Secciones: Cuba Socialista - EconomíaTítulo: Cuba: ¿retirada del dólar, euroización o recuperación de la moneda nacional?- Enlace 1 Texto del artículo:
Por: Cristina Xalma
Rebelión – Octubre 28 de 2004.
El 25 de octubre de 2004 , el Gobierno cubano anuncia oficialmente, y por sorpresa, que a partir del próximo 8 de noviembre, todas las transacciones comerciales que afectan a los habitantes de la isla no podrán efectuarse en dólares, sino en los denominados pesos convertibles. La prensa internacional recoge a la mañana
siguiente ese anuncio, en clave de “prohibición” del uso de la divisa.
La medida adoptada tiene muchas otras lecturas, más acordes con la siempre compleja y “matizable” realidad cubana. Así, la decisión representa en la práctica una sustitución del uso del dólar (en el ámbito de la población, no en el empresarial, dónde sigue vigente) por una moneda nacional emitida por el Banco Central de Cuba desde 1995, con igual uso a la divisa estadounidense en el interior de la economía cubana, y respaldada 100% por las reservas internacionales de la principal entidad financiera del país. Visto de este modo,
el anuncio no debería ser interpretado tan negativamente, puesto que, bajo
determinadas condiciones, sería incluso un signo de reversión de un proceso que
sí puede ser claramente perjudicial: la dolarización económica.
En este sentido, la aceptación generalizada de que la sustitución de una moneda
nacional por una divisa extranjera (en todas sus funciones de uso), es
“positiva” para el buen funcionamiento de una economía, surge de corrientes
económicas de corte claramente neoliberal. Para quienes comparten esta idea, la
dolarización es “el camino” para estabilizar la economía, anclar los aspectos
reales a los financieros, reducir el papel del Estado, y ligar la política
económica del país dolarizado a la llevada a cabo por el país emisor de la
divisa fuerte (en este caso, EEUU).
Por el contrario, para quienes rechazamos dicha corriente, lo “negativo” reside,
precisamente, en las condiciones que empujan a aceptar la dolarización, así como
en lo que ello conlleva. Así, este proceso surge, generalmente, en situaciones
de grave crisis económica, con una moneda nacional fuertemente depreciada y un
proceso hiperinflacionario. En los casos en que la respuesta a ello ha sido el
desplazamiento oficial de la moneda nacional por la divisa estadounidense, la
dolarización no se ha revelado como la solución a los problemas que sufre un
país. De hecho, algunas experiencias (como las de Ecuador o el Salvador)
muestran como la aceptación formal de este fenómeno ha empeorado la situación
inicial, dando lugar a escenarios en los que el Estado ha visto prácticamente
anulada su capacidad de respuesta ante el progresivo deterioro social.
El caso cubano (con sus particularidades) responde, en su origen, a un proceso
de características similares al descrito, pero difiere notablemente en su forma
de legalización. Así, la desintegración del bloque socialista liderado por la
URSS a finales de los ochenta, da lugar a la pérdida del 85% de los nexos
comerciales y financieros de Cuba con el exterior. La fuerte caída de la
producción (de más del 35% en 4 años) y el exceso de liquidez monetaria en una
economía de escasez en la que se mantienen las emisiones de pesos para seguir
garantizando la política social, provocan una fuerte depreciación del peso
cubano. La pérdida de contenido de la moneda nacional, junto a la entrada masiva
de dólares en el ámbito de la población (derivada de una política de emergencia
que permitiera reinsertar a Cuba en la economía internacional), dan lugar a un
proceso progresivo de dolarización económica. Cuando el deterioro económico y
social del país llega a límites difícilmente tolerables, el
Gobierno de Cuba, no sin cierta dosis de pragmatismo, decide legalizar lo que
en la realidad de la isla ya era evidente: la tenencia y uso del dólar.
Pero el Gobierno cubano necesitaba dar respuesta a la crisis económica y social
compatibilizando el pragmatismo con el mantenimiento de los rasgos fundamentales
del sistema económico con el que se ha identificado la Revolución, así como con
la defensa de los logros sociales alcanzados por éste. Es por ello, que las
Reformas Económicas adoptadas en el bienio 1993-1994, fueron pensadas sobre
medidas que, aún “no gustando” al Gobierno (dolarización, aceptación de una
mayor presencia de Inversión Extranjera, o apertura de espacios de mercado,
entre otros) sirvieran para poner “aquello que no gustaba” al servicio de los
objetivos económicos y sociales del Estado. Y esa lógica afectó especialmente a
la forma bajo la que se autorizó el uso de la divisa estadounidense. En torno a
la dolarización, se adoptaron medidas que permitieron al Estado captar y asignar
estratégicamente la divisa, sirviendo a dos objetivos: la reactivación económica
del país y la preservación de las “conquistas
sociales” de la Revolución. Ello dio lugar a una dolarización económica muy
singular, compatible con un Estado fuerte, que no sólo mantenía plena autonomía
sobre el control de su política económica, sino que hacía uso de ella para
convertir un proceso de connotaciones claramente negativas en “algo”, si más no,
útil a sus objetivos.
