristalería


     El
caso del establecimiento de cristalería ahora embargado al ex-preso
etarra Kandido Azpiazu, a quien no se le ocurrió mejor idea que
instalar su negocio en los bajos de la casa de la viuda de su víctima,
a la que además adeudaba una indemnización, es una muestra
de lo lejos que está el País Vasco de la paz y la reconciliación.


     Y
un caso que causa una tristeza menor pero infinita. Porque ciertamente
el asesino ha sufrido por causa de sus propias acciones: los largos
años de cárcel son una pena aflictiva que le
habrá causado un tremendo sufrimiento, y ese tiempo perdido un
sufrimiento de por vida. Recordemos el crimen, pero también la
pena. Y a la viuda no tenía por qué añadírsele
a su injusta y dolorosa viudedad la nueva herida del inevitable encuentro
cotidiano con el causante de su mal. A quien el embargo puede privarle
ahora, cumplida la pena, del medio de ganarse la vida. En una palabra:
todos salen perdiendo.


     Y
no es eso lo que necesita el País Vasco. Necesita no sólo
el final de la violencia, sino la reconciliación. Cierto que
ésta no podrá venir sino con el final del inmundo terrorismo
etarra, puro y simple chantaje de una minoría políticamente
delirante. Pero es necesario anticipar la paz y buscarla para que ese
final, si se produce, sea definitivo.


     ¿Qué
podemos hacer? La cultura y el simbolismo de los etarras (bastante de
tebeo, a decir verdad; precisamente de El Guerrero del Antifaz)
augura un peligro de división entre ellos que no facilitaría
la paz. La sed de venganza de algunas víctimas, que recuerda
la obscenidad de esas personas que en los EE.UU. se complacen en contemplar
los asesinatos legales, en nada contribuye a la reconciliación:
más bien trata de convertirnos a todos en rehenes de sus sentimientos
comprensibles pero obsesos. Es en cambio la generosidad de muchas víctimas
y allegados de las víctimas la que permitiría avanzar
por el camino de la paz y de la reconciliación. El camino que
la izquierda española hizo transitable para toda la sociedad
tras la muerte de Franco.



     La
paz en Euskadi necesita el impulso de actos concretos de reconciliación.


Técnica
política y objetivos políticos


     Desde
un punto de vista técnico, hay que descubrirse ante la jugada
política maestra de Zapatero al acordar con Convergència
el apoyo al proyecto paccionado del Estatut catalán.


     Zapatero
alcanzó varios objetivos políticos de una sola tacada:
desembarrancar la negociación de la ley; asegurarse un socio
político eventual para esta legislatura y/o la siguiente; remachar
una cuña entre Convergència, la derecha catalana, y el
PP, la derecha del Parlamento español, reforzando el aislamiento
de ésta; liberarse de la deslegitimatoria —en términos
reales— necesidad de ser apoyado por un partido independentista
como Esquerra; situar a esta formación en una posición
incómoda ante el propio Estatuto catalán y limitar su
margen de maniobra; apoyar las posiciones socialdemócratas frente
a las nacionalistas en el seno del PSC. Todo eso es mucho, dicho sea
sin juzgar más que técnicamente, para un solo quiebro.


     Pues,
en efecto, Esquerra ha tenido que capitalizar a toda marcha una manifestación
nacionalista —unas 70.000 personas— convocada con anterioridad
para recuperarse del golpe. Lo que no impide que siga en una situación
delicada: se va a aprobar un Estatut que amplía considerablemente
las competencias de las instituciones autonómicas, aceptado por
sus socios en el gobierno de la Generalitat. ¿Qué puede
hacer Esquerra? ¿Coincidir con el PP en el voto en contra? Evidentemente,
no. Los techos del nuevo Estatut son mucho más altos que los
del anterior, y la coincidencia en el “no” con el PP desprestigiaría
a Esquerra por muchos años. Sólo puede, si acaso, abstenerse,
para practicar luego el victimismo made in Pujol, o votar finalmente
en sentido afirmativo tras arrancar si puede alguna última concesión
“para la galería”. Su exceso de maximalismo parece
un error táctico de su estrategia independentista. Error determinado
por una evaluación errónea de la potencia actual del independentismo
en el seno de las relaciones sociales reales en Cataluña y entre
Cataluña y el resto de España. Y, como todo partido con
base militante, Esquerra tiene dificultades para virar.



