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Título: "Hay que volver a Brecht" - Por qué hago cine en Cuba - Kiki Alvarez- Enlace 1 - Enlace 2

Texto del artículo:

Conversación con Kiki Álvarez a propósito del estreno de su más reciente película Madre Coraje y sus hijos, este martes 14 de noviembre, en el cine Charles Chaplin
"Hay que volver a Brecht"

Gabriel Caparó
La Ventana



“Hay que volver a Brecht”, me dice Enrique (Kiki) Álvarez con una certidumbre que transparenta, a la vez, un montón de preguntas. “Si no logramos alcanzar su estatura, al menos nos habremos obligado a pararnos en la punta de los pies”. Fue difícil encontrar a este (ya no tan) joven realizador, pues salta de un proyecto a otro sin descanso. Tal vez lo hallé justo por el eco de ideas que va dejando tras de sí. Claro, fue útil preguntar por Madre Coraje, esa señora que va vendiendo mercancías entre las guerras que nos asolan. Sospechaba que el rastro de su carreta me conduciría al cineasta. Y así fue.

En el año que se cumple el cincuenta aniversario de la muerte de Bertolt Brecht, trascendental poeta, director teatral y dramaturgo alemán; Kiki Álvarez nos regala la adaptación televisiva de una de sus obras monumentales, Madre Coraje y sus hijos, protagonizada por Daysi Granados, y que se presentará en el Cine Charles Chaplin el próximo martes 14 de noviembre.

Por eso me lancé en su captura, aún cuando sabía lo difícil de encontrarlo, y lo más arduo aún, negociar una hendija de tiempo en medio de su torbellino habitual. Lo encontré muy lejos, en un brutal invierno europeo del siglo XVII, como escribiente de un campamento militar. No es fácil conversar con el griterío de las tropas y los cañonazos de fondo. Pero aquí estamos y él se muestra generoso en las respuestas, quizá porque en vísperas de los estrenos, la suerte está echada. Conversamos ampliamente de mil y un temas, como el por qué de la adaptación de esta obra, su devoción por Brecht, o cómo asume la realización de una película.

“Desde la idea inicial hasta la concreción de un filme, el camino es muy largo y repleto de obstáculos”, me advierte, “debo encontrar cómplices y enamorarlos, al punto que conviertan mi sueño en el sueño de todos ellos, pero siempre a partir de un intercambio dialéctico. Influyo en mis colaboradores, pero ellos también influyen en mí.”

Los más cinéfilos lo recordarán por Sed (1989), La ola (1995), o Miradas (2001). Los televidentes, por dos magníficas adaptaciones de obras de Alfonso Sastre e Italo Calvino, Escuadra hacia la muerte (2004) y Amores difíciles (2005), respectivamente. Esta última resuena aún por haber obtenido el Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Bahía, en Brasil. Pero resulta que este creador también incursiona con frecuencia en el teatro. ¿Será que no se decide por un medio, o será que se siente bien en todos?

“No pienso en el medio para el que trabajo; los medios imponen sus adecuaciones y si conozco qué quiero y cómo, esas adecuaciones necesarias terminan resultando estimulantes. Lo que no me puede faltar es la necesidad de decir algo, ni la pasión por encontrar la manera más precisa de decirlo. Cine, Teatro, Televisión, son medios. Mi responsabilidad es servirme de ellos para iniciar un acto de comunicación.”

El alférez grita que el enemigo se retira; así que habrá persecución. También habrá algo de sosiego en el campamento, pero mucho más frío. En medio de esta guerra no hay mucho que escoger: o el ruido, o el frío. Entonces decidimos –sin dejar la conversación– reunir la madera más seca para hacer un fuego. Es casi una obra de orfebrería prender la primera chispa, pero Kiki lo logra. Es muy pequeña y el invierno ni se entera. Tendremos que conseguir mucho más combustible para que la lucecita alcance a ser una hoguera. Parece improbable, pero la única opción es intentarlo.

“No sé en qué momento de mi carrera como cineasta me encuentro.” Me dice cuando le recuerdo una entrevista donde contaba que, tras montar una puesta de La excepción y la regla, también de Brecht, cambió radicalmente su punto de vista hacia el cine. Más de veinte años después, cuando regresa al mismo autor alemán, me pregunto si volverá a experimentar otro cambio en su carrera. “Estoy en el camino, estudiando todos los días, trabajando sobre mis errores. Desde hace años sé que mi vida no es una competencia y no tengo que correr al ritmo de nadie. Tengo claras mis referencias, las cuales han construido mi propia tradición y por eso todo cuanto haga es la continuidad de mí mismo. Si hoy pienso una cosa y mañana otra, no me preocupo: algo en mi experiencia me hizo cambiar. Así sucede en las grandes historias; así deben transcurrir también las pequeñas historias personales.”