Se aceptó que la sustitución parcial del peso por el dólar comportaría
beneficios económicos superiores a los costes políticos del momento
(identificados, fundamentalmente, con la pérdida de un símbolo de identidad
nacional). No obstante, la aceptación de dicha dolarización era claramente
temporal, transitoria, y sólo válida en tanto en cuanto sirviera como medio para
la consecución de determinados resultados.
Las Reformas funcionaron: a partir de 1995, la economía empezó a crecer (aunque
con irregularidad) y se frenó el deterioro social. No obstante, los matices a
ese “éxito” obligan a señalar, principalmente, que la recuperación económica,
todavía hoy, no es plena, y que la desigualdad en la distribución de la renta se
ha acrecentado.
En este escenario, la medida anunciada el día 25 es coherente con la lógica del
proceso: sirve para retirar dólares de circulación, y transferirlos al Estado,
para que haga de ellos un uso acorde con los compromisos de pago que el país
mantiene con el exterior. Mientras, se permite a la población un canje de esos
dólares por una moneda nacional equivalente en uso, lo que permite mantener el
poder adquisitivo de los cubanos. Incluso podría ser valorada positivamente, si
ello da lugar a una auténtica reversión del proceso de dolarización económica.
Aún más, podría interpretarse como una medida que permitiera, manteniendo como
esquema de funcionamiento la captación y uso estratégico de divisas fuertes, una
etapa de transición hacia la consolidación final de una moneda nacional
convertible, en la que la actual dolarización fuera substituida por cierta
euroización. La intención última (de acuerdo al modo en que se ha producido el
anuncio) radicaría en conseguir que la entrada de moneda fuerte al país se
denominara crecientemente en euros en vez de en dólares, como modo de enfrentar
el recrudecimiento del bloqueo estadounidense así como las restricciones
impuestas por este gobierno al envío de remesas a Cuba.
Estos planteamientos, con sus matices, cambiarían el centro del debate generado
por la medida adoptada por el Gobierno cubano: desde la idoneidad de la
decisión, hasta la idoneidad del momento en que ésta se ha tomado. Y es que la
“sustitución efectiva” final del dólar por el peso convertible está sujeta al
cumplimiento de varias condiciones. Por un lado, el “éxito” de la medida depende
de la consecución de un crecimiento plenamente sostenido, que complete la
recuperación económica del país y que permita dotar de contenido a la moneda
nacional, así como preservar el poder adquisitivo real de la población. Por el
otro, de un elemento mucho más “sutil”: la confianza de los cubanos en el peso
convertible. Si estas circunstancias no se dan, los efectos de la medida
adoptada pueden empeorar todavía más la situación, especialmente a través de la
expansión de un mercado negro que, hoy por hoy, ya tiene dimensiones
preocupantes.
Algunos datos hacen temer que el momento de la decisión no sea el más adecuado.
Y es que a la evidencia de que la crisis económica todavía no fue superada, se
añaden factores coyunturales que pueden erosionar la confianza en la nueva
moneda, hecho que sería claramente perjudicial. En primer lugar, el anuncio de
que el cambio de los dólares por los pesos será penalizado a partir del 8 de
noviembre, con una tasa del 10%. Ello encarece obviamente la transacción y resta
poder adquisitivo a los cubanos, lo que puede generar una espiral de
atesoramiento de divisas estadounidenses o de intercambios ilegales a tasas más
favorables. Por el contrario, el anuncio de que el canje a través de los euros
no será sometido a igual penalización, podría reforzar la idea antes señalada de
generar un proceso de sustitución de entrada de dólares por la moneda única
europea. Su éxito y su efectividad, no obstante, dependerán de cómo se ajusten
las percepciones que de ello tengan quiénes necesitan la divisa
dentro de Cuba y quiénes pueden facilitar su entrada. En segundo lugar, “la
situación política”. A nadie se le escapa (y por ello la medida ha tomado el
relieve que ha tomado), que la decisión de retirar el dólar de circulación
coincide con un momento de mucha tensión, en el que se evidencia tanto la
vulnerabilidad que confiere la dependencia de un proyecto de país de la salud de
su máximo dirigente, como la intensificación de la estrategia de “acoso y
derribo” que los más aférrimos detractores del Gobierno cubano orquestan desde
el exterior de la isla, desde hace décadas. En este contexto, el anuncio puede
interpretarse como una “respuesta de urgencia” ante una situación que se agrava
y que puede escapar al control de las autoridades gubernamentales.
No sería honesto no reconocer las virtudes de las Reformas llevadas a cabo en
Cuba. La originalidad y la singularidad de su planteamiento, y sobre todo, lo
loable del esfuerzo político por aplicar la imaginación a la economía, y
supeditar “la fórmula económica” a la consecución del bienestar social. Pero tampoco lo sería no cuestionar la idoneidad del momento en que se ha tomado la decisión económica de volver a sustituir al dólar por una moneda de carácter nacional. Si no advirtiéramos de los efectos perversos que ello puede crear, no estaríamos siendo fieles a la necesidad de avanzar sobre la elaboración y aceptación de críticas de carácter constructivo. Como no seríamos justos con lo que la población cubana merece: un sistema económico basado en la justicia
social que se convierta en referente de quienes creen que “otra economía es posible”.
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