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Título: FASCISMO Y LIBERALISMO. UN APUNTE SOBRE SU CONVERGENCIA. Por Petronivs Arbiter

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FASCISMO Y LIBERALISMO. UN APUNTE SOBRE SU CONVERGENCIA.

El fascismo es un conjunto de sistemas ideológicos pergeñados para acometer
la absorción forzosa de la sociedad por el estado en países donde el bajo
potencial de crecimiento de las fuerzas productivas hacía seductora una
política imperialista, solución lógica al problema de la escala por la
insuficiencia de la demanda si se desea conservar la industrialización a la
par que un orden jerárquico dado. La reacción contra la revolución
proletaria imbuye los fascismos, pues si es imposible expandir la demanda en
breve plazo, la economía planificada de inspiración socialista es atractiva
para preservar la industrialización, y el internacionalismo es una ideología
buena para fundar estados de tamaño conveniente frente al problema de la
escala.

El fascismo cobró fuerza en naciones de industrialización tardía, donde la
burguesía era débil frente a la clase terrateniente y nobiliaria que daba
los mandos militares, es decir, que dependieron del estado para realizar la
industrialización aun en mayor medida que Gran Bretaña y Estados Unidos,
cuyos problemas de suficiencia de demanda fueron menos graves por la
primacía marítima y el gran mercado interno, respectivamente. En Alemania,
el despotismo Hohenzollern dio una nobleza bien ligada al gobierno, y el
fascismo se impuso con facilidad sorprendente. En contraste, los esfuerzos
de los gobiernos españoles para ligar por el ennoblecimiento a las clases
poseedoras resultantes de la desamortización y los inicios de la
industrialización, política aplicada a su vez al generalato, no bastaron
para evitar la discordia en su seno, como muestran las luchas de
progresistas y moderados hasta el Sexenio, la ruptura del sistema canovista
en vísperas de la Semana Trágica y la imposibilidad de la monarquía tras la
caída de Miguel Primo de Rivera. El movimiento obrero plantó cara en España
al fascismo de un modo no visto en Alemania. Por supuesto, las diferencias
de tamaño y potencial de crecimiento de las fuerzas productivas son un
factor de gran importancia en el éxito del Consenso de las clases patronales
en torno al gobierno, y por lo tanto del éxito de la Absorción, es decir, de
la compatibilidad de la Fractura implícita con el Consenso vigente.

El rasgo más interesante de los fascismos no es, como pudiera pensarse a
primera vista, su pretensión de ser un movimiento “popular” ni su carácter
monárquico, coronando a los nuevos reyes con el título de caudillo en el
idioma correspondiente. Como en todo sistema ideológico que se origina y
selecciona con el propósito de conservar en lo posible un orden jerárquico,
su problema central es lograr un consenso suficiente de las clases
dominantes. Aristocracia y mando militar, terratenientes, burguesía
industrial y financiera, y eventualmente las jerarquías de aparatos
paraestatales relevantes y preexistentes, como la Iglesia. El batiburrillo
de corporaciones responde a esto. El proyecto de monarquía imperialista ha
de dar satisfacción a los mínimos intereses de estas partes como condición
para el éxito de la absorción forzada de la población obrera en el marco de
los aparatos estatales y paraestatales. El propósito imperialista exacerba
el nacionalismo, y por eso el rasgo de la revolución proletaria más odiado y
temido por los fascistas es el internacionalismo.

Por lo expuesto, los fascismos no son solo una reacción ante el desafío
planteado por la revolución proletaria, sino un proyecto “positivo”, que
persigue un propósito situado mucho más allá de la simple superación de la
amenaza obrera. Una serie de autores que se denominan liberales pretenden
que el franquismo, por ejemplo, fue la respuesta al crecimiento del influjo
del comunismo evidenciado por los acontecimientos de 1934. Esto es falso
incluso en nuestro caso nacional. El primer franquismo, desde que estuvo
claro que habría resistencia contra el golpe de estado de julio de 1936
hasta entrados los años 40, es incomprensible sin la perspectiva de una
Europa alemana. “Por el Imperio hacia Dios” no es una consigna casual.
Además, la dictadura de Miguel Primo de Rivera y su somatén émulo del
fascio, es inconcebible sin el problema de conservación del imperio en
Marruecos.

Sin duda, el fascismo más potente fue el nazismo alemán, pues la pretensión
imperialista de la monarquía industrial creada al efecto era posible y en
consecuencia creíble y deseable para algunos. Esto contrasta con las
aspiraciones de otros gobiernos, y por eso el fascismo procuró poco más que
un ropaje moderno a unas dictaduras militares, aristocráticas o “rurales”,
de lo más rancio en nuestra península, en la Francia de Vichy y en los
Balcanes. En Alemania se dio paso a una monarquía industrial “popular” para
crear un imperio colonial en la propia Rusia, resolviendo el problema de la
suficiencia de demanda con el beneficio añadido de destruir el comunismo.
1918 no supuso el fin de los “Von” que integraban la oficialidad del
ejército, de forma que los asustados burgueses se echaron en brazos de la
clase que triunfando en 1848, revalidó totalmente su victoria en 1871 de la
mano de Bismarck.