A lo lejos, pasa el carromato de Madre Coraje. La ventisca no me permite verlo, pero escucho el tintineo de sus cacharros. Nos detenemos un momento, buscando entre la bruma, pero el hambre y el frío nos obligan a seguir por más leña para el fuego.

¿Cómo te sientes cuando terminas de hacer una película?

–Hacer una película siempre me deja en un estado deplorable; como si hubiera recibido una pateadura física y mental. Este es un oficio que requiere de mucha salud y energía. Un ejercicio para corredores de largo aliento, donde es vital la habilidad para encauzar la expresividad de mis colaboradores con mi propia expresividad.

“Cuando termino un trabajo de esta magnitud, mi conciencia queda agotada, volcada sobre esa larga secuencia narrativa que acabo de ensamblar. Es así de simple, no tiene nada de romántico. Duermo un largo sueño reparador, pero al otro día ya me despierto husmeando en mis libros. Busco una nueva frase, alguna peripecia, un personaje, cualquier provocación que me ponga nuevamente a trabajar.”

Las adaptaciones son como un sistemático rescate del olvido, para mantener viva la palabra. En tu filmografía se repite la palabra “memoria”. Y muchas de tus películas son adaptaciones. ¿Por qué?

–Toda adaptación significa dialogar con un texto para construir otro, y esto me parece estimulante. La historia del ser humano es también la historia de sus textos. Me atrae partir de la conciencia de que aparentemente todo está dicho y todo está hecho, para elaborar nuevos textos. La aventura está en la recuperación de la memoria histórica, que a partir de lo dicho y lo hecho, posibilite nuevas combinaciones, como en la cocina. La tarea del cineasta se parece, en el fondo, a la labor de un buen chef.

“En este sentido el trabajo de adaptación que más he gozado fue con los cuentos de Italo Calvino para hacer Amores difíciles. Y no solo por la combinación de dos historias ubicadas en la Italia de los años 50 (Aventuras de un matrimonio y Aventuras de un bandido), sino por trasladar esas historias a la Cuba de esa misma época, y desde allí hablarle a nuestro presente. Que una pareja de obreros y una prostituta puedan ser vecinos, y compartan así un espacio físico y existencial, es una de esas sorpresas que la realidad cubana suele regalarnos. Mucha gente que la vio, me decía: «Pero ahí no pasa nada», y yo les respondía: «¿No pasa nada? ¡Pasa la vida!» Amores difíciles resultó una propuesta de reflexión sobre la convivencia y la fraternidad humana, y un homenaje (sin nostalgia) a la juventud de mis padres.”

Nos topamos con el cocinero del campamento, que viene de la hostería más cercana, donde apenas pudo conseguir un trozo de carne vieja para los oficiales. No tiene ni pan para ofrecernos, pero le aceptamos algo de aguardiente, su ayuda para cargar unos leños que encontramos en el bosque y la compañía en el camino. Es un tipo callado y ni se inmuta ante nuestra conversación. Al rato, desapareció. Nosotros seguimos.

Dentro de tu filmografía, ¿cómo consideras Madre Coraje y sus hijos?

–Creo que como nunca antes, me han preguntado con sumo interés (y escepticismo) por lo que estaba haciendo. Alguna vez sentí que me había hundido en el fango.

“Sobre mi atrevimiento de adaptar esta obra se levantaban, como mínimo, tres columnas descomunales. Una es la propia obra Madre Coraje… como texto inconmensurable. La segunda es Bertolt Brecht y su visión programática de un teatro productivo que semeja un campo minado de apuntes, indicaciones, libros modelos, reflexiones teóricas y praxis, mucha praxis vital y artística. Y la tercera es la puesta de Vicente Revuelta, con Raquel Revuelta como Madre Coraje, que Teatro Estudio sembró en la memoria del teatro cubano allá por los años 60. Demasiada pretensión de mi parte, tratar de caminar con todo ese universo sobre mis espaldas.