     Finalmente:
habrá nuevo Estatut, con poder acrecentado para las instituciones
locales. ¿Será eso bueno? Depende: si esas instituciones
son gestionadas como lo vienen siendo hasta ahora por equipos políticos
procedentes de la burguesía y con valores esencialmente burgueses
a la hora de la verdad, será bueno sobre todo para las multinacionales
catalanas y para los tenderos en general. Pues tratarán de seguir
siendo lo que son ahora: instituciones autoritarias, incontroladas y
caras, herméticas para los currantes, distantes para la mayor
parte de la ciudadanía, con sólo casual investigación
de la corrupción.


Contra
los crispadores


     Las
afirmaciones de los dirigentes del PP, ampliamente secundados por sectores
de los medios de masas directa o indirectamente controlados por ellos,
parecen haber calado en una parte de la ciudadanía. Este país
ha experimentado una serie de cambios muy rápìdos, y muchos
de ellos tienen disgustadas a las gentes más tradicionales y
culturalmente primitivas. El PP adopta ahora una posicición de
extrema derecha al haber ocupado el centro político el Psoe.
Los mensajes del PP abren un abismo entre las gentes de este país,
pues no tienen nada que envidiar al discurso de la extrema derecha antes
de la guerra civil: el país se fragmenta, el gobierno adopta
políticas ilegales, acusaciones varias a los demás “según
la actualidad” carentes de fundamento. Estamos ante una fractura
de la confianza política elemental. No se ha traducido en una
fractura social intensa pero sí en una fractura cultural de la
sociedad en relación con los nacionalismos periféricos.
La ceguera criminal de Eta y el extremismo verbal de algunos nacionalistas
cargan de falsa razón a las pretensiones del PP ante muchas personas.
Pero no hay que descuidarse: si el PP dice ahora que “se rompe
España”, el paso siguiente puede consistir en incitar directamente
a un “golpe de timón”. Y ya se sabe a qué
lleva eso.


     Ésa
es la estrategia de la tensión. En la Italia de finales
de los setenta y principios de los ochenta la derecha también
practicó la estrategia de la tensión. Allí
llegaron a realizar grandes atentados —que los tribunales atribuyeron
años después a altos cargos de los servicios secretos—
para endosárselos a la izquierda y preparar el camino al golpe
de estado. También la extrema derecha practicó esa estrategia
en la España de los años de la transición —ahí
está el incendio de la discoteca Scala de Barcelona, p.ej.—,
siempre para atribuir los atentados a la izquierda. No tuvieron éxito
entonces pues fueron descubiertos. Ahora no hay, por fortuna, atentados
de la derecha; sin embargo la reaparición de algunos personajes
de la extrema derecha como Sáez Inestrillas en la tv y en la
manifestación “de las víctimas” auspiciada
por el PP resulta sintomática. Como Aznar, manifestándose
contra el diálogo con Eta, él que dialogó. El PP
no puede permitir que sean otros quienes solucionen el problema de la
violencia. Por eso pisotea la veracidad política: para abrir
paso a la pasión, a la obnubilación.


     En
esta situación, hay dos respuestas posibles. La actitud habitual
de la socialdemocracia es encogerse y aguantar los golpes. La tradición
de la izquierda de verdad consiste en contratacar y devolverlos. La
conmemoración, el próximo 14 de abril, del 75 aniversario
de la proclamación de la II República puede ser una buena
ocasión para reafirmar la cultura cívica de la democracia,
las libertades políticas, los valores republicanos y la pura
y simple decencia. Es la respuesta social más inmediata que se
le puede dar al PP. [Juan-Ramón
Capella, 24 de febrero 2006]




 


Las
escalas del despotismo


por Boaventura
de Sousa Santos


     Un
grupo de menores ha maltratado sádicamente, apedreado y apaleado
hasta a la muerte al transexual brasileño Gisberto, una persona
sin techo de 45 años. Ha ocurrido en Oporto. Hace pocos años,
el líder indígena Guadino Pataxó había ido
a Brasilia a participar en una marcha en favor de la reforma agraria.
La noche era buena y decidió dormir en el aparcamiento del coche.
De madrugada, un grupo de jóvenes se acercó a él
mientras dormía, le roció de gasolina y le quemó
vivo. Ante la policía, confesaron que lo habían hecho
para divertirse y pidieron disculpas por no saber que se trataba de
un líder indígena; pensaban que era "uno de tantos
sin techo".