FASCISMO Y LIBERALISMO. LA CONEXIÓN DARWINISTA.

El darwinismo es el sistema teórico que más ha influido en la producción de
ideología desde el último cuarto del siglo XIX a nuestros días. El alcance y
magnitud de su impacto solo es comparable al de las religiones bien
arraigadas, y estamos lejos de que su influjo disminuya,

Cuando la idea de la “armonía natural de los intereses” que imbuye el
liberalismo clásico se vino abajo por la entrada en la escena de Estados
Unidos y Alemania como grandes potencias industriales, esta concepción, que
un capitalista británico había podido sostener con comodidad, viose
sustituida por otra: “la lucha por la supervivencia es el progreso de la
humanidad por el triunfo del más fuerte”. Aplicada a las relaciones
internacionales, dio esta idea una justificación espléndida del
imperialismo, reforzando la concepción racista. En verdad que la Europa de
finales del siglo XIX no era menos racista que la de los fascismos. Bastó,
en lo que a selección de ideología se refiere, llevar las creencias y
sentimientos forjados desde 1870, y puestos a prueba con todo éxito en 1914,
hasta sus últimas consecuencias, y acto seguido, hacer una hibridación
retórica con algunos tópicos de la revolución proletaria debidamente
pervertidos, por ejemplo, reemplazando clase por nación. Naciones
proletarias era el término con el que se autodenominaban las potencias del
Eje ¡Clara respuesta al internacionalismo, cuyo fundamento es la primacía de
la identidad de clase sobre la identidad nacional!

El fascismo es chapucero pues no se dio la necesidad de un nivel intelectual
elevado, por lo que los teóricos fascistas no son en general interesantes, y
los nazis alemanes son los menos interesantes de todos. La poca calidad no
se debe a la de inteligencia, sino al propósito, de ahí que se encuentre
provecho en las obras de los reaccionarios situados en la periferia del
fascismo o en relación ocasional, al estilo de Pareto, pero no en los
ideólogos fascistas. Los atractivos del fascismo se muestran en la estética,
que anuncia la tentadora solución brutal a los problemas mediante el método,
siempre eficaz, de hallar un culpable a lo que no tiene remedio. No es
casual el eufemismo “solución final” para designar un programa de
exterminio.

Necesariamente, el fascismo es la ideología política más romántica del siglo
XX. Baste comparar la letra de el “Cara al sol” con nuestro himno de
fraternidad y lucha. Mientras “La Internacional” hace un llamamiento a la
revolución, indica un procedimiento y propone un resultado en sus tres
estrofas, el canturreo fascista se limita a invitar a morir en la peor
posición posible para un soldado de infantería, con el sol en los ojos.
Apelación al sentimiento llevado al extremo y entronización de la sandez, en
suma. El comunismo, por el contrario, confía en el raciocinio, en la
comprensión de un plan que se propone. Es ideología y tiene un componente
emocional, sí, pero no es por principio la exaltación de la locura.

El fascismo es tan romántico como lo fue el liberalismo antes de su asunción
del darwinismo, cuando la burguesía todavía creía que bastaba aplicar sus
principios para que la armonía natural de los intereses se estableciese de
hecho, pensando que sus ideas eran la reconciliación del buen juicio con el
sano sentimiento. Es curioso ver la manera concreta en que una ideología da
lugar a su mismísima negación, pues sin duda el fascismo es la negación
total del liberalismo clásico. La forma de pseudo darwinismo que reemplazó
la doctrina de la armonía natural por la supervivencia del más apto llevó
del liberalismo de finales del siglo XIX al fascismo. Este procede pues del
liberalismo en un sentido plenamente real. Ni que decir tiene que la
pretensión de los señores liberales por la cual los fascismos y los
comunismos son convergentes es la mayor necedad. Ocurre que los liberales
también necesitan un culpable para lo que no tiene remedio, y los
proletarios somos culpados de la horrible jeta de su hijo dilecto.

Como advertencia, el fenómeno por el que una ideología llega a su negación
es algo de lo que no estamos a salvo. La degeneración idealista consistente
en considerar la dialéctica como teoría suficiente y la búsqueda de la
existencia como aparato paraestatal en un orden social liberal, más la
coincidencia de las dos cosas, cuando el extremista de turno viaja al social
liberalismo y más allá, nos da un ejemplo. Otro lo vemos en la conversión al
nacionalismo, en el compromiso con la pretensión de fundar estados tan
minúsculos que no podrían, de ninguna manera, acometer una industrialización
socialista. Siendo esto la negación del internacionalismo proletario, lo es
también del carácter industrializador del comunismo.