“Hay algo que aprendí haciendo esta versión de una obra de teatro: la debilidad de nuestro cine y de nuestra televisión está en sus procesos productivos. Hubiera querido investigar profundamente el clásico y después pararme sobre él. Pero fue imposible. En sus más generosas producciones, el cine y la televisión no admiten siquiera un tiempo mínimo para eso. Al final uno termina arropándose con la intuición.

“Que nadie espere, por eso, enfrentarse a una puesta según el Libro Modelo de Brecht, donde describe la concepción de la puesta que él hizo. Aunque no creo que Brecht me lo hubiera exigido. Él era un dialéctico y a lo sumo me habría dicho, «Hay que inventar nuevas estrategias para hacer pensar a los espectadores». Entonces mi estrategia es devolverle al público –de hoy y de Cuba– una historia que pueda hablarle de su condición humana. Eso fue lo que me regaló Madre Coraje…”

El fuego está ahora más animado. Pero lejos de invitarnos al sosiego, nos anima a seguir por más combustible. Cada vez que nos detenemos frente a la llama, el invierno parece tragarnos. Por suerte Bertolt Brecht se nos suma en el empeño. Entre los tres, es más fácil cargar toda la madera necesaria para calentarnos. Aún nos queda mucho por andar.

Trabajaste aquí con actores de tres generaciones, desde los consagrados hasta los que se inician. ¿Cómo manejaste esos extremos?

–Nunca había trabajado con un elenco tan grande, ni de tantos contrastes. Y con todos fue complejo. Desde Daysi Granados, hasta Claudia Muñiz y Ulises Peña, que realizaban su primer trabajo profesional en estos medios; o Sergio Fernández cuya formación como actor no es académica.

“Era la primera vez que trabajaba con Daysi. El primer día de rodaje fue muy tenso para ambos, hasta que descubrimos cómo trabajar uno con el otro. Ella desplegó una enorme generosidad con los actores más jóvenes –sus hijos en la historia–, y con todos estableció una relación de trabajo atravesada por los afectos. Daysi es así, su técnica es su humanidad, su manera de relacionarse, siempre mirando a los ojos, siempre escuchando al otro actor, ya sea un profesional de su estatura o un principiante.

“Con los jóvenes realizamos un taller de entrenamiento dirigido por Sandra Ramy, para organizarles la conducta corporal y síquica de sus personajes; después se los entregamos a la Madre.”

“Para mí los momentos más felices de Madre Coraje… fueron aquellos en que logramos pequeños instantes de comunicación y emoción real entre los actores. Yo no recuerdo haber llorado nunca en un rodaje, y en este me sucedió más de una vez.”

Te rodeas de un equipo joven.

–Sí, desde hace más de tres años trabajo con un equipo muy joven en el que predominan las mujeres. Me interesa mucho la sensibilidad femenina, intercambiar con ellas. Liana Domínguez ha sido la editora de mis tres últimas obras de ficción y ahora mismo no me imagino dialogando con otro editor. Quizá le quede aún por aprender, pero es excelente su intuición artística para encontrar el tono de una escena, el ritmo de una secuencia, o la mejor toma de un actor.

“De Lily Suárez me asombra su destreza para iluminar un set con las luces que tenga –suelen ser muy pocas– y su capacidad para controlar el ritmo de un rodaje. Conozco muy pocos directores de fotografía que logren una convivencia tan eficaz de sus capacidades artísticas con tan alto sentido práctico. Las dos son profesionales graduadas de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Dos joyas que nuestra industria del Cine debería terminar de descubrir.”

En una lejana incursión, bordeando las propiedades de unos labriegos, casi chocamos con el regimiento enemigo. Confundiéndonos con algo comestible, abrieron fuego. Nos salvamos de milagro. Si Brecht no me avienta un prodigioso zarpazo que me hundió en la colina, estaría atravesado por la opinión de un arcabuz. Aún escupiendo nieve, le pregunto a Kiki:

¿Por qué decidiste adaptar Madre Coraje y sus hijos?

–Hay que volver a Brecht. Hay que volver a la lucidez crítica del marxismo como instrumento de disección y reconstrucción social. A veces siento que en nuestro entorno social y cultural nos contentamos con jugar a la gallina ciega y nos tapamos los ojos para no ver a quién tocamos o agarramos. Una manera alegre de ser irresponsables con nuestras vidas; de ser ingenuos también.