     ¿Qué
tienen en común estos dos casos de violencia gratuita con las
caricaturas danesas? La misma incapacidad para reconocer al otro como
un igual, la misma degradación del otro hasta el punto del transformarle
en un objeto sobre el que se puede ejercer la libertad y la diversión
sin límites, la misma conversión del otro en un enemigo
perturbador pero frágil que se puede abatir ahorrándose
las reglas de la civilidad, ya sean las que gobiernan la paz o las que
gobiernan la guerra.


     Las
sociedades modernas se basan en el contrato social: la idea de orden
social se basa en la limitación voluntaria de la libertad para
hacer posible la vida en paz entre iguales. Las ideas de ciudadanía
y de derechos humanos son la expresión de este compromiso. Las
tensiones entre el principio de libertad y el principio de igualdad,
y las contradicciones entre ellos y las prácticas sociales que
los desmienten, constituyen el núcleo de la política moderna.
Como el grupo social de los reconocidos como iguales era inicialmente
muy restringido (los burgueses de sexo masculino), la amplia mayoría
de la población (mujeres, trabajadores, esclavos, pueblos colonizados)
quedaba fuera del contrato social y, por lo tanto, sujeta al despotismo
de los que tenían poder sobre ella. Las luchas sociales de los
últimos doscientos años han sido luchas por la inclusión
en el contrato social. Con el tiempo, las luchas por la igualdad socio-económica,
protagonizadas por los trabajadores, han sido complementadas por las
luchas por el reconocimiento de las diferencias por parte de las mujeres,
de las minorías étnicas y religiosas, de los homosexuales,
etc.


     Este
movimiento ascendente de inclusión y de civilidad está
hoy bloqueado por una combinación perversa entre capitalismo
neoliberal y sus consecuencias (exclusión social, migraciones)
y la teología política conservadora hoy dominante en las
tres religiones abrahámicas (cristianismo, judaísmo e
islamismo). Paulatinamente, la solidaridad políticamente organizada
está siendo sustituida por el individualismo; y la filantropía
y la celebración de la diversidad, por la intolerancia: en vez
de ciudadanos, consumidores y pobres; en vez de justicia social, la
salvación; en vez del ecumenismo, el dogmatismo; en vez de la
hospitalidad, la xenofobia; en vez de conflictos institucionalizados,
la violencia del crimen y de la guerra.


     El
despotismo pre-moderno, así, está siendo reinventado en
la sociedad y en los individuos, tanto en las macro-relaciones entre
países o religiones como en las micro-relaciones en la familia,
en la empresa o en la calle. Los poderosos y los desposeídos
se degradan por igual, aunque con consecuencias muy diferentes. Los
desposeídos recurren a la violencia ilegal, tanto contra los
poderosos como contra los aún más desposeídos.
Los poderosos recurren a la violencia que legalizan al invocar principios
que, nada sorprendentemente, están siempre de su parte. Santo
Tomás de Aquino diría de ellos lo que dijo de los cristianos
de su tiempo. Que padecen del habitus principiorum: el hábito
de invocar obsesivamente los principios para poder dispensarse de su
observancia en la práctica.


[Publicado
en Visão el 2 de Março de 2006. Trad. de JRC.]
 


 


 


La biblioteca de Babel




 















John Perkins

Confesiones
de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo
americano


Tendencias-Urano,
Barcelona, 2005, 348 págs.

     El
presente libro describe cómo el propio autor, John Perkins,
colaboró y fue artífice de algunos de los mecanismos
que utiliza EEUU para conseguir que las naciones del tercer
mundo sean más dependientes económicamente y se
plieguen políticamente a sus intereses. La importancia
de esta obra, radica en la aportación de nuevos datos
para el análisis detallado del proceso imperialista norteamericano.
Este proceso está estructurado en tres fases, según
la dificultad: primero la intervención de los gángsteres
económicos
, si fracasan, entran en juego los chacales
de la CIA (asesinatos, torturas, atentados, golpes de Estado...);
y como último recurso: la Guerra.