OTROS INFLUJOS RELEVANTES DEL DARWINISMO.

El darwinismo influyó en el liberalismo por otro procedimiento más
sofisticado en Estados Unidos, en relación con la forja del social
liberalismo, que es la ideología característica de la sociedad de consumo.
Como intuitivamente, el medio “social” se compone de relaciones susceptibles
de ser codificadas en leyes, es posible alterarlo mediante la legislación de
suerte que el más apto sea un conjunto determinado, más o menos amplio, de
partidarios de esa modificación. La adaptación del “medio” al hombre es el
meollo de este pseudo darwinismo.

Otro influjo relevante fue la sofisticación del mecanicismo socialdemócrata
en las vísperas de la primera guerra mundial. La fórmula de Kautsky, que se
extendió por toda Europa con gran éxito, fue “Un partido que no hace la
revolución, pero sí la espera”. Presentando la introducción de un nuevo modo
de producción socialista como un problema de evolución, y la extinción del
capitalismo como uno de adaptación, el esquema darwinista permitió conservar
un marxismo deformado, que elude la revolución sin renunciar totalmente a su
suceso, con fines de justificación del partido ante los sindicatos de
intereses no necesariamente coincidentes a la vez que se aceptaba la
participación en el Consenso que los gobiernos ofrecían. Su ventaja sobre el
revisionismo puro y duro de Bernstein es muy grande desde el punto de vista
emotivo, adaptándose a las necesidades del movimiento obrero alemán en el
periodo de industrialización acelerada, desde la renuncia al programa de
Gotha y la asunción del de Erfurt, hasta la primera guerra mundial. Desde el
punto de vista de la selección ideológica a largo plazo, el kautskismo
preparó la asunción del social liberalismo norteamericano por los
socialdemócratas tras la segunda guerra mundial. La conversión del
movimiento obrero europeo occidental a esta ideología es inseparable de la
conquista del carácter de sujeto de consenso legalmente reconocido, así que
lejos de abandonar el social liberalismo, las cúpulas de partidos y
centrales han profundizado en él hasta llegar a su negación. Veamos como y
por que.



LA CRISIS DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO.

Durante la edad de oro de la sociedad de consumo, de la segunda guerra
mundial a la crisis general de los años 70 y 80, el mundo asistió a un
crecimiento de las empresas tan imponente que el término multinacionales se
puso de moda. Tanto el volumen como la complejidad de los negocios exigieron
la formación de ejércitos de profesionales de la gestión dedicados a
realizar las tareas de gobierno que normalmente habían desempeñado
directamente los capitalistas. El ejecutivo sustituyó al millonario como
icono del éxito en el imaginario de las masas, pero hay algo más importante:
que relaciones han de darse entre los integrantes de este segmento, y cuales
han de mantener con los capitalistas, de suerte que la producción esté bien
gobernada y la clase capitalista conserve el predominio pese a no gobernar
visiblemente.

Si nos concentramos en este aspecto clave del problema, se nos mostrará con
toda claridad la necesidad de llevar la competición al extremo, cosa
posibilitada por el alto potencial. Los capitalistas conservan el control de
sus empresas y se aseguran de que son eficientemente gobernadas por sus
ejecutivos gracias a la tensión competitiva en las relaciones entre
ejecutivos de la propia empresa. Los jefes de los estados mayores
empresariales controlan las relaciones dentro de la empresa exacerbando la
competición de los ejecutivos de menor rango. Extender este esquema a toda
la empresa, a toda la producción y al estado mismo es el siguiente paso
lógico, y que es necesario para asegurar el control indirecto de la
producción por los capitalistas. El éxito conduce a la instauración del
patronazgo directo del capital sobre el trabajo, fenómeno antes limitado a
la pequeña empresa salvo excepciones donde el sindicalismo independiente no
era legal de suerte que el “paternalismo” al estilo de Ruiz Mateos y El
Corte Inglés era habitual. Ahora de lo que se trata es de liquidar la
posición de los sindicatos en las grandes empresas, lo que conlleva el
sinsentido de la concertación social por el fin de los convenios sectoriales
y la impotencia de las centrales en un marco de convenios de empresa.