“Escogí hacer Madre Coraje pensando en dos direcciones. Por una parte, esa madre luchando por sobrevivir en un mundo en crisis, y paradójicamente contribuyendo a la ruina de sus hijos, me pareció súbitamente, una posible madre cubana. Era un camino para intentar la actualización del texto entre nosotros, para preguntarnos una y otra vez quiénes somos. Por otra parte, en un plano más global, creo oportuno representar el actual desenfreno militarista de quienes lucran abiertamente con las guerras.”

En un provocativo texto nombrado Islas, te haces un montón de preguntas aún sin respuestas. Retomo una de ellas para continuar el desafío: ¿Por qué haces cine en Cuba?

–Hago cine en Cuba porque sólo en Cuba puedo hacer el cine que quiero y sé hacer. No conozco otro espacio en el que para vivir, no tenga que sacrificar lo que yo soy. No tiene que ver con otra cosa, tiene que ver con la libertad. Para mí la libertad no tiene nada que ver con las supuestas libertades de expresión, con que tanto se manipula desde los medios en todo el mundo. La libertad, me parece, está en reconocerse en relación con el mundo alrededor. Saber dónde estás parado y por qué, cuáles son tus obstáculos a vencer; y encontrar como convivir con todo eso, convirtiéndolo en tu energía vital.

“Pensar que Cuba es el mejor de los mundos posibles es una ingenuidad. Pero también lo es afirmar que es el peor. Justamente hago cine en Cuba porque quiero contribuir a la construcción de un mundo mejor y posible aquí dentro. Uno elige; para mucha gente, la libertad es precisamente eso, poder elegir.”

Al llegar al campamento, encontramos a Titón y a Sergio, el protagonista de Memorias del subdesarrollo. Ambos son constantes referentes en la obra y las reflexiones de Kiki. Al parecer, intuyeron nuestra odisea, pues traían un poco de leña. Brecht se entusiasma por los refuerzos y celebra recordando: “Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora: Jamás se logrará lo que queremos. / Quien aún esté vivo no diga jamás. / Lo firme no es firme. / Todo no seguirá igual. / Cuando hayan hablado los que dominan, / hablarán los dominados. / ¿Quién puede atreverse a decir jamás? / ¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros”.

Tras el silencio que sobrevino por unos segundos, seguimos en la tarea. El fuego ya es considerable. Ahora sí creo que derrotaremos al invierno.

Brecht tuvo como bandera al intelectual comprometido, crítico con su sociedad. ¿Asumen nuestros intelectuales ese papel?

–Para opinar sobre los intelectuales, tengo que hacerme una pregunta obligada. ¿Soy un intelectual? Creo que no. Se puede ser artista y no ser intelectual, o viceversa. Te confieso que a mí la práctica que me interesa es la de los intelectuales que usan la expresión artística para dialogar con la sociedad.

“Ser intelectual en Cuba, resulta muy complejo. Vivimos en una sociedad en la que el debate político está muy centrado en la confrontación con el imperialismo norteamericano y en la articulación de una resistencia frente a sus mecanismos de intromisión en la vida de la isla. Ante ese hecho los intelectuales cubanos tienen muy poco espacio para desarrollar un discurso reflexivo y crítico sobre su sociedad. En este sentido mi miedo es uno: ser responsables en una sola dirección, ser concientes de la necesidad de legitimar nuestro sistema, descuidando la reflexión sobre los problemas que persisten en nuestra sociedad, puede, a la larga, hacernos irresponsables.”

Sobrevino una lluvia helada con mucho viento. Por poco perdemos todo el esfuerzo hasta ahora. Para preservar el fuego, tuvimos que improvisar una muralla contra la cellisca. Afortunadamente fue breve, pero dejó una estela de niebla gorda, difícil. No más separarnos tres metros y ya no nos vemos los unos a los otros. Parece que estamos solos, y para contrarrestar la sensación, nos gritamos continuamente:

¿Te complacen los rumbos del cine cubano más reciente?

–Lo que me parece más saludable del cine cubano reciente, es el notable aumento de su producción, a partir de la flexibilidad que han traído las nuevas tecnologías, también la diversidad de tendencias estéticas (e incluso ideológicas) que se puede observar a través de las últimas películas.

“Creo que nuestro cine y nuestra sociedad están necesitando desde hace mucho tiempo un debate de ideas que contribuya a la madurez del compromiso de uno con la otra. Es un debate que siento latente, respirando en el aire. Y sólo lo harán posible las películas que se han hecho y las que vendrán.”