     Un
gángster económico al servicio de la
NSA (National Security Agency) es el puesto que desempeñó
Perkins siendo economista jefe y director de planificación
económica

de
una empresa consultora (Chas. T. Main) que asesoraba al Banco
Mundial. En los informes del experto Perkins se inflaban
las previsiones de crecimiento económico de un país,
lo que determinaba grandes proyectos de inversiones que necesitarían
de préstamos del Banco Mundial y del FMI, pero sobre
todo se trataba de un gran negocio para las corporaciones estadounidenses
(como ha sido la reciente reconstrucción de
Irak). Las consecuencias de este sistema han sido desastrosas:
países que evidentemente no han crecido según
lo previsto, han dejado enormes deudas que se van renegociando
e incrementando; con ello se hipoteca a las generaciones futuras,
y sirve para someter la soberanía de dichos países,
a los designios de la corporatocracia estadounidense.
[Joan Lara Amat y León]










 






Cine





















George Clooney,

Buenas
noches, y buena suerte,


EE.UU.,
2005

     El
segundo film de George Clooney como director narra una historia
de confrontación entre la verdad y el poder, entre
la libertad de expresión y la censura y entre los valores
morales y las cuotas de pantalla. Concretamente, se analiza
la disputa que tuvo el periodista de la CBS Edward R. Murrow
(interpretado por un magistral David Strathairn) con el senador
Joseph McCarthy a raíz de la particular caza de brujas
anticomunista de éste. El hecho en cuestión
se erige como la excusa perfecta para que la película
analice el funcionamiento de un noticiario por dentro, es
decir, el trabajo diario de un grupo de periodistas profesionales
con un método de

selección
de noticias, unos determinados enfoques dependiendo de la
información que se transmita, una documentación
como base... y, sobre todo, con unas consecuencias fatídicas
ante el enfrentamiento con el poder político, del que
se depende en buena medida a base de subvenciones y publicidad.

     De
esta forma, estamos ante una película valiente, clara
y necesaria. Y es que, tras el visionado de Buenas noches,
y buena suerte, uno se para a pensar si realmente el término
“sociedad de la información” es el adecuado
para referirnos a la sociedad del siglo XXI. [Aureli
del Pozo]




















 















PÁGINAS-AMIGAS
Nómadas


Revista Crítica de Ciencias
Sociales y Jurídicas


www.ucm.es/info/nomadas
Rebelión-

www.rebelion.org
La Insignia-


www.lainsignia.org






 



 





Revista mientras tanto


Contenido
del número 97



Notas
editoriales:
“Dilemas
de la izquierda ante el debate estatutario”; “Desconcierto
y división de la izquierda en el debate estatutario”; “Modesta
contribución al debate sobre el Estatut”; “Autoritarismo
de escaparate en Barcelona”; “La revuelta de la banlieu:
¿dónde está la izquierda?”.

Semimonográfico:
«Materiales para la memoria»:
Sergio Gálvez, "Las víctimas y la batalla por el
derecho a la memoria: la comisión interministerial para el estudio
de la situación de las víctimas de la guerra civil y el
franquismo"; Jordi Borja, “Memoria histórica y progreso
democrático”; Xavier Doménech, "Espejo roto";
Jordi Font, “Entre el souvenir memorial y la construcción
de una historia crítica de la memoria”; Ermengol Gassiot,
“Arqueología forense de la guerra civil: justicia y memoria
de la represión fascista”;

Artículos
de Josep Torrell, “Mi memoria
del cine” y "Los muertos que vendrán"; Octavi
Pellissa, “¡Alemania, Alemania!”; y Giaime Pala, “Entre
paternalismo e igualitarismo”.


El extremista discreto.

Cita.


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Barcelona. Correo-e icaria@icariaeditorial.com.


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- M. Sacristán.

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Joan Lara Amat y León y Agustí Roig
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