La crisis general de los años 70 puso de relieve que la demanda interna no
podía seguir creciendo de manera tan espectacular como antes sin menoscabo
de la plusvalía. La demanda interna conserva su importancia como motor de la
economía, no de su necesario crecimiento, y esto es el meollo de lo que se
ha llamado globalización. La sociedad de consumo sigue en pie, pero el
crecimiento de las exportaciones y del comercio exterior de bienes y
capitales es una cuestión urgente. A su vez, tanto el volumen de la
producción como la crisis presupuestaria frecuente obligaron a hacer
fiduciaria toda la moneda mundial, de suerte que las relaciones
internacionales se han ido modificando con vistas a que las divisas se
intercambiasen con arreglo a la ganancia que ofreciesen las economías
nacionales, ya que el patrón metálico era y es imposible siquiera de un modo
tan indirecto como el que revistió en los años de la posguerra. Los mercados
de capitales y dinero pasaron a cobrar una importancia extraordinaria.
Sumemos a ello que la modificación de la fiscalidad, reduciendo los
impuestos directos y progresivos para elevar los indirectos, resulta una
salida fácil a la insuficiencia presupuestaria en una economía de alta
demanda interna si se pretende a la vez una rápida acumulación de capital en
manos privadas para afrontar las inversiones de una reindustrialización.

Salir del atolladero exigía un aumento de la productividad. Robótica e
informatización, ajuste a demandas más reducidas de los sectores metalúrgico
y minero, y expansión de los transportes que permita una mayor
diversificación de la producción y una reducción de los pasivos de almacén.
El éxito en este empeño llevó a plantillas industriales dispersas, a escalas
de producción más reducidas y flexibles que permitieron mayores
oportunidades de alcanzar el óptimo empleo de factores desde el punto vista
de la rentabilidad. Este es el entorno de lo que se llama toyotismo y
postfordismo, del culto a la adición de valor y la retórica del capital
humano, y de la asimilación de los especialistas a los ejecutivos, que
sumerge la producción donde la cooperación es fundamental, en la esfera de
gobierno donde prima la competición. En electrónica e informática, este
instrumento de fabricación de capataces (pues no es otra cosa) es el arma
para instituir el Patronazgo Directo.

Los progresos técnicos señalados son la llave de lo que se entiende como
fábrica red, nombre apropiado, pues en la jerga de la programación lineal
una red es el conjunto de soluciones a un sistema dado, es decir, el óptimo
de marras, que se busca como si fuese el Santo Grial. Una prueba de la
eficacia obtenida puede hallarse en el negocio de reparaciones. Si en 1990
una casa oficial de Bosch tenía piezas en stock por valor de 10 millones de
pesetas, hoy por hoy no almacena ni 6.000 euros. La sustitución de operarios
capaces de reparar motores y mecanismos complejos por empleados que se
limitan a reemplazar componentes muy bien diseñados pero construidos con
material de baja calidad es otra muestra. Y otra, aun de mayor interés, es
la profusión de series que, en virtud de los cambios de proveedor de
componentes, hay en un mismo modelo de una máquina determinada. Es posible
modificar el montaje para aprovechar el abaratamiento posibilitado por un
cambio en un componente, y el avance en la concepción modular del producto
se aprecia en vehículos y electrodomésticos.

En una economía de servicios industrializados y de sectores muy sindicados
en reducción y dispersión, con sectores poco sindicados en expansión, las
centrales obreras se enfrentaron a la perspectiva de convertirse en
personajes en busca de autor. Su capacidad de resistir las decisiones
políticas que transformaron el mundo a satisfacción de la clase capitalista
no era muy elevada, y donde se ofreció la protección de los intereses
primarios de las centrales, la conservación de su papel en el consenso
institucionalizado centrado en los convenios y pensiones, el movimiento
obrero no puso en juego toda su capacidad de lucha. Es por ello que el duelo
de los sindicatos británicos contra Tatcher, decidida a eliminar todo lo
construido desde 1945, fue un caso excepcional, y como en el resto de Europa
occidental no se llegó a los extremos alcanzados en Gran Bretaña, los
sindicatos no emplearon el único instrumento eficaz: huelga general
indefinida y continental. Si no se lo plantearon entonces, ahora menos, y la
legalidad de la jornada de hasta 65 horas es el resultado natural.

Por lo expuesto, el social liberalismo converge al liberalismo conservador
al precio de que se respeten los privilegios de los aparatos paraestatales
organizados en torno al viejo ideario. El Patronazgo Directo avanza dentro
del viejo marco legal de concertación. El atasco de la sociedad de consumo y
la necesidad de mantener altas tasas de crecimiento son las claves de la
victoria del liberal conservadurismo, destinado a ser el único liberalismo.
Es poco probable que la demanda interna pueda crecer por encima del
movimiento de población. El social liberalismo es ya solo un sistema
“conservador” en el sentido literal del término. No tiene futuro, solo un
presente que puede durar mucho, pero siempre en decadencia. Los grupos de
poder, sujetos de consenso organizados en torno a los fines y filosofía
social liberales llevan años migrando hacia el liberal conservadurismo
porque saben esto, y no lo hacen más rápido por la inercia implícita en la
legitimación electoral de sus posiciones. Conforme la crisis de la sociedad
de consumo se hace permanente, la experiencia cotidiana del político o
sindicalista social liberal le lleva a asumir el nuevo ideario.