Nos extraviamos en medio de la bruma. Sospechaba que nos pasaría. Una hora después aún no encontramos al alemán. ¿Dónde estará?

Y para ti, ¿dónde está Brecht?

–No sé por qué olvidamos a Brecht, o puedo suponer por qué. Todavía vivimos la inercia del muro derrumbado, todavía la polvareda de Berlín nos tiene ciegos. Nada de hacernos preguntas, ni siquiera pequeñas preguntas. Y cuando aparece alguna buena pregunta, se le da la espalda.

“¿Hay que volver a Brecht? Seguro que sí. Si no logramos alcanzar su estatura, al menos nos obliga a pararnos en la punta de los pies. Y parados sobre la punta de los pies, uno puede descubrir dos cosas: lo grande e incomprensible que puede parecer el mundo; y el peligro que estamos afrontando si no aprendemos a caminar por él.”

Pero Brecht aparece, y no viene solo. Lo trae Manolo, mi socio. Vienen con un cargamento de madera. “Desbaraté la mesa del comedor”, dice Manolo. Sergio suspira, tal vez pensando en su mesa, y en que nunca la sacrificaría. “Ahora somos seis”, aplaude Titón, “con un poco más de ramas, tendremos una fogata descomunal”. “Amén”, repetimos a coro, sin dejar de temblar. Kiki parece entusiasmado por el incremento de la tropa. Aprovecho su alegría para lanzarle una duda:

¿Crees que la película es un riesgo en lo formal? Si es así, ¿qué reacciones te provoca ese riesgo?

–Adaptar una obra de teatro, siempre te impone un riesgo formal. Un guión para cine (en este caso para la televisión) y un texto para teatro, pueden parecerse, pero no son lo mismo. No lo son siquiera, en la longitud de los diálogos o en la intensidad de las escenas.

“Recuerdo que cuando hice Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre, por la naturaleza del texto traté de hacer una puesta muy realista, apegada a la tradición del cine bélico. Resultó muy criticada por algunos teatristas. «¡No es teatro!», decían. Pero sentí que había logrado lo que me propuse: insertar mi cámara dentro de aquella escuadra como si fuera el ojo de un reportero. Repetir la operación del propio Sastre: diseccionar las miserias de la guerra, pero sin mostrar un combate, adentrándome en la paranoia histérica de una escuadra de hombres condenados al sacrificio inútil.

“Con Madre Coraje… y con Brecht no podía hacer lo mismo. Tenía muy claro que debía partir de una identificación en la interpretación de los actores, para buscar un contraste enfatizando elementos de distanciamiento en la puesta en escena. Es difícil trabajar el distanciamiento de los actores con sus personajes en una puesta ideada para la televisión. No hay tiempo para realizar con los actores un trabajo de estilización formal, ni los televidentes van a soportarlo. Por eso decidí acentuar las marcas de extrañamiento en el nivel visual. «¡Pero eso es teatro!», tal vez digan ahora los espectadores. Y de eso se trata, de enfrentarlos a una teatralización del discurso, en un medio –la televisión– que transmite la realidad como si fuera una ficción. Descubres que la noticia de una masacre en el Medio Oriente te afecta mucho menos que una película de terror.

“Durante la comunicación con el espectador, hay que asumir los riesgos formales. Si acentúo lo formal, estoy subrayando un ejercicio de construcción; así el espectador se mantiene conciente al relacionarse con la ficción. Claro que esto no le gusta a todo el mundo. Los creadores pretenden casi siempre la seducción; mientras que el público por lo general, quiere ser hechizado.

“Como yo no soy un seductor, me interesa dialogar desde el máximo respeto hacia la inteligencia y la sensibilidad del otro. Espero que si alguien decide ver una película mía, no pretenda que le masajee el cerebro. No me gusta que me manipulen, no me gusta que nadie piense por mí. No me gusta siquiera pensar por nadie. No me gustan los artistas mesiánicos. Muchas veces, ser espectador supone ser pasivo. Para mí, el arte que no proponga, incite, y exija un diálogo con el ser humano, deja de ser arte para convertirse en un instrumento de dominación.”

Anochece y los soldados no llegan nunca al campamento. Tal vez cayeron en una emboscada, o se extraviaron. Nosotros aquí hemos levantado una enorme fogata que alcanzará para descansar hasta el amanecer, sin congelarnos. “Le ganamos la batalla al invierno”, me dice Kiki. Poco a poco, la niebla desaparece. Me hago lugar entre el grupo y al fin logro sentarme en esta oficina, donde el calor es una burla que lo vuelve todo muy lento, desde los ventiladores hasta la conexión a Internet. Tendré que librar una buena batalla para publicar la entrevista antes del estreno de Madre Coraje y sus hijos, el martes próximo. Si me lanzo a escribir, con suerte la termino esta misma noche. Si no, mañana.

Más de Kiki Alvarez en La Ventana:

El cineasta demediado

Islas

¿Por qué no Cuba?

Why not Cuba?
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Enviado el Viernes, 10 de Febrero del 2006 (18:29:12)
Cinepor Kiki Álvarez

Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer,
hubiera podido dormir a pierna suelta
Virgilio Piñera

En el centro de la imagen una isla. Una bestia antropomórfica sentada sobre el mar. Un cuerpo tatuado de atributos que definen su existencia. En una isla, los contornos geográficos dibujan la piel de sus habitantes. En Cuba, cada cuerpo de isleño es la multiplicación de los dones y el destino de su tierra. Cuba, territorio tangible y corpóreo de cegadora luz; ínsula olimpo; morada de dioses paganos y hombres hechizados. Nación de lo secreto y lo oblicuo. Reino de las aguas y la sal. Del tiempo que señorea. Lugar de la espera y de la fundación.

Dos patrias tienen los naturales cubanos: la luz de Cuba y la oscuridad de sus cuerpos. La posibilidad metafórica que nace de esa tensión determinista y vital se extiende como una continuidad por el mapa de toda la nación cubana. Creando, creándose, el ser cubano reinventa los mitos de su existencia y vive en la metáfora de una redención que lo hace más isla; isla entre las islas; la isla más real del mundo; perezosa y sentada sobre el mar de aguas que la aprisiona y la mece.

Reinventando su propia isla, cada cubano la vive o la abandona; cada cubano es (de nuevo) la isla renovada en sus maleficios y premoniciones.

2

En 1991, cuando filmé Sed, quería hacer un cine del cuerpo, un cine sobre cuerpos repletos de energía, sobre cuerpos heridos. Inspirada en Esperando a Godot, de Samuel Beckett, mi primera película intentaba transmitir el enorme desasosiego que un sector de la juventud cubana sentía ante la caída del socialismo real y sus consecuencias inmediatas (aborto del proceso de rectificación de errores e inicio del período especial) en la estabilidad económica e ideológica de la sociedad cubana. Entonces, la metáfora de dos jóvenes marginales empantanados en un cementerio de trenes, ansiosos de moverse en alguna dirección, cansados de esperar, fue vista sólo como una historia de adolescentes desajustados, inconformes con su condición vital.

Cine parásito, realizado en blanco y negro, con película de dieciséis milímetros reversible hinchada a treinticinco, Sed resultaba demasiado experimental y poco comunicativa. A pesar de sus premios y su extensa participación en festivales internacionales, Sed fue conscientemente ignorada en su momento, y lo sigue siendo hoy. A muchos críticos y colegas no les gustaba su formalismo; a otros, los temas que introducía en el cine cubano. Hoy Sed se deteriora en alguna bóveda del ICAIC y sólo parece existir en mi recuerdo.

Los que organizan y pretenden historiar el cine joven de los noventa decidieron no incluirla en la retrospectiva programada en el año 2003, durante la Segunda Muestra de Jóvenes Realizadores.

Historias de islas, diría mi padre. Conjuros de isleños.

3

El viaje como imposibilidad, necesidad, simulacro, frustración, ruptura, atraviesa todo mi cine, en una trayectoria continua de preocupación existencial por la nación cubana y sus habitantes. En 1995, a consecuencia de la crisis de los balseros y la emigración de muchos amigos, artistas e intelectuales de mi generación, nació La ola. Volvía la obsesión de una pareja desajustada socialmente y el mito del viaje como alternativa de salvación personal. En aquellos años (creo que ahora también), cada vez que viajaba, me veía obligado a responder por qué vivía en Cuba; y más allá de alguna respuesta circunstancial, siento que mi respuesta definitiva fue esa película rara con la que aún hoy me identifico hasta los huesos.

Pero resultaba difícil mi cine. No complacía a los cineastas, ni a los críticos, ni a los funcionarios; al público, un sector más amplio de la sociedad, no sé, porque mis dos primeras películas apenas fueron exhibidas. Entonces no se me perdonaba (ahora tampoco) cierto desprecio al oficio, al “buen decir” y a una tradición de folklor y falso compromiso social que aún persiste entre nosotros en franca y cordial convivencia con posturas ideológicas mucha más evasivas ante la realidad cubana.

Quizás sea un síntoma de los tiempos: el compromiso con el destino de la isla que habitaba en el formalismo de mis dos primeras películas llegó a calificarse de existencialismo cubano, y a mí persona, como un cineasta pedante, esteticista, europeizado, de dudoso perfil ideológico.

El aura romántica de joven artista incomprendido tocaba a mis puertas. Y yo me acomodé a esa condición, pero tratando de ser aceptado.

4

En 1999, como homenaje al 40 aniversario del ICAIC, hice Memorias de fin de siglo, un ensayo documental sobre el cine cubano de los noventa que, a partir de un montaje activo de fragmentos de Memorias del subdesarrollo y filmes realizados durante esa década, terminó por abrir una interrogante, un to be or not to be que hoy todavía me parece pertinente para los cineastas cubanos y su compromiso social. Ante la realidad de la isla, ante la necesidad de un arte reflexivo y crítico, ¿quién ser? ¿Sergio o Titón?

Mucho menos conocido que mis películas de ficción, este documental tampoco tuvo la confrontación que su discurso provocador y reflexivo requería, en aras de un debate sobre cine y realidad que, incluso diluido, permanece abierto entre los cineastas, los estrategas ideológicos y la sociedad cubana.

5

Encuentro una idea de Lezama: “La persistencia en la identidad tiende como a crear un doble en la extensión.”

¿Yo soy Sergio? De alguna manera, hay algo de él en mí que podría desarrollarse hasta un clímax de conflicto. Si me trato con un poco de dureza, y parece conveniente, pienso que en los últimos años me he ido automarginando progresivamente de la práctica del ejercicio crítico sobre la sociedad para entregarme a experiencias artísticas más sensuales que, a cambio, me han propiciado un desarrollo técnico considerable.

Pero, ¿y la identidad? Hay algo de cabeza borradora en mí que no me permite asentarme en el gozo que puede producir trabajar como actor o adaptar textos y dirigir puestas en escena para la televisión. Al menos, mi vida no puede convertirse sólo en eso.

Lo que me atrae de un personaje como Sergio es la soledad del torero en el ruedo. Esos momentos en que la muerte te ronda y el duende se alza frente a ella y se ofrece comprometido con el espectáculo de la confrontación. Pero no quiero ser Sergio. La confrontación como espectáculo no trasciende la catarsis. Carece de validez social. Sirve sólo como exaltación individual.

Creo, en cambio, que el gran reto de los artistas e intelectuales en la Cuba de hoy está en poder articular un discurso crítico hacia el interior de la sociedad cubana, que no pueda ser manipulado por los enemigos de la nación ni abortado por la ortodoxia oficial. En realidad, ese fue el conflicto de un intelectual como Titón, y Sergio su mejor puesta en escena. La oposición reactiva que hay entre el accionar de uno y la pasividad del otro tiene un potencial dialéctico muy persistente.

¿Crear un doble en la extensión? La Revolución cubana, obligada a defenderse para sobrevivir, no ha podido (ni ha sabido) abrir espacios para la existencia de una disensión comprometida. Al menos, no lo ha logrado para las generaciones que nacieron con la Revolución.

Pienso en los años ochenta y en la renovada utopía que los animó. Pienso en el miedo, y en la ceguera de algunos funcionarios con el poder suficiente para coartarlo todo. Pienso en la macabra coincidencia del derrumbe del campo socialista y la necesidad del gobierno cubano de protegerse y detener su proceso de rectificación económica, política y social. Pienso en el desaliento de mi generación. Pienso en los que se fueron; obligados unos y por voluntad propia los otros. Pienso en los que se traicionaron y traicionaron. Pienso en mí, que me quedé y he callado durante todos estos años.

La soberanía de la nación cubana pende de un proyecto de futuro que el presente nunca ha permitido articular y desarrollar. Obligados a vivir en un régimen de trinchera asediada, toda la capacidad estratégica del gobierno cubano se ha tenido que emplear en reaccionar ante sucesivas circunstancias adversas para el país. Un estado de cosas que no permite un dinamismo interno capaz de garantizar la acción de múltiples y diversos actores sociales.

En un medio así, la proliferación de Sergios continúa siendo una huella persistente del subdesarrollo y de la imposibilidad de superarlo.

Ante circunstancias como esta, uno tiene que activar su identidad para hacerla posible. Eso me está queriendo decir el viejo Lezama.

6

Fragmentos del Diario de verano de KA

20.8.2004

10 de la noche.

Durante años he vivido un estado interior que me ha mantenido alejado de la esfera pública; y si todo eso ha servido para algo, ha llegado el momento de la acción.

No quiero, no puedo, no me voy a conformar, con el estado actual de las cosas.

Me siento como un animal herido y voy a luchar contra mi propia muerte.

Esta isla destruye.

Si uno no huye, tiene que aprender a elevarse...

21.8.2004

¿Sergio o Titón? Con La persistencia de la memoria parto de uno para llegar al otro.

Detrás de Sed y La ola había alguien que trataba de expresarse a través del cine, sin dominar bien su lenguaje. Fueron películas que nacieron de la más sincera expresión de mis tripas dolidas.

Después vino Miradas. Ahí había alguien que intentaba ser aceptado como cineasta, como hacedor de películas. Un hombre amoldado por su contexto. Más hábil, pero menos sincero. Menos comprometido.

Había rendido mi soberbia.

Hacer Crisis (cortometraje independiente) fue como filmar mi retiro. Mi confinamiento a una vida más sensual,

(...)

Hoy rodé las primeras imágenes de La persistencia de la memoria.

23.8.2004

Estoy convencido de que no voy a poder hacer el video instalación para el día de mi cumpleaños. Con el ciclón todo se trastocó y no pude comenzar los arreglos de mi casa en la calle Trocadero.

Comienzo a desviarme de mi propósito inicial, pero uno aprende con los años a no aferrarse a ningún plan preconcebido: “incapacidad para sostener un sentimiento, una idea sin dispersión”, comentaría Sergio.

Hay una respuesta del filósofo Emil Cioran que me gusta más:

Este es el drama de todo pensamiento estructurado, el no permitir la contradicción. Así se cae en lo falso, se miente para resguardar la coherencia. En cambio, si uno hace fragmentos, en el curso de un mismo día puede uno decir una cosa y la contraria. ¿Por qué? Porque surge cada fragmento de una experiencia diferente y esas experiencias sí que son verdaderas: son lo más importante. Se dirá que esto es irresponsable, pero si lo es, lo será en el mismo sentido en que la vida es irresponsable.

Algo así como la inocencia del devenir.

25.8.2004

Se ha vuelto muy difícil trabajar. Los apagones diarios son de un mínimo de seis horas y ayer hubo uno de trece. La persistencia de la memoria se edita a un ritmo de tres o cuatro horas, pero ya está estructurado. Ahora hay que empezar a profundizar.

Organizar una estructura es trabajar de forma horizontal, cavar postes, uno al lado de otro, hasta crear un bosque ritmado por los intervalos que los separan. Esto es como desplegar un mapa, una extensión ante los ojos.

Después hay que volver a cada árbol, resembrarlo en profundidad, fijarlo. Una buena ordenación del discurso solo puede sostenerse en la fortaleza de sus pilares. La única posibilidad de ahondar en la riqueza expresiva y conceptual de una obra de arte es trabajar en su verticalidad.

7

Ser artista presupone ser responsable.

Ser artista y vivir en una isla como Cuba, supone una responsabilidad hacia la condición geográfica y política de la nación cubana.

Vivir en un lugar te condiciona a recibir algo de ese lugar. Uno vive a cambio de algo.

Hacer cine es dar. Uno da a cambio de algo. Hacer cine es dar a cambio de algo.

¿Por qué vivo en Cuba?

¿Por qué hago cine en Cuba?

¿Qué me da Cuba donde vivo? ¿Qué quiero darle a Cuba donde hago cine? ¿Qué es el cine cubano? ¿Qué fue? ¿Qué quiere ser?

Exterior. Día. Malecón

―La isla puede ser una ilusión ―dice el protagonista de La ola.

Y la muchacha contesta:

―No, la isla somos nosotros mismos.

Tomado de la revista Caminos

Más de Kiki Alvarez en La Ventana:

¿Por qué no Cuba?

Why not Cuba?

Memorias de abril en Nueva York

Festival de la Habana: Debut del cine cubano en el siglo XXI

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