LA COMPETITIVIDAD COMO CENTRO DE UN NUEVO PSEUDO DARWINISMO.

Con las necesidades encerradas en la posición de los capitalistas y
gobernantes durante la crisis general de los 70 y 80, la ideología liberal
dio un nuevo paso en la senda del pseudo darwinismo: la competitividad. Por
ella, se creaba un universo a imagen y semejanza de las relaciones en las
empresas, protagonizadas por los estados mayores empresariales.

La competitividad justifica la necesidad de factores baratos. Trabajo,
recursos naturales y crédito baratos son su ABC del orden y la prosperidad.
Para la competitividad, los precios son más importantes que los costes, y
quien produzca a costes elevados debe desaparecer, por no adaptarse al medio
social. Se trata pues de una religión de caníbales.

Extendida a la totalidad de las relaciones sociales, el liberalismo moderno
se introduce en la urdimbre del social liberalismo en decadencia. Si éste
supuso la adaptación del “medio social” al “hombre”, aquel propone la
continua adaptación recíproca del medio social al hombre y del hombre al
medio social, como si la política tratase de la búsqueda del óptimo, y el
estado fuese una fábrica red que reproduce la sociedad y se regula en un
mercado continuo de valores políticos convergentes. Es la ideología de la
clase dominante, sí, pero pasada por el tamiz de los ejecutivos, de la clase
hegemónica legitimada por la eficacia, y que absorbe al otro trozo de la
clase dedicada a la mediación representativa de intereses organizados, los
políticos y sindicalistas legitimados por el derecho de sufragio. La
preeminencia de los tecnócratas al estilo de Solbes en los partidos social
liberales o las recientes posiciones de la Sra. Paredes, de la dirección de
la federación de banca de Comisiones Obreras, indican hasta que punto el
liberal conservadurismo ha reemplazado al social liberalismo como ideología
de toda la clase dedicada a la mediación representativa de intereses, sean
de grandes empresas o de aparatos paraestatales.



**

LOS DEFECTILLOS DE UN PLAN ESTUPENDO.

Desde su mismo origen, la relación de producción capitalista entra en
contradicción con las necesidades de conservación del estado, de una parte,
y con el crecimiento de la producción, de otra. Si en la relación no se
puede hacer circular como mercancía cuanto se produce, se da la
insuficiencia recaudatoria para el estado entre otros desagradables efectos.
Si todo ha de circular como mercancía es difícil absorber a la población en
punto a conservar la unidad del estado y la primacía de la identidad
nacional sobre la de clase, sobre todo en caso de gobiernos comprometidos
con una política exterior de porte, pues las exigencias encerradas en la
competición internacional son un factor de gran importancia a la hora de que
el estado se pueda permitir lujos en lo que se refiere a la cohesión
nacional.

La dificultad de realizar el valor, de lograr que cuanto se produce circule
como mercancía, es puesta de relieve por las recesiones desde el origen del
capitalismo. Si la crisis no se manifiesta hoy tanto en forma de montañas de
mercancías sin salida como de créditos impagados se debe a los progresos
técnicos. Conquistar nuevas parcelas de actividad para el régimen
capitalista es fundamental para la pervivencia del régimen de producción
durante las recesiones, y tras las privatizaciones de las empresas públicas
le llega el turno al sector socializado de las economías desarrolladas:
sanidad, educación, pensiones.

Si la producción por empleado no es tan enorme que una parte mayoritaria de
la población trabajadora pueda vivir razonablemente bien con su salario
directo a precios de mercado, la privatización significa que para muchos la
sanidad será beneficencia, la educación un barniz y la vejez el infierno. En
el caso de España, así será. Si la totalidad de las cuotas sociales abonadas
en España por trabajadores y empresarios, y que suponen un 31% de los
salarios brutos, se transfiriesen a los salarios directos, y si el gobierno
ajustase los tipos de retención de IRPF de tal suerte que los impuestos
totales pagados por los asalariados no aumentasen, solo el 30% de la mano de
obra podría afrontar los pagos de un plan de pensiones y de un seguro médico
con coberturas decentes. Observemos que en ese caso los capitalistas
desembolsarían en salarios el mismo capital que ahora, por lo que la
privatización de estos sectores no tendría sentido así. Si retuviesen al
menos la mitad de las cuotas sociales que abonan, entregando el resto a
salarios directos, solo un escaso 7% de los asalariados podría afrontar los
pagos de seguros médicos y de jubilación con coberturas aceptables. Sumemos
eventualidades como divorcios, accidentes y defunciones ¡Solo entre los
autónomos y los ejecutivos se aprecia una mayoría favorable al tatcherismo
puro y duro! Es por esto que la patronal habla de reemplazar las cuotas
sociales por un aumento del IVA, que permitiría recargar los costes sobre
los precios, no sobre la plusvalía.

La realización de un programa semejante implica la difuminación
de la identidad nacional, pues sostener el estado deja de tener todo
atractivo defendible. Es por ello que el tatcherismo ha retrocedido en Gran
Bretaña y, sobre todo, que estemos asistiendo posiblemente al albor de la
sanidad pública en los Estados Unidos. El Sr. Obama defiende su programa
sanitario alegando su conveniencia para el fortalecimiento del patriotismo y
de la unidad nacional, y acierta, pues esa es la única razón a favor que
resulta admisible para quienes tienen poder en el asunto, en un país donde
las industrias médica y financiera están desarrolladísimas.

Amén de esto, la aplicación parcial del programa liberal
conservador reduce la base para la producción y reproducción de técnicos,
científicos y obreros especializados, como bien puede verse en España desde
la LOGSE de 1991, y más se verá con la vuelta de tuerca de Bolonia. Un país
riquísimo y muy poblado como Estados Unidos puede permitirse semejante cosa
sin una inadmisible pérdida de eficacia, paliando la deficiencia mediante
ofertas de becas y créditos blandos por las fundaciones de las grandes
empresas, e importando tantos talentos como sea menester. Si se desea
conservar la capacidad de desarrollo, no hay mayor garantía de suicidio para
una nación industrializada que el programa tatcherista, y por eso fracasó en
Gran Bretaña. Por lo tanto, sus atractivos son más grandes en Europa del
Este y en el Mediterráneo, es decir, en naciones que pueden desaparecer sin
consecuencias graves para las relaciones internacionales de las potencias
industrializadas y cuyas esperanzas no residen en la propia capacidad, sino
en el favor estadounidense o en la inmersión en la UE.

Pero el tatcherismo es atractivo para capitalistas y ejecutivos,
para los políticos a ellos asociados, y para sectores más amplios de la
población que no se caracterizan por sus altas miras y capacidad de
reflexión, como los pistoleros de la construcción que oyen con deleite las
pamplinas de Vidal. Queda una parte enorme de la población a la que hay que
convencer para que se resigne a servir de alimento a los dioses para que el
mundo siga girando como es debido, que para eso sirven las religiones de
caníbales.



EL PENSAMIENTO DE LA CLOACA...

Cuando González, Espejo de Príncipes, dijo que “el estado de
derecho también se defiende en las cloacas” sabía de lo que hablaba. Los
fascistas han permanecido, integrando una parte sustancial de diversos
aparatos estatales, desde la judicatura al ejército pasando por la policía.
Saben que un regreso a las condiciones del periodo de entreguerras no puede
suceder. La extensión de las armas nucleares hace imposible la guerra
imperialista a esa escala y los pequeños europeos no renunciarán al
patronazgo norteamericano. Los fascistas saben que el fascismo de
entreguerras no tiene futuro, que es cosa de zumbados como Ynestrillas,
gente con poca sesera que sigue pretendiendo organizar un partido que pase
por obrerista, por social, por republicano y otras tonterías por el estilo.

Los magistrados del Opus Dei y los oficiales italianos que
montaron la red Gladio saben perfectamente que el presente y futuro del
fascismo es el liberalismo. Montar un lobby fascista en el partido liberal
conservador o un partido xenófobo y anticomunista autodenominado liberal es
mucho mejor que andar haciendo el canelo con camisas monocromáticas. Todos
lo han visto claro. El partido de Haider se llama Partido Liberal Austriaco,
y el señor Gianfranco Fini, con las bendiciones de Almiranti, proclama a los
cuatro vientos el carácter decididamente liberal de su partido, Alianza
Nacional, lo que no le impide hacer el saludo fascista ante el ataúd de un
soldado muerto, que es de buen tono en el ambiente ¿Qué servicio pueden
prestar los fascistas a los magnates del capitalismo a los que se ofrecen?



DE LA CAZA DE BRUJAS AL ASEDIO DE LA CIUDADELA SOCIAL LIBERAL.

Lo que no tiene remedio, debe tener un culpable. Como buenos
adalides del capitalismo, los muchachos del liberalismo quieren la libertad
de comerciar sin límite. Cuando Berlusconi habla de libertad, se refiere a
la supresión de regulaciones en el mundo de la empresa y a la libertad de
contratar los seguros sociales y médicos a quien prefiera el consumidor. Los
sindicatos, las inspecciones, la legislación, los sistemas de seguridad
social, son trabas a su libertad de contratar, de comprar y vender según su
conveniencia, de maximizar su plusvalía y retenerla como ganancia. Se trata
pues de instituir el patronazgo pleno, directo y sin límites de los
capitalistas sobre la sociedad entera, y como las pérdidas son grandes para
muchos, el plan requiere culpables con carácter de urgencia. Hace
falta un *enemigo
de la libertad* inocuo. Cazar brujas es lo que se hace cuando se precisa un
culpable a lo que no tiene remedio.

En lo ideológico, el comunismo es el culpable perfecto, pues
supone la negación de su libertad, tan querida. No es el temor que les
inspira una revolución proletaria, ni por lo más remoto, la causa de esta
moda. Si la revolución proletaria fuese una posibilidad práctica a corto
plazo, o serían más conciliadores, social liberales en suma, o pedirían la
ley marcial a grito pelado, pero no estarían promoviendo manifiestos
orientados a la proscripción legal de un partido político sin mucho
predicamento. Los comunistas europeos somos una bruja estupenda. No somos de
temer y además somos inagotables, porque para un liberal conservador hasta
Leire Pajín es comunista. Reunimos todas las virtudes que entre los siglos
XII y XVII tuvieron las mujeres de condición humilde. Por el procedimiento
sencillo de tildar de comunismo todo lo que no sea su propio ombligo se
puede instituir un régimen totalitario en nombre de la libertad. La tele de
Aguirre ya nos da a entender como va a ser. Y el anticomunismo es
precisamente el nexo de unión, el denominador común del fascismo y el
liberalismo. La jugada es perfecta.

Pero no basta con actuar en el nebuloso mundo de las ideologías.
Los comunistas somos unos culpables espléndidos, pero muy poco visibles en
la Europa occidental, aunque algo más en la oriental, y como amenaza no
vamos muy allá que digamos. Hace falta un culpable claro, próximo y mejor
definido, que no es otro que la mano de obra inmigrante. Su crecimiento
numérico asusta y está asociado a la incomodidad, a la formación de ghettos
en las ciudades, a la caída del salario por hora y al deterioro de la
calidad de los servicios públicos. El nativismo juega en favor de los
cazadores de brujas. La xenofobia y el racismo son especialidades fascistas
de éxito probado, y para rizar el rizo, se identifican los dos culpables si
la ocasión se presenta.

Pero los procesos legales contra la mano de obra inmigrante no
deben salirse de madre porque la producción a los actuales precios,
salarios, impuestos y beneficios se iría al cuerno. La acción del estado
debe limitarse a acosarlos, poniéndolos en el punto de mira del resto de la
población. La acción violenta contra rojos, moros y otras categorías
aterradoras como los homosexuales se debe confiar a voluntarios privados, y
ahí entran en acción los fascistas chorra a lo Ynestrillas y las pandis de
skins nazis, mientras que los listos como Fini menean la cabeza con gesto
divertido.

Una de las lecciones más provechosas de la Historia es que se pervierte a un
pueblo atizando su miedo para lograr su participación activa en el crimen.
Cuando la población acepte entre resignada y contenta que los somatenes
realicen expediciones “de represalia” contra locales del rojerío, bares de
ambiente, mezquitas en garajes o un picnic de parque de sudamericanos, ya
estarán formados el entorno moral y el instrumento para enviar al infierno
las rigideces del mercado laboral, los gastos sociales y las pensiones y
sanidad públicas. Después de las brujas, le llegará el turno a los aparatos
paraestatales del viejo orden social liberal, y con la ley de partidos e
instrumentos legales similares que tanto aplauden por no ser tildados de pro
etarras, no tendrán posibilidad legal de menearse.

¿Alguien imagina la posición en que quedarán CC.OO. o la CGIL en
países sin convenios de rama, solo de empresa, y sin sistema de reparto en
las pensiones ni sector público? Para imponer el programa liberal con
seguridad hay que arrancar a los sindicatos hasta el último colmillo.
Conforme avanza su aplicación, los sindicatos pierden colmillos. Métodos y
objetivos son una sola y la misma cosa. Adaptación del medio al hombre por
la adaptación del hombre al medio, y viceversa. Creación del nuevo medio por
la adaptación de los sindicatos a esta nueva realidad, y adaptación de los
sindicatos a esta nueva realidad mediante la creación del nuevo medio
ambiente. El nuevo liberalismo está siendo aplicado. Las “sinergias” están
siendo establecidas. Pero como las consecuencias son tan desagradables para
tantos, es menester recurrir a la violencia, poco a poco y contra objetivos
limitados situados en puntos marginales hasta que el cerco quede completado.
Entonces, se lanza el asalto al que no se opondrá una resistencia digna de
consideración. La aventura de Benito Berlusconi es una posibilidad.



CONCLUSIONES.

La sociedad de consumo sigue existiendo y la caída del social liberalismo es
un resultado a largo plazo y de baja velocidad. Amén de ello, pocos grupos
de capitalistas en las naciones industrializadas desearían enfrentarse a los
conflictos y riesgos de desaparición del estado que se deducen del
cumplimiento de su programa máximo. Los políticos liberal conservadores, en
general, deben llevarse ojo con las simpatías filo fascistas, e incluso
entre los votantes de sus partidos pocos querrían oír hablar de la supresión
de la medicina y pensiones socializadas. Que les quiten el derecho a la
sanidad gratuita a los inmigrantes es una cosa, pero que se la quiten a uno
mismo es otra bien distinta.

Uno podría pues tranquilizarse pensando que los casos polaco y
checo responden a una loca expectativa de ayuda norteamericana que no se ha
cumplido, y que el italiano, que nos interesa más por tocarnos más de cerca
y no me refiero a la distancia geográfica, ha llegado a extremos tan
terribles por estar Il Cavaliere tan pringado que perpetuarse en el poder es
la única manera de librarse de multas y hasta de una temporada en la sombra.
Pero si la política italiana se escora a la derecha y si los sindicatos
quieren entenderse con la Liga Norte buscando su protección a cambio de
movilizar votos en su favor, es porque Berlusconi ya ha vencido. Falta
explotar esa victoria, exprimirla al máximo. Si se llega a las últimas
consecuencias, será menester un cambio de régimen, una entronización de
Berlusconi como rey plebiscitario, por ejemplo. Los resultados son
difícilmente aceptables en su totalidad, como mínimo en los planos de las
relaciones internacionales y de competencia entre capitalistas locales.
Posiblemente, esta sea la razón por la que resultaría deseable para algunos
elementos de Cofindustria y buena parte del aparato estatal prescindir de
sus servicios, algo incómodos, e ir hacia los objetivos del nuevo
liberalismo con más lentitud, cosa que se plasmará en la transformación del
Estado en una república presidencialista de corte norteamericano con la
consiguiente modificación del rol y la organización de los partidos
políticos. Si esto es así, España puede ser el siguiente escenario lógico
del procedimiento empleado en Italia. Gil ya lo intentó, y antes Mario
Conde, pero sus relaciones eran insuficientes y no sucedió un fenómeno de
descomposición del PP equivalente al experimentado por la Democracia
Cristiana. Pero ¿Quién sabe? Si contra toda opinión el PP perdiese otra vez
las elecciones generales, alguien podría sentirse lo bastante osado.

Los chicos de Fini van de la mano con la Liga Norte, que
pretende fundar Padania. Pese a la poca gracia que tendría, sería
interesante ver la expulsión de napolitanos de Milán por no tener sangre
celta. El caso italiano tiene en verdad su enjundia. Los fascistas son el
extremo del nacionalismo, pero apoyan una política que solo puede concluir
con la desaparición de su país. Ciertamente, la convergencia del fascismo y
el liberalismo es la negación de ambas doctrinas.



Si se quiere combatir esto, no se debe imitar en nada a los italianos,
porque saldrá mal. La elección directa y en voto igual de los dirigentes de
las organizaciones de la clase obrera es el primer paso para la forja de
relaciones entre proletarios, de suerte que los vínculos que las compongan
estén libres de la fiscalización enemiga.

Un partido cuya base son los cargos públicos, pues no otro sentido tiene en
nuestra época el sistema de elección indirecta y en voto desigual que
llamamos congreso que conferir a los cargos públicos el carácter de base de
un partido, no sirve a otro fin que participar como sujeto de consenso en el
Estado. Para proponer la República Socialista hace falta un canal que
permita a todos participar en igualdad en su concepción y en el
procedimiento para su consecución, en el ensayo y en el error, y es menester
hacer experimentos con nuevas formas de relaciones, porque necesitamos
aprender ¿Cómo vamos a gobernar la producción si ni siquiera podemos
gobernar un partido minúsculo, y menos una central sindical? Benito
Berlusconi no es inevitable si hay valor para hacerle frente, y hoy como
hace ya tantos años, el único antifascismo eficaz es la proposición positiva
de revolución proletaria. Si el fascismo fue eficaz contra nosotros, es
porque no se limitó a ser un anticomunismo. Si queremos combatir al
fascismo, el antifascismo o el anticapitalismo no bastan, y nunca bastarán.

Un abrazo, y gracias por tu paciencia.

PETRONIVS ARBITER
21/10/09
Correo-e: pmgf1234[ARROBA]gmail[PUNTO]com